miércoles, 30 de diciembre de 2009

MENSAJE DEL PAPA PARA LA JORNADA DE LA PAZ

El próximo primero de enero es la Jornada Mundia de Oración por la paz. Su Santidad Benedicto XVI ha publicado un mensaje como todos los años para esta jornada. Creo que los miembros de esta página tendríamos que leerlo. Como es muy largo no lo trascribo aqui, pero os pongo la página donde lo podéis encontrar
http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/peace/documents/hf_ben-xvi_mes_20091208_xliii-world-day-peace_sp.html
Que Dios os bendiga para el próximo año que comienza y os llene de su paz
Carmelo

MENSAJE DE SU SANTIDAD

MENSAJE DE SU SANTIDADBENEDICTO XVIPARA LA CELEBRACIÓN DE LA XLIII JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ
1 DE ENERO DE 2010
SI QUIERES PROMOVER LA PAZ, PROTEGE LA CREACIÓN

1. Con ocasión del comienzo del Año Nuevo, quisiera dirigir mis más fervientes deseos de paz a todas las comunidades cristianas, a los responsables de las Naciones, a los hombres y mujeres de buena voluntad de todo el mundo. El tema que he elegido para esta XLIII Jornada Mundial de la Paz es: Si quieres promover la paz, protege la creación. El respeto a lo que ha sido creado tiene gran importancia, puesto que «la creación es el comienzo y el fundamento de todas las obras de Dios»[1], y su salvaguardia se ha hecho hoy esencial para la convivencia pacífica de la humanidad. En efecto, aunque es cierto que, a causa de la crueldad del hombre con el hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»[2].
2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de la responsabilidad[3]. En cambio, valorar la creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas»[4].
3. Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días aumenta cada vez más la convicción —escribía— de que la paz mundial está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas concretas»[5]. También otros Predecesores míos habían hecho referencia anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI, por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades, poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe a la familia humana toda entera»[6].
4. Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa de llamar la atención con energía sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. En 1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica» y, destacando que ésta tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente necesidad moral de una nueva solidaridad»[7]. Este llamamiento se hace hoy todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis, que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados «prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la alimentación, a la salud y al desarrollo.
5. No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está estrechamente vinculada al concepto mismo de desarrollo y a la visión del hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace tiempo en todas las partes del mundo.[8] La humanidad necesita una profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente atravesando —ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o social— son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí. Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones.
6. ¿Acaso no es cierto que en el origen de lo que, en sentido cósmico, llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad»? El mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad»[9]. El Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (cf. Gn 1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios, negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación (cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo, perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios, perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón de desechos esparcidos al azar»[10], mientras que la Revelación bíblica nos ha hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (cf. Gn 2,15)[11]. Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada por él»[12]. Así, pues, el hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la creación, protegiéndola y cultivándola[13].
7. Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos»[14]. Por tanto, la herencia de la creación pertenece a la humanidad entera. En cambio, el ritmo actual de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre todo para las futuras[15]. Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes, que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la creación. Para contrarrestar este fenómeno, teniendo en cuenta que «toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»[16], es también necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente. Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su salvaguardia, previendo también sus costes —en términos ambientales y sociales—, que han de ser considerados como un capítulo esencial del costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro, tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más pobres de la tierra y a las futuras generaciones.
8. En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad intergeneracional. Los costes que se derivan de la utilización de los recursos ambientales comunes no pueden dejarse a cargo de las generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a cada Estado y a la Comunidad internacional»[17]. El uso de los recursos naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca el destino universal de los bienes[18]; que la intervención del hombre no comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana. Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional, especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y aquellos altamente industrializados: «la comunidad internacional tiene el deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro»[19]. La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y tecnologías más limpias.
9. Es indudable que uno de los principales problemas que ha de afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos, buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la «redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que también los países que no los tienen puedan acceder a ellos»[20]. La crisis ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global siguiendo una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana[21].
10. Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 [22], y la «solidaridad global», que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2009 [23], son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la promoción del desarrollo humano integral. Se trata de una dinámica imprescindible, en cuanto «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la humanidad»[24]. Hoy son muchas las oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias a las cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la relación entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso favorecer la investigación orientada a determinar el modo más eficaz para aprovechar la gran potencialidad de la energía solar. También merece atención la cuestión, que se ha hecho planetaria, del agua y el sistema hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer orden para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada gravemente por los cambios climáticos. Se han de explorar, además, estrategias apropiadas de desarrollo rural centradas en los pequeños agricultores y sus familias, así como es preciso preparar políticas idóneas para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen falta políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario compromiso internacional que aporte beneficios importantes, sobre todo a medio y largo plazo. En definitiva, es necesario superar la lógica del mero consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la justicia y el bien común. Por otro lado, como ya he tenido ocasión de recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos materiales. La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y guardar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe reflejar el amor creador de Dios»[25].
11. Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social, ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones»[26]. Se ha de educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda, trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas, que se mueven con generosidad y determinación en favor de una responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el respeto de la «ecología humana». Además, se ha de requerir la responsabilidad de los medios de comunicación social en este campo, con el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto, ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo; un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferentes ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas, los grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el medio ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la «caridad en la verdad». En este contexto tan amplio, es deseable más que nunca que los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que sólo con su mera existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso de desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad eficaces y correspondidos adecuadamente.
12. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología ambiental se beneficia»[27]. No se puede pedir a los jóvenes que respeten el medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social[28]. Los deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso, aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que, como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al prójimo y el respeto por la naturaleza.[29] Es preciso salvaguardar el patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de la persona humana y de la creación.
13. Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que muchos encuentran tranquilidad y paz, se sienten renovados y fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y la armonía de la naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar la creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la «dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente naturalista. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma dignidad humana[30].
14. Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y resucitado, ha entregado a la humanidad su Espíritu santificador, que guía el camino de la historia, en espera del día en que, con la vuelta gloriosa del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra nueva» (2 P 3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto, proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello, así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son realidades íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres promover la paz, protege la creación.
Vaticano, 8 de diciembre de 2009
BENEDICTUS PP. XVI


