miércoles, 27 de febrero de 2013


¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por sus palabras, siempre certeras, profundas y realistas.
Porque, en su ancianidad, ha sabido regir durante este tiempo
a la nave de la Iglesia en medio de vendavales y tormentas.

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por su percepción de la realidad y por su gran corazón
para asumir con paciencia las injurias y desprecios.
Por no haberse doblegado y, desde la sencillez y humildad,
haber propuesto con convencimiento la verdad de Jesucristo
y su primacía dentro de nuestra Iglesia y para el mundo

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por su inteligencia, lúcida, despierta y abierta.
Por su cercanía, afabilidad y por su nobleza.
Por haber luchado para que la Iglesia
fuera más santa, transparente, evangélica y llena de Dios.

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por su Magisterio que se ha sido abundante y profundo,
y sin rendirse a los vaivenes y caprichos de este mundo.
Por su gusto y por su delicadeza en la liturgia,
y por mostrarnos que Tú está en medio de nosotros,
Por su interés por la música y por el gregoriano,
por su recogimiento y devoción en la Eucaristía,
por querer siempre más unir que romper.

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por su mano que ha impartido bendiciones a millares.
Por su cayado que nos ha invitado a seguir a Cristo y sin condiciones,
por su lento caminar, con el cual nos sugería,
que la fe se propone y nunca se impone.
Por su mirada risueña y perdida en el horizonte divino
que nos animaba a mirar hacia lo más profundo de nuestra alma
y a cultivar la oración y la vida interior.

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

Por este gesto que le honra....de decirnos que, sus fuerzas,
son menores que la capacidad para llevar el timón de la Barca de Pedro.
No lo deseábamos pero lo comprendemos.
Recompensa, Señor, su inmensa labor
y que nos perdone a nosotros, si en algún momento,
fuimos con Su Santidad más lobos que corderos.

¡GRACIAS, SEÑOR, POR EL PAPA BENEDICTO XVI!

domingo, 10 de febrero de 2013


MENSAJE DEL SANTO PADRE CON OCASIÓN DE LA
Descrizione: stemmaBenedettoXVIgrandeXXI JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
(11 de febrero de 2013)

«Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37)
Queridos hermanos y hermanas

1. El 11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, en el Santuario mariano de Altötting, se celebrará solemnemente la XXI Jornada Mundial del Enfermo. Esta Jornada representa para todos los enfermos, agentes sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, «un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad» (Juan Pablo II, Carta por la que se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, 3). En esta ocasión, me siento especialmente cercano a cada uno de vosotros, queridos enfermos, que, en los centros de salud y de asistencia, o también en casa, vivís un difícil momento de prueba a causa de la enfermedad y el sufrimiento. Que lleguen a todos las palabras llenas de aliento pronunciadas por los Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II: «No estáis… ni abandonados ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen» (Mensaje a los enfermos, a todos los que sufren).

2. Para acompañaros en la peregrinación espiritual que desde Lourdes, lugar y símbolo de esperanza y gracia, nos conduce hacia el Santuario de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la figura emblemática del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La parábola evangélica narrada por san Lucas forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Enc. Spe salvi, 37).

3. Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio pecado (cf. Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas XXXIV, 1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas, 71-84; Agustín, Sermón 171). Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que «se despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición» divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

4. El Año de la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado. En este sentido, y para que nos sirvan de ejemplo y de estímulo, quisiera llamar la atención sobre algunas de las muchas figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, «experta en la scientia amoris» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio ineunte, 42), supo vivir «en profunda unión a la Pasión de Jesús» la enfermedad que «la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos» (Audiencia general, 6 abril 2011). El venerable Luigi Novarese, del que muchos conservan todavía hoy un vivo recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de su ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos y los que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios marianos, de modo especial a la gruta de Lourdes. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen, hasta en los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la Jornada Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el rosario en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los que «no son queridos, ni amados, ni atendidos». También santa Ana Schäffer de Mindelstetten supo unir de modo ejemplar sus propios sufrimientos a los de Cristo: «La habitación de la enferma se transformó en una celda conventual, y el  sufrimiento   en  servicio  misionero…     Fortificada  por   la   comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo» (Homilía para la canonización, 21 octubre 2012). En el evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor.

5. Quisiera por último dirigir una palabra de profundo reconocimiento y de ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, a las diócesis, las comunidades cristianas, las asociaciones de agentes sanitarios y de voluntarios. Que en todos crezca la conciencia de que «en la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 38).

Confío esta XXI Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para que acompañe siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que ayude a todos los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento, a la vez que imparto de todo corazón la Bendición Apostólica.

            Vaticano, 2 de enero de 2013
BENEDICTUS PP XVI

sábado, 9 de febrero de 2013


Quiero gozarme de tu amor, Señor


Vengo a postrarme ante ti, Señor, en esta tarde,
gozándome hondamente de tu amor.
¡Qué grande eres, Señor!
¡Qué inmenso es tu amor!
Primero quiero, Señor,
profesar mi fe en Ti,
Señor Creador de cielo y tierra,
que en tu inmensidad todo lo llenas
y sin ti nada existe
y que tu sabiduría se manifiesta
en la belleza de la creación.

¡Que los cielos y la tierra
proclamen tu gloria, Señor!
Todo cuanto existe
es obra de tu poder y de tu sabiduría
y todo nos está manifestando
la maravilla de tu amor.

Todo sea siempre, Señor, para tu gloria;
las criaturas todas prorrumpen
en cánticos de alabanza y bendición,
pero cuanto sentimos cuanto nos amas, Señor,
y la maravilla que has hecho
cuando nos has creado
todo tiene que ser por nuestra parte
acción de gracias por tu amor;
tan grande es el amor que nos tienes
que has querido estar siempre cerca de nosotros
aunque no  lo merecemos,
aunque tantas veces te hemos olvidado
y hemos querido hacer la vida por nuestra cuenta
olvidandonos de ti;
pero tu amor es un amor fiel desde que nos creaste
y nunca nos abandonaste;
gracias, Señor, por tu amor.

Es lo que en esta tarde queremos reconocer,
sintiendo como has derramado tu amor sobre nosotros
dándonos a tu Hijo
para ser nuestro Salvador y Redentor,
pero más aún llenándonos de tu Espíritu Santo
que nos santifica y nos fortalece,
que nos purifica y nos llena de tu gracia,
que nos hace llegar tu perdón
y al mismo tiempo nos levanta;
qué maravilloso es tu amor, Señor;
te damos gracias,
no queremos cansarnos de darte gracias,
queremos que todo sea siempre para tu gloria
y nuestra vida toda sea
un cántico de alabanza a tu gloria y a tu amor.

Gracias, Señor, por tu presencia,
allá donde vayamos o allá donde estemos
allí siempre te encontraremos a ti;
no podemos escondernos de tu presencia,
ni podemos sentir nunca temor,
porque reconocemos que tu presencia
es una presencia gracia,
una presencia de amor.

Gracias, Señor,
por tu presencia real y verdadera
aquí sobre el altar en el Sacramento de la Eucaristía;
es tu cuerpo y es tu sangre,
eres tú, Señor, que eres nuestro salvador
y así te nos das en comida
y quieres ser presencia permanente junto a nosotros
en el Sacramento;
ahí estás, Señor,
nos escuchas y nos esperas,
nos alimentas y nos llenas de vida.

Dame la gracia de amarte siempre, Señor.