sábado, 30 de abril de 2011

Cantaré eternamente, Señor, tu Pascua

Cantaré eternamente, Señor, tu Pascua

No nos cansamos, Señor,

de celebrar tu Pascua;

la alegría que sentimos en tu resurrección

y el gozo hondo que embargo nuestro espiritu

nos hace recordar una y otra vez

aquellas sencillas,

pero maravillosas escenas del evangelio

que nos hablan de tu resurrección.

Te damos gracias, Señor,

queremos bendecirte

y cantar una y otra vez nuestra alabanza;

tú lo mereces, Señor,

y siempre será todo para tu gloria;

postrados ante ti

estamos en adoración en esta tarde

sintiendo el gozo de tu presencia.

Y queremos cantar tu alabanza

pero al mismo tiempo queremos repetir

una y otra vez a los que nos rodean

la maravilla de tu resurrección;

no siempre nos entiende la gente de nuestro mundo;

hablar de vida eterna y de resurrección

no siempre es fácil;

la gente vive tan enfrascada en este mundo terreno

que le cuesta mirar hacia arriba,

levantar nuestro espíritu con ansias de eternidad,

querer darle trascendencia a nuestra vida,

a lo que hacemos y a lo que vivimos,

nos puede parecer que lo único válido

es lo que podamos tocar con nuestras manos

o nos produzca un beneficio inmediato.

Es una tentación que nosotros sufrimos también

pero que con el gozo de presencia y tu gracia

lograremos superar.

Cuando hablamos de espíritu y de espiritualidad,

cuando hablamos de resurrección y de vida eterna

hay quienes quieren hacernos callar,

pero creemos en ti

y lo que vivimos desde nuestra fe

no lo podemos callar;

como aquellos apóstoles valientes

a los que querían prohibir hablar de tu nombre

nosotros también contestamos

que primero te obedecemos a ti que a los hombres,

que lo que vivimos allá en lo más hondo de nosotros

y trasciende y da sentido a nuestra vida

no lo podemos callar,

y por eso queremos

proclamar nuestra fe en todo momento.

Danos, Señor, tu fuerza,

la fuerza de tu Espíritu.

para que valientemente

demos nuestro testimonio,

proclamemos nuestra fe,

anunciemos tu nombre

que es el único que puede salvarnos.

Danos tu vida, Señor,

danos tu gracia.

viernes, 29 de abril de 2011

Ábrenos los ojos del amor para reconocerte

Ábrenos los ojos del amor para reconocerte

Quiero pedirte esta tarde, Señor,

que nos abras los ojos del amor

para reconocerte siempre

y nunca dejemos de saborear

lo que es vivir y sentirnos

en tu presencia y en tu amor.

Con ojos de amor queremos ahora,

antes que nada,

manifestarte nuestra fe en tu presencia

en el Satísimo Sacramento del Altar;

estás aquí verdadera y realmente presente,

para ser nuestra vida y alimento,

para hablarnos y para escucharnos,

para esperarnos,

como sólo tú sabes hacerlo.

Creo en ti,

te adoro y te amo,

con toda mi corazón,

con todo mi ser,

con toda mi alma,

con toda mi vida.

Eres mi Dios y mi Salvador.

Nos sales al encuentro

en todo momento de nuestra vida,

pero qué dulce es tu presencia

y cuán alentadora

cuando nos sentimos sin ánimo

y con el espíritu por los suelos

porque los problemas nos abruman,

porque las sombras de la duda se ciernen sobre nosotros,

o cuando cansados

queremos volver a la pesca de todos los días

sin darnos cuenta de que tú estás siempre ahí

aunque esas brumas de nuestra alma

nos impidan verte o reconocerte.

Por eso, Señor, te pido

que abras los ojos del amor en nuestra vida;

como el discípulo amado

que fue el única capaz de descubrir

que eras tú el que estabas allá en la orilla

y les hablabas,

y les preguntabas por sus problemas,

- no tenían pesca -,

y señalabas

por donde había de ir la vida y los trabajos.

Gracias, Señor, porque estás siempre ahí

y nos mantienes en tus brazos de amor

para que no tropecemos,

para que no te olvidemos,

para que no nos arrastrar por caminos de mal.

Que sienta siempre tu presencia, Señor,

que sienta el calor de amor.

jueves, 28 de abril de 2011

Quédate con nosotros y camina a nuestro lado

Quédate con nosotros y camina a nuestro lado

A tu presencia venimos, Señor,

a postrarnos en esta tarde;

creemos en ti,

en ti ponemos toda nuestra esperanza

porque sabemos que tú eres

nuestra única salvación y nuestro único camino;

te adoramos porque eres nuestro Dios

y te amamos porque eres Amor,

y lo queremos hacer desde lo más hondo de nosotros mismos

y con un amor sobre todas las cosas;

queremos seguirte, Señor,

pero queremos que tú camines a nuestro lado;

sin tu presencia nuestros caminos se hacen oscuros,

las dudas turban nuestro espíritu,

se nos hace difícil comprender las cosas,

no sabemos a dónde ir ni por dónde caminar.