[1] Catecismo de la Iglesia Católica, 198.
[2] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.
[3] Cf. n. 48.
[4] Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII,145.
[5] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.
[6] Carta ap. Octogesima adveniens, 21.
[7] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 1990, 10.
[8] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 32.
[9] Catecismo de la Iglesia Católica, 295.
[10] Heráclito de Éfeso (535 a.C. ca. – 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en H. Diels-W. Kranz, Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín19526.
[11] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 48.
[12] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 37.
[13] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 50.
[14] Const. past. Gaudium et spes, 69.
[15] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34.
[16] Carta enc. Caritas in veritate, 37.
[17] Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 467;cf. Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17.
[18] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 30-31. 43.
[19] Carta enc. Caritas in veritate, 49.
[20] Ibíd.
[21] Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 49, 5.
[22] Cf. n. 9.
[23] Cf .n. 8.
[24] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 43.
[25] Carta enc. Caritas in veritate, 69.
[26] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36.
[27] Carta enc. Caritas in veritate, 51.
[28] Cf. ibíd., 15. 51.
[29] Cf. ibíd., 28. 51. 61; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.39.
[30] Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 70.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Marginar la religión es impedir el dialogo entre culturas, advierte el Papa

Marginar la religión es impedir el dialogo entre culturas, advierte el Papa


En el encuentro con el mundo académico en Praga


PRAGA, domingo, 27 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- Benedicto XVI advirtió en la tarde de este domingo en Praga que marginar la religión significa impedir el diálogo entre las culturas que tanto necesita el mundo contemporáneo.

El discurso que el pontífice dirigió al mundo académico de la República Checa se convirtió en un análisis de los efectos de ese rechazo de Dios que acaba convirtiéndose en una forma de fundamentalismo.

"Quienes se proponen esta exclusión positivista de lo divino y de la universalidad de la razón no sólo niegan una de las convicciones más profundas de los creyentes, sino que además acaban oponiéndose al diálogo de las culturas que ellos mismos proponen", alertó.

"Una comprensión de la razón cerrada a lo divino --insistió--, que relega las religiones en el ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en ese diálogo de las culturas del que tiene una necesidad urgente nuestro mundo".

El Papa se presentó a la nutrida platea de profesores, docentes y estudiantes de las universidades congregada en el Salón de Vladislav del Castillo de Praga como "un profesor, atento al derecho de la libertad académica y a la responsabilidad ante el uso auténtico de la razón", quien "ahora es el Papa que, en su papel de pastor, es reconocido como voz competente para la reflexión ética de la humanidad".

El Santo Padre aclaró que si bien hay quienes consideran "que las preguntas elevadas por la religión, la fe y la ética no tiene lugar en el ámbito de la razón pública, esta visión no es para nada evidente", en cuanto la libertad es el fundamento del ejercicio de la razón y tiene el objetivo preciso de buscar la verdad, y como tal, expresa una dimensión propia del cristianismo.

El pontífice explicó que precisamente la sed de conocimiento del hombre que empuja a cada generación a ampliar el concepto de razón y a alimentarse de la fuente de la fe, llevaron al cristianismo a crear las universidades.
Esta convicción llevó a Clemente VI a instituir, en 1347, la Universidad Carolina de Praga, la primera y más famosa de la Europa central y del este.

"La gran tradición formativa, abierta a lo trascendente, que constituye el origen de las universidades en toda Europa, ha sido sistemáticamente subvertida, en esta tierra y en otras, por la reductiva ideología del materialismo, por la represión de la religión y la opresión del espíritu humano. Y sin embargo, en 1989, el mundo fue testigo del derrumbe dramático de una ideología totalitaria fracasada y del triunfo del espíritu humano".

En este contexto, Benedicto XVI subrayó que el anhelo por la libertad y por la verdad, forma parte inalienable de nuestra humanidad, y eso no podrá nunca ser eliminado --como lo demuestra la historia.

Hablando a los rectores y profesores, el Papa recordó que un aspecto esencial de la misión de la universidad es la responsabilidad de iluminar las mentes y los corazones de los jóvenes, con una educación que no consiste en la mera acumulación de conocimientos y habilidades, sino en una formación humana en las riquezas de una tradición intelectual orientada una vida virtuosa.

"Debe ser reconquistada la idea de una formación integral, basada en la unidad del conocimiento radicado en la verdad. Esto puede contrastar la tendencia, tan evidente en la sociedad contemporánea, hacia la fragmentación del saber. Con el masivo crecimiento de la información y de la tecnología nace la tentación de separar la razón de la búsqueda de la verdad".

El Papa advirtió que la razón, una vez separada de la fundamental orientación humana hacia la verdad puede perder su dirección, puede conformarse con lo parcial y lo provisional, o bajo la apariencia de certezas, dar un valor igual a todo.

"El relativismo que de ello se deriva genera un camuflaje detrás del cual pueden esconderse nuevas amenazas a la autonomía de las instituciones académicas", advirtió.

Por eso se preguntó: "¿si por un lado ha pasado el período de la injerencia derivada del totalitarismo, no es quizás también verdad que, por otro lado, frecuentemente hoy en el mundo el ejercicio de la razón y la investigación académica están obligados --de manera sutil y a veces no tan sutil-- a plegarse a las presiones de grupos de intereses ideológicos y las exigencias de objetivos utilitaristas a corto plazo o simplemente pragmáticos?".

El Papa también se preguntó qué pasaría "si nuestra cultura se basara sólo en argumentos de moda, con pocas referencias a una tradición intelectual histórica genuina o en convicciones promovidas con mucho ruido o con fuerte financiación?".

"¿Qué pasaría si, a causa del ansia de mantener una secularización radical, acabara por separarse de las raíces que le dan vida?", se interrogó.

En ese caso, constató, "nuestras sociedades dejarán de ser razonables o tolerantes o dúctiles para convertirse en más frágiles y menos inclusivas, y tendrán que esforzarse cada vez más para reconocer lo que es verdadero, noble y bueno".

Al final del encuentro, el Santo Padre firmó en el libro de oro y a continuación regresó a la nunciatura apostólica de Praga donde se aloja durante la visita a la República Checa.

Marginar la religión es impedir el dialogo entre culturas, advierte el Papa

miércoles, 26 de agosto de 2009

Santa Teresa Jornet

Santa Teresa Jornet
Un fruto de la cuna de los santos

Una santa que llena de gozo a su familia, a su pueblo, a la diócesis, la congregación de las Hermanitas y a la Iglesia católica.
Nace en Aitona el 9 de enero del 1843, en casa de su abuela, Josefa Gaya. Recibió el bautismo al día siguiente.
Murió en Leiria (Valencia) el 26 de agosto del 1897. Sus restos mortales fueron trasladados a la casa madre, en Valencia, el 1 de junio del 1904.
Pío XII la beatificó el 27de abril del 1958. Pablo VI la canonizó el 27 de enero del 1974. Pablo VI la proclamó patrona de la ancianidad el 24 de febrero del 1977.
En su vida santa destaca el hecho de haber sido la fundadora de la institución religiosa conocida como las Hermanitas de los Ancianos Desamparados.
El camino de la fundadora y de la santidad no fue fácil. Por eso, hoy, es santa.
Después de haber ejercido de maestra en el pueblo de Argensola (Barcelona) con título oficial, ingresó en la orden carmelita terciaria, fundada por su tío, el beato P. Francisco Palau Quer, carmelita.
Por diversos motivos, sobretodo por la muerte de su tío, regresó a casa de sus padres, a Aitona. De allí acompañó a su mare a tomar las aguas a Estadilla (Huesca). Las conocía, pues, la última comunidad carmelitana donde había vivido era aquella.
Durante la estada en tierras de Barbastro habló con Mn. Pere Llacera Vilas, sacerdote de origen leridano que había pasado a Barbastro, bien conocido del P. Palau y de Teresa. El coloquio fue fructífero. Con su madre regresaron a Aitona y, ella, hizo el camino inverso, el de irse a Barbastro.
Allí se inició la institución religiosa que después de diversos contratiempos acabaría teniendo el nombre de ahora: Hermanitas de los Ancianos Desamparados. Diversas circunstancias hicieron poner la casa madre en Valencia.
De una actividad desbordante, con 25 años de fundadora fundó 103 comunidades. Una media estadística de 4 por año. No sorprende que muriera a los 54 años.
La fundación de las Hermanitas fue el día 2 de octubre del 1872. La fundación en Aitona el 12 de agosto del 1891, con la ayuda de todo el pueblo y del obispo de Lleida, Josep Meseguer Costa.
Su fiesta litúrgica se celebra el 26 de agosto.