Como los discípulos de Emaús

queremos decirte,

Señor, quédate con nosotros;

quédate con nosotros

no porque se haga oscuro para ti,

porque tú eres siempre la luz,

sino porque para nosotros caerá la noche;

quédate con nosotros,

porque queremos que tú nos enseñes el camino,

nos expliques las Escrituras,

nos hagas comprender el sentido de todo;

quédate con nosotros

porque así comprenderemos mejor

tu pasión y tu cruz

porque te vemos resucitado y vencedor;

quédate con nosotros

porque así podremos llenarnos de paz,

esa paz con la que siempre saludabas a tus discipulos

en tus encuentros con ellos;

quédate con nosotros y se acabarán

nuestros miedos y nuestras dudas,

no nos encerraremos en el cenáculo

por miedo a los judíos,

por miedo a lo que en contra podamos encontrar

en el mundo que nos rodea;

quédate con nosotros

para que arda nuestro corazón con tu amor

y así aprendamos también a amar;

quédate con nosotros,

que sin ti todo será oscuridad para mí;

quédate con nosotros

para que tengamos tu fuerza,

la fuerza de tu Espíritu para ser tus testigos.

Quédate con nosotros, Señor.

domingo, 24 de abril de 2011

¡Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza!’


¡Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza!’

Hechos, 10, 34.37-43; Sal. 117; Col. 3, 1-4; Jn. 20, 1-9

‘¿Qué has visto de camino, María, en la mañana? A mi Señor glorioso, la tumba abandonada, los ángeles testigos, sudarios y mortaja. ¡Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza!’

Así cantamos, nos preguntamos y proclamamos con el himno litúrgico de la secuencia de la Eucaristía de esta mañana de Pascua. ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! ‘Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo’, repetíamos con el salmo. Celebramos a Cristo resucitado. Proclamamos nuestra fe en Cristo resucitado. Queremos anunciar a todo el mundo que Cristo ha resucitado. No nos cansamos de repetirlo. Estamos llenos de la alegría del Espiritu y nos sentimos renovados y transformados por su gracia.

Esta mañana de Pascua prolongamos los ‘aleluyas’, la alegría que nos embargaba anoche en la Vigilia Pascua cuando cantábamos a Cristo resucitado. Se prolonga esa alegría, se prolonga esa fiesta, no un día ni dos, sino una semana, hasta cincuenta días que dura la Pascua, como tendría que ser la alegría de toda nuestra vida cristiana.

Hemos venido haciendo un camino durante cuarenta días esperando que llegue este momento. Ya casi desde un principio vislumbrábamos la gloria de la resurrección al contemplar a Jesús transfigurado en el Tabor. Un camino de desierto en el que nos dábamos cuenta de todas nuestras contradicciones y toda nuestra desorientación; un camino en el que a los sedientos se nos ofrecía el agua viva para la vida eterna; a los que estábamos en tinieblas se nos anunciaba la luz que sólo en Jesús podíamos encontrar; y para nuestra muerte se nos prometía vida y vida para siempre si poníamos toda nuestra fe en Jesús.

Hoy podemos decir que aquí tenemos esa agua viva, esa luz y esa vida. Tenemos a Jesús resucitado en quien encontramos todo eso y mucho más. El lo es todo para nosotros. Contemplamos su gloria, nos llenamos de su luz y con El queremos sentirnos en verdad resucitados a vida nueva. Cristo ha venido a hacer un mundo nuevo y un hombre nuevo.

En Cristo resucitado encontramos ese verdadero camino, porque El es el camino, la verdad y la vida y ya para nosotros no tiene que haber más desorientación ni contradicción. Y en Cristo resucitado podemos decir que en verdad podemos ser ese hombre nuevo de gracia y de santidad. En Cristo resucitado nos sentimos impulsados con toda la fuerza de su Espíritu a ir realizando ese mundo nuevo, ese hombre nuevo.

Hemos contemplado en el evangelio esa experiencia viva de la fe. Una fe que crecía más y más en los discípulos en la medida en que iban sintiendo que era verdad que Cristo había resucitado. Primero María Magdalena se siente desconcertada cuando encuentra la losa del sepulcro quitada y allí no está el cuerpo de Jesús. Para ella aún era oscuro. Le faltaba la experiencia del encuentro vivo con Cristo resucitado para que ella encontrara la luz y saliera de las tinieblas.

Pero María en su miedo y en sus oscuridades, ella que tanto amaba a Jesús, corre al encuentro de los discípulos. ¿Simplemente va a llevar la noticia? ¿busca algun consuelo o seguridad en aquella primera comunidad? Cómo tendríamos que aprender a buscar la luz, a buscar la verdad de Jesús que a través de la comunidad podemos encontrar. ‘Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos donde lo han puesto’, es lo único que entonces se le ocurre decir. Más adelante, como nos seguiría contando el evangelio, al encontrarse con Jesús al que confunde con el jardinero todavía seguirá buscando porque ella está dispuesta a todo con tal de encontrarse con Jesús. Así sucederá cuando Jesús la llame por su nombre.

Mientras Pedro y Juan corren al sepulcro. Quieren comprobar lo que María Magdalena les ha contado. Sólo se van a encontrar un sepulcro vacío, ‘las vendas por el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte’. Llega Juan primero, llega Pedro; entra Pedro primero, luego entra Juan; ‘vió y creyó’, dice escuetamente el evangelista. ‘Hasta entonces no habían entendido la Escritura: que El había de resucitar de entre los muertos’. Era lo que Jesús tantas veces habían anunciado y no habían entendido ni creído.

‘Vió y creyó’. ¿Qué vamos a buscar en el sepulcro? ¿El cuerpo de un crucificado muerto y derrotado? Vamos a comprobar que allí no está porque ha resucitado. ‘No busquéis entre los muertos al que vive. Ha resucitado.

Nos vamos a encontrar al Señor que es nuestra vida, que es nuestra luz, que es nuestro camino, que es nuestra verdad. Vamos a encontrarnos con el Señor vencedor de la muerte y del pecado. Ya allá en lo alto de la cruz, desde nuestra fe, no veíamos una derrota sino una victoria. Sabíamos en verdad que era el Señor. Como el centurión también nosotros queríamos decir que ‘en verdad este hombre era el Hijo de Dios’. Pero ahora lo podemos proclamar con mayor rotundidad y certeza. ‘Al Jesús que mataron colgándolo de un madero, Dios lo resucitó al tercer día’, como decía Pedro en lo que hemos escuchado en los Hechos de los Apóstoles. ‘Y los que creen en El reciben por nombre el perdón de los pecados’.

De ahí nuestra alegría y nuestros cantos. De ahí el entusiasmo de nuestra fe. De ahí toda esa vida nueva que sentimos en lo hondo del corazón y que queremos contagiar a los demás. ¿Cómo no alegrarnos cuando sentimos ese perdón de Dios en nuestra vida, cuando sentimos la gracia de su salvación en nosotros?

Porque además esa alegría, y esa fe, y ese amor nuevo que sentimos en nuestro corazón no nos lo podemos guardar para nosotros mismos. Nos tenemos que convertir en anunciadores de evangelio, en trasmisores de alegría de la verdadera. Tenemos que contagiar de nuestra fe a nuestro mundo. Tenemos que llevar la luz de Cristo resucitado que disipe tantas tinieblas. Tenemos que, en nombre de Cristo, resucitado hacer ese mundo nuevo.

¡Aleluya!, que Cristo ha resucitado. Resucitemos con El.

sábado, 23 de abril de 2011

Qué noche tan dichosa en que Cristo resucitó de entre los muertos ‘Esta es la noche, en que, rotas las cadenas del abismo, Cristo asciendo victorioso


Qué noche tan dichosa en que Cristo resucitó de entre los muertos

‘Esta es la noche, en que, rotas las cadenas del abismo, Cristo asciendo victorioso del abismo… ¡Qué noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos’.
Así cantábamos con júbilo al inicio de esta noche santa. Nos alegramos, se alegra toda la tierra, se alegran todos los coros celestiales. ‘Que las trompetas anuncien la salvación’. Que las campanas repiquen a gloria. Bendito sea el Señor que nos da un gozo y una alegría tan grande. ¡Cristo ha resucitado! ¡Cristo ha vencido a la muerte! Cristo nos da la victoria sobre el pecado.
Ya no vamos nosotros al sepulcro para contemplar a un crucificado muerto. Queremos ver la tumba vacía. Queremos escuchar el anuncio de los ángeles. Queremos sentir la alegría de aquellas Marías que se encontraron la tumba vacía. ‘Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí. Ha resucitado como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos…’ Con temblor, no de miedo sino de emoción, cantamos llenos de alegría la resurrección del Señor.
Lo había anunciado repetidas veces Jesús cuando anunciaba su pasión y su muerte. ‘Al tercer día resucitará’. Pero no terminaban de entender. Por eso seguían encerrados en el cenáculo con miedo a los judíos. Había manifestado su gloria allá en el Tabor a los tres discípulos predilectos, le había dicho que no hablaran de ello hasta después de su resurrección de entre los muertos, pero no habían entendido ni se habían atrevido a preguntar qué significaba aquello. Ahora podían comprenderlo. Ahora se llenarían de alegría, como nos seguimos alegrando nosotros a lo largo de los siglos cuando celebramos, como lo hacemos en esta noche, como lo hacemos en este día, la resurrección del Señor.
‘Estas son las fiestas de Pascua, en las que se inmola el Cordero, cuya sangre consagra las puertas de los fieles’, cantábamos en el pregón recordando aquella pascua judía que era anticipo y preparación de nuestra pascua. Se ha inmolado el Cordero. Lo contemplamos entregado por nosotros muerto en la cruz, en la tarde del viernes santo. Pero lo contemplamos ahora vencedor, resucitado, lleno de la gloria de Dios, consagrando no ya las puertas, sino consagrando nuestra vida con su sangre que nos ha lavado y purificado, que nos ha llenado de nueva vida, la vida de la gracia, la vida que nos hace hijos de Dios.
Hemos sido iluminados por la luz de Cristo resucitado y ya nuestra vida tiene siempre que resplandecer con esa luz de Dios. Hemos sido arrancados de las tinieblas de la muerte y del pecado. Estamos llenos de su luz y de su vida. Con la luz de Cristo resucitado parece que vemos la vida, las luchas, los trabajos, todo lo que es nuestra existencia con nuevos ojos. Es que los ojos que contemplan con fe la luz de Cristo resucitado tienen una mirada luminosa para verlo todo con nuevo optimismo.
No somos, ni tenemos que ser unos derrotados por fuertes que sean los problemas o las tentaciones. Con Cristo podemos vencer como El venció la muerte. Con la fuerza del Espíritu de Cristo resucitado podemos vencer el mal, el pecado, la tentación. Dejémonos llenar de esa luz; dejémonos llenar de su Espíritu victorioso.
Esta noche hemos ido haciendo un recorrido por toda la historia de la salvación desde la creación hasta la victoria de Cristo resucitado que estamos celebrando. Contemplamos la historia de un pueblo que fue llamado desde Abraham, liberado de Egipto con Moisés haciendo paso del mar Rojo desde la esclavitud hasta la libertad del pueblo nuevo, alentado una y otra vez por los profetas que seguían manteniendo la esperanza del Mesías Salvador que había de venir.
Es también nuestra historia, nuestra vida, porque de esa misma manera el Señor nos ha llamado y elegido, nos ha hecho pasar por las aguas del bautismo – del que aquel paso del mar Rojo fue una imagen anunciadora – y la palabra del Señor que vamos escuchando nos va alentado también en nuestra lucha para mantener nuestra fe, nuestra fidelidad al Señor. ‘Si hemos muerto con Cristo, creemnos que también viviremos con El’. Y eso ha sido una realidad en nuestra vida desde el bautismo que un día recibimos y que esta noche renovamos.
En Cristo por la fuerza de su Espíritu somos fortalecidos continuamente con la gracia de los sacramentos. Algunas veces quizá se nos hace duro el camino y la lucha. Pero cuando contemplamos esta noche a Cristo resucitado, se renacen nuestras esperanzas, nuestros deseos de luchar, nuestra voluntad de vivir esa vida nueva que Cristo nos ofrece. Y vemos que es posible porque tenemos a Cristo de nuestra parte. Le contemplamos a El resucitado y nos sentimos nosotros renovados, impulsados a esa vida nueva del evangelio, a resplandecer con esa santidad a la que estamos llamados. Hasta nos sentimos optimistas frente a la negrura de nuestro mundo.
Cristo resucitado también nos sale al encuentro como a aquellas mujeres que marchaban del sepulcro llenas de alegría con el anuncio del ángel tras contemplar la tumba vacía. ‘Alegraos… no tengáis miedo’, les decía Jesús a aquellas mujeres, nos dice a nosotros también. Que no se turbe de ninguna manera nuestra alegría. El Señor está con nosotros, ¿a quién vamos a temer? Nada ya nos puede acobardar.
También a nosotros nos dice: ‘Id a anunciar a mis hermanos…’ Esta gran noticia, esta alegría no nos la podemos guardar para nosotros. Tenemos que comunicarla, tenemos que anunciarla. Esta luz de la resurrección tiene que inundar nuestra mundo. Llevemos la noticia a los demás. Que con nuestras palabras, con nuestras actitudes, con el gozo que desborda de nuestro corazón y que se tiene que notar también exteriormente, llevemos ese anuncio a los demás.
Tenemos que felicitar a todos porque Cristo a resucitado, porque es noticia y es alegría para todos. No nos acobardemos porque haya alguien que no lo entienda. Nosotros, sí lo entendemos, y lo anunciamos, y tenemos que hacerle ver a nuestro mundo la fe que tenemos en Cristo resucitado.
Quizá estos días de pasión externamente hemos tenido muchas cosas que expresan nuestra fe, pero es una lástima que llegue este día, el más importante, y no sigamos con esa manifestación externa de nuestra fe y de nuestra alegría pascual. Quizá se ponían colgaduras con crespones en el día del viernes santo, pero no somos capaces de poner banderas de fiesta en la mañana del día de la resurrección del Señor. Mucho tendríamos que cambiar en este sentido muchas costumbres.
Gritemos al mundo: ¡Cristo ha resucitado! Contagiemos la alegría pascual a todos. Felicitémonos de verdad con una alegría nacida del corazón contagiado de la luz de Cristo resucitado.

viernes, 22 de abril de 2011

PREGON SEMANA SANTA DE TACORONTE

‘Toquen la trompeta en Sión… convoquen a la asamblea, reunan a la gente, santifiquen a la comunidad, llamen a los ancianos, congreguen a los muchachos y niños de pecho…’
Las palabras con que iniciado mi intervención son el pregón o primera convocatoria hace cuarenta días de boca del profeta Joel con las que la Iglesia nos invitaba y convocaba a la Pascua. No he podido menos que recordarlo cuando hace ya días y semanas el párroco de santa Catalina me pedía que pronunciara este pregón de la Semana Santa de nuestro pueblo de Tacoronte. Atrevido, he de reconocer, fui al aceptar tal encargo, pero honrado también por tal honor inmerecido. Pero aquí me tienen en esta noche siendo ustedes condescendientes en exceso conmigo al venir a escuchar lo que yo ahora pueda pregonar que ya no sepan.
Pregonar, dice el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, es ‘publicar, hacer notorio en voz alta algo para que llegue al conocimiento de todos’. También nos dice que pregón es ‘discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella’.
No es anuncio de algo nuevo lo que esta noche se pretende hacer aquí, porque para nosotros los creyentes las festividades, las celebraciones a las que convocamos son como el centro de todo nuestro caminar como cristianos que queremos seguir a Jesús y porque estamos celebrando el más grande misterio de amor de un Dios que hecho hombre se entrega por nosotros en el más sublime amor. Sin embargo, aunque una y otra vez celebramos cada año la Semana Santa, siempre ha de ser algo nuevo y vivo y bien merece pregonar para invitar a no caer en la rutina sino darle siempre el mayor brillo y esplendor, al mismo tiempo que la mayor intensidad de vida.
Sí, queremos decir, y bien alto, lo que vamos a celebrar para que, si no al sonido de las trompetas, como decía el profeta, sí al tañido de las campanas de nuestras muchas parroquias tacoronteras, nos sintamos todos convocados a participar en esta Pascua. Hace años eran solamente las campanas de santa Catalina las que haciéndose oír por todos los rincones de Tacoronte convocaban a sus feligreses que desde el mar hasta el monte acudían, por los diferentes caminos en una florenciente y hermosa primavera a través de nuestra llena de colorido campiña tacorontera, a celebrar en nuestra parroquia matriz la Semana Santa.
Eran tiempos en que no habían excesivos ruidos en el ambiente y las campanas de santa Catalina se escuchaban desde todos los rincones de Tacoronte. Sabios fueron nuestros mayores para situar nuestros templos con sus campanarios en lugares desde los que se propagan con facilidad el sonido de las campanas por valles y barrancos repitiéndose como en un eco para llegar a todos los rincones por muy alejados que estuvieran. En lugares altos y fácilmente localizables desde la lejanía, donde fueran fáciles las corrientes de aire, o junto a algun barranco que sirviera quizá como caja de resonancia del sonido de nuestras campanas, nuestras parroquias antiguas tienen buena situación para que fueran punto de llamada y también punto de encuentro para todos además de alzarse como un signo de nuestra fe en medio de nuestros campos y pueblos.
Recuerdo cuando de pequeño llegué a vivir a este pueblo cómo, en días diáfanos de sonido y de luz, llegaba a escuchar claramente desde mi casa las campanas de santa Catalina en sus repites alegres que nos convocaban a fiesta, en su tan-tan repetitivo que nos recordaba la hora de la misa o nos anunciaban lúgrubes la muerte de algun feligrés, lo mismo que los toques de oración en la mañana, el mediodía o el atardecer. Tendríamos que recordar y hasta homenajar a los hermanos Almenar, Pepe, el cartero, Catalina y Natalio, el sochantre, dedicados totalmente al servicio de nuestro Iglesia de santa Catalina, sus campanas, el cuidado del templo y los cantos de la misa con el soniquete de sus latines.
Aquellas campanas eran verdaderamente pregón que anunciaba los grandes acontecimientos de la comunidad cuando era una sola parroquia la que abarcaba todo Tacoronte, pero que ahora como en un eco se va repitiendo su anuncio desde las campanas de los distintos templos y parroquias repartidos a través de todo el municipio.
Nos sentimos, pues, convocados a celebrar las fiestas de la Pascua. Como cada año los judíos se reunían recordando su salida de Egipto y celebrando el paso del Señor por su historia, nosotros también en unas fechas similares en la coincidencia de la luna llena de la primavera, nos sentimos igualmente convocados a celebrar la Pascua de Jesús, el paso salvador de Dios que en la muerte y en la resurrección de Jesús nos trajo para siempre la salvación.
En otros tiempos, como antes recordábamos, santa Catalina era la única parroquia de nuestro territorio. Hasta aquí acudían los feligreses desde cada uno de sus rincones para celebrar la Semana Santa. Quiero imaginar los caminos de Tacoronte reverdecidos de primavera y con sus primeras flores, como están en esta época del año, transitados por los grupos de personas que caminando acudían a las celebraciones y a las correspondientes procesiones. Clásico era – y esto es anécdota - lo de las arbejas con los huevos duros que se ofrecían en las ventas de los alrededores de santa Catalina – casa Imeldo y casa Arturo - para los que esperaban después de la procesión del Santo Entierro a la de la Soledad de María o del Silencio en su retorno al Santuario del Cristo.
Ya a partir de los años cincuenta se fueron creando otras parroquias en nuestra ciudad, primero La Caridad, luego las parroquias de Agua Garcia, San Juan, Barranco Las Lajas, el Lomo Colorado y La Luz por necesidades que iban surgiendo al aumentar el número de habitantes de Tacoronte y buscando siempre la mejor atención pastoral. Así poco a poco se fue comenzando a celebrar la Semana Santa en las diferentes parroquias, hecho que había sido precedido de alguna manera cuando los párrocos de entonces habían comenzado a hacer el cumplimiento pascual en los diferentes barrios.
En algunos, como en san Juan me contaban, aún recuerdan los mayores la fiesta de la Espiga de la Adoración Nocturna que don José Pérez Reyes celebraba en el tiempo pascual en aquel barrio para el cumplimiento pascual de sus vecinos y que concluía con una hermosa procesión con el Santísimo Sacramento por los alrededores de donde hoy se ubica el Mercadillo del Agricultor.
Gente más afanada en cosas de la historia de nuestro pueblo y con mayores conocimientos que yo habrá hecho estudios sobre el tema o los harán, porque habrán hermosas experiencias y muchos hermosos retazos de historia que tenemos que recuperar de la memoria de nuestros mayores antes de que se pierdan para la historia.
Pregonar hoy la Semana Santa de Tacoronte ya no se puede quedar reducida a la de Santa Catalina sino que, aunque en la parroquia matriz revistan especial solemnidad como no puede ser menos en tan hermoso templo heredero de la fe y de la piedad de nuestros mayores, hemos de recordar y anunciar la de todas y cada una de sus parroquias con sus propias peculiaridades.
El pórtico de la Semana Santa es igual para todas las comunidades en la celebración de la Entrada de Jesús en Jerusalén con la bendición de palmos y olivos, ya se hagan en la tarde del sábado en algunos lugares ya en la mañana del domingo. En esa celebración ya la liturgia nos ofrece un hermoso pregón en su monición introductoria para hacer que entremos con toda intensidad en la semana de pasión. Sobraría quizá el que tengan que soportar hoy a quien les habla. Alguna experiencia novedosa se va a tener con la Entrada a lomos de un borriquito de verdad en alguna parroquia, o con las representaciones de la pasión que han hecho algunos años.
En algunos lugares ya hay un pre-inicio con la celebración del Vía-crucis que todos los viernes de Cuaresma se realizan en el interior de nuestros templos, pero que tiene su expresión exterior en el que se realiza en esta noche del Viernes de Dolores desde la Cruz de Fray Diego hasta san Juan. Viernes de Dolores que también como un día especial de la Virgen se celebra en las distintas parroquias o lugares de culto como en Tagoro o en la parroquia de Agua García que culmina tambien – quizá en estos mismos momentos - con la procesión de la Soledad de María.
Sin embargo el domingo de Ramos en la Pasión del Señor tiene una nota muy especial en nuestro pueblo de Tacoronte. Es la celebración que, al pie de la imagen de nuestro Cristo de los Dolores y a su lado la Virgen de los Dolores, se tiene en la tarde de este primer día de la Semana Santa. La Imagen del Cristo de los Dolores, que es una imagen de un Cristo victorioso sobre la muerte y el pecado y que lleva ya marcados en su cuerpo todos los estigmas de la pasión abrazado a la cruz como a un trofeo victorioso, se manifiesta vencedor con su pie sobre la cabeza del dragón maligno y nos está anticipando ya lo que va a ser la culminación de toda la semana de Pasión cuando lo veamos y celebremos victorioso en su resurrección.
Una celebración que, yo diría, es anticipo de la resurrección, aunque todavía estemos celebrando su pasión, pero que se ve como contrapuesta con la procesión del Resucitado que con el Santísimo Sacramento se realiza – o se realizaba - en algunas parroquias al terminar la celebración de la Vigilia Pascual. Procesión, ésta con el Santísimo, que pienso si no fuera un traslado, cuando la reforma litúrgica de Pío XII en los años cincuenta, de aquella procesión que en el amanecer del domingo se hacía en muchos lugares con el Santísimo Sacramento en su Custodia. Recuerdo el esfuerzo y los sudores, aun en la fresca noche, de los párrocos de entonces para llevar a pulso nuestra hermosa y pesada Custodia al finalizar la Vigilia Pascual después del cansancio de todos cultos y procesiones de la Semana Santa. Son recuerdos y son vivencias.
Ya sabemos que el centro de nuestras celebraciones y la vivencia de la Semana Santa está en nuestra participación en los actos de culto del Triduo Pascual, Jueves Santo, Viernes Santo y Vigilia Pascual de la Resurrección del Señor, con las Eucaristía solemnes del día de Pascua que celebraremos en cada una de las parroquias.
Creo que todos los creyentes de Tacoronte hemos de preservar mucho nuestra Semana Santa y sus celebraciones cuidando mucho su preparación y su participación, porque no en vano nuestras celebraciones, también con lo que tienen de manifestación externa en las procesiones, son una proclamación y un anuncio que estamos haciendo de nuestra fe.
Aunque haya a quien no le guste, en nombre también de esa misma libertad que invocan, tenemos también el derecho y el deber de proclamar pública y notoriamente nuestra fe. Yo diría que la tarea de pregonero no me toca a mí solamente, aunque esta noche me hayan hecho este encargo y tenga yo que poner la voz, sino que pregorneros hemos de ser todos los creyentes comprometidos de Tacoronte. Herederos somos de una fe que nos trasmitieron nuestros padres que hemos asumido como propia en un compromiso también personal y no hemos de avergonzarnos de trasmitirla, comunicarla, anunciarla, pregonarla a las generaciones que nos siguen y a cuantos nos rodean.
Cuidemos nuestras celebraciones y cuidemos también nuestras procesiones. En ellas expresamos nuestra devoción, pero con ellas también estamos haciendo anuncio de un mensaje a cuantos con curiosidad las contemplen. Las imágenes sagradas son esa expresión plástica de aquel mensaje de salvación, de aquellos hechos que nos trasmite el evangelio. Cuando contemplemos o acompañemos a esas imágenes en nuestras proceciones no nos contentemos con admirar su belleza artística o lo hermoso que se haya adornado el paso o trono de dicha imagen para su procesión, sino que su contemplación nos lleve bien a mirarnos por dentro para darle una profundidad a nuestra vida y a lo que hacemos, o nos haga elevar la mirada a lo alto en busca de esa trascendencia que da a nuestra vida la fe que tenemos.
Que esa música pausada y solemne con que acompaña las procesiones la agrupación Musical de Santa Cecilia, nuestra querida Banda de Música, o esos cánticos que en otros momentos tengamos donde no pueda estar la Banda de Música, nos ayuden a elevar nuestro espiritu. Esa música o esos cánticos que suenan no son un concierto que escuchamos ni un entretenimiento sino que en cierto modo forman parte de esa liturgia que nos ayuda a ese recogimiento espiritual con que vamos en la procesión y tambien, ¿cómo no? a elevarnos hasta Dios. Cuántas cosas podemos rumiar en el silencio de nuestro corazón.
En este sentido la Semana Santa de Tacoronte se ha visto enriquecida en los últimos años, no sólo con las distintas procesiones que en algunas de las otras parroquias se realizan sino también en la propia parroquia de santa Catalina en que se han recuperado algunas imágenes o se han introducido algunas nuevas.
Procesiones como la del martes santo con la Virgen de los Dolores desde Tagoro a San Juan, con el encuentro con el Nazareno, imagen recientemente adquirida, pero que en principio se hacía con el Cristo de la Misericordia, hermosa talla de aquella parroquia que según dicen algunos autores procedía de la Parroquia de santa Catalina.
Procesiones como la de la Virgen de los Dolores y el Nazareno desde el santuario a la parroquia en la noche del miércoles santo o el Via-crucis que se celebra en esa misma noche en Agua Garcia con la Dolorosa y el Nazareno. Procesión solemne la del Jueves Santo desde Santa Catalina al Calvario.
Habría que hacer mención aquí de los Monumentos variados en su forma y expresión levantados en cada una de nuestras parroquias para la reserva y adoración del Santísimo. No quiero alagarme, pero si antes hacía mención a Catalina Almenar la vuelvo a recordar en este momento por cuanto mimo y dedicación ella ponía hasta los últimos años de su vida en la preparación del Sagrario y de todo lo que adornaba el Monumento de nuestra Parroquia de Santa Catalina. Quería morir a los pies del Sagrario, me dijo en más de una ocasión.
El Vienes Santo desde el amanecer con los primeros rayos del sol camina la Cruz de Tagoro en Vía-crucis hasta san Juan, o un poco más tarde el Nazareno recorrerá su camino hacia el Calvario para subir por la calle de la Amargura hasta el Santuario. En la tarde en Agua Garcia y San Juan el Crucificado y la Dolorosa recorrerán sus caminos, y desde Santa Catalina se celebrará solemnemente la procesión del Santo Entierro en su recorrido de la calle del Calvario. ¡Cómo no recordar cuando don Sixto se subía a la pared del Calvario para desde allí hacernos un encendido sermón del Santo Entierro y sepultura del Señor!
Culmina la noche acompañando a la Virgen de los Dolores en Agua García, en San Juan hasta Tagoro, y desde santa Catalina en la procesión de la Soledad y el Silencio por el Camino Nuevo de regreso hasta su casa en el Santuario.
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas;
clávame tus siete espadas
en esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata
esa lividez de plata,
esa lágrima que brilla.

Déjame que restañe
ese llanto cristalino,
y a la vera del camino
permite que te acompañe.
Déjame que en lágrimas bañe
la orla negra de tu manto
a los pies del árbol santo,
donde tu fruto se mustia.
Capitana de la angustia:
no quiero que sufras tanto.

¿Dónde está ya el mediodía
luminoso en que Gabriel,
desde el marco del dintel,
te saludó: Ave María?
Virgen ya de la agonía,
tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a ti
ese augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario,
cítame en Getsemaní.

A ti, doncella graciosa,
hoy maestra de dolores,
playa de los pecadores,
nido en que el alma reposa,
a ti, ofrezco, pulcra rosa,
las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quien quería
cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa,
Virgen Sagrada María.
Versos que la Iglesia ha tomado prestados del poeta para himno de la sagrada liturgia y que bien nos vienen recordar en este Viernes de Dolores y en este recuerdo que hacemos de la procesión de la Soledad de María.
Hermosa procesión con filas interminables de velas en el silencio de la noche y con el perfume de las acacias que comienzan a florear en la primavera. Siempre que participé en dicha procesión me llegaba hondo el silencio que ninguna palabra podía romper, porque junto a una Madre, María, llena de dolor en la muerte del Hijo las mejores palabras son el silencio de una compañía perfumada por el amor. Perfume no de muerte sino de anuncio de resurrección, porque aunque sea procesión de soledad y de silencio ante el dolor de una madre, es al mismo tiempo procesión de esperanza como de esperanza está lleno el corazón de María con la certeza de la resurrección de Jesús.
Perfume embriagador que en esa procesión de esperanza va llenando nuestro espíritu y que es ya anticipo del perfume nuevo de victoria y de triunfo que en la Vigilia Pascual vamos a aspirar en nuestras distintas parroquias. El camino que en la noche del viernes santo hacemos con María no se queda junto a una tumba cerrada, sino que en los albores del primer día de la semana, que para nosotros los cristianos es el domingo porque es el día en que resucitó el Señor, saltará por los aires la piedra que cerraba la entrada del sepulcro; allí ya no buscaremos a un crucificado derrotado y muerto sino al Señor victorioso y resucitado que aclamaremos tanto en la Vigilia Pascual como en la mañana de Pascua.
Es un nuevo perfume de vida y de amor el que aspiraremos desde lo tumba vacía porque con nuestros vibrantes aleluyas querremos cantar a Jesús el Señor. Recuperemos amigos todo el sentido y la alegría de la fiesta grande de los cristianos que es la resurrección del Señor tratando de vivirla con toda intensidad porque para eso es para lo que nos hemos ido preparando. Y os digo una cosa, esto es lo que considero que es lo más importante que tengo que pregonar en esta noche.
Alégrese el cielo y goce la tierra, exulten los coros de los ángeles, pregónese por todas partes a hombres y mujeres, a jóvenes, ancianos y niños, suenen las trompetas, resuene con fuerza vibrante la música, canten a coro nuestras gargantas, repiquen con más brío nuestras campanas, pongamos banderas de fiesta en nuestras calles y plazas, colgaduras de alegría en nuestras ventanas y balcones, vistámonos de fiesta y de fiesta grande en ese día porque celebraremos lo más grande y lo más hermoso, lo que da verdadero sentido a todo lo otro que hayamos celebrado y vivido toda la semana, y es que queremos cantar que Jesús verdaderamente ha resucitado.
Pueblo de Tacoronte vivamos todo esto con intensidad nosotros que tanto amamos a nuestro Cristo de los Dolores, pero que es un Cristo de Victoria, porque es imagen de Cristo victorioso sobre el dragón maligno, es imagen de Cristo resucitado.
Profunda y sentida Semana Santa les deseo y, por adelantado, Feliz Pascua de Resurrección.