jueves, 23 de julio de 2009

El Papa Benedicto XVI nos invita a rezar en familia esta oración por los adultos mayores.

El Papa Benedicto XVI nos invita a rezar en familia esta oración por los adultos mayores.


Señor Jesús, tu naciste de la Virgen María,
hija de San Joaquín y Santa Ana.
Mira con amor a los abuelos de todo el mundo.
¡Protégelos! Son una fuente de enriquecimiento
para las familias, para la Iglesia y para toda la sociedad.
¡Sostenlos! Que cuando envejezcan sigan siendo
para sus familias pilares fuertes de la fe evangélica,
custodios de los nobles ideales, hogareños,
tesoros vivos de sólidas tradiciones religiosas.
Haz que sean maestros de sabiduría y valentía,
que transmitan a generaciones futuras los frutos
de su madura experiencia humana y espiritual.
Señor Jesús, ayuda a las familias y a la sociedad
a valorar la presencia y el papel de los abuelos.
Qué jamás sean ignorados o excluidos,
sino que siempre encuentren respeto y amor.
Ayúdales a vivir serenamente y a sentirse acogidos
durante todos los años de vida que les concedas.
María, Madre de todos los vivientes,
cuida constantemente a los abuelos,
acompáñalos durante su peregrinación terrena,
y con tus oraciones obtén que todas las familias
se reúnan un día en nuestra patria celestial,
donde esperas a toda la humanidad
para el gran abrazo de la vida sin fin. Amén.
S.S. Benedicto XVI

miércoles, 15 de julio de 2009

ASÍ NACIÓ LA ORDEN DEL CARMEN



ASÍ NACIÓ LA ORDEN DEL CARMEN Y LA ADVOCACIÓN DEL CARMEN


1. ORIGEN HISTÓRICO DEL CARMELO
Dificultades ha encontrado la historiografía carmelita de todos los tiempos pero especialmente en sus orígenes, ya que carece de escritos fiables para conocer su origen y evolución. La Orden del Carmen no tiene un hombre o mujer a quien pueda acudir como fundador o fundadora. Su origen es sencillo, modesto, sin relieve. Un grupo de cruzados, penitentes y peregrinos dieron vida a la futura Orden del Carmen en la última década del siglo Xll en las laderas del Monte Carmelo, en Palestina.
El primer documento histórico que poseemos es la Regla. Alberto Avogadro o de Vercelli, Patriarca de Jerusalén (+ 1214), de acuerdo con su propósito, les entregó una breve Norma de vida. La Regla albertina recibida por el 1209 será siempre punto de referencia y el libro fundamental de la historia y espiritualidad de la Orden del Carmen. Bien podemos afirmar que con ella incipit Carmelus.
Las primeras Constituciones que conocemos - 1281 - ya traen la Rúbrica prima pero que hubo de ser anterior, en la que se afirma que estos primeros habitantes del Carmelo se propusieron vivir en comunidad y trataron de emular a San Elías y a él lo tomaron como padre espiritual. Estas Normas de vida se convirtieron en Regla al ser aprobadas canónicamente por el Papa Honorio III, el 30 de enero de 1226.
Valioso es también, para conocer los orígenes del Carmelo, el testimonio de Jaime de Vitry (+ 1240), que fue obispo de Acre (1210 - 1228), y escribió en su "Historia Orientalis" sobre este grupo naciente de carmelitas. Afirma que no pocos de aquellos devotos peregrinos, en lugar de volver a su patria, preferían quedarse en Palestina para consagrarse al Señor, abrazando allí la vida monástica en el Monte Carmelo, en las cercanías de la fuente de Elías. Allí siguiendo el ejemplo del santo y solitario profeta Elías, "vivían en pequeñas celdas y, cual abejas del Señor, se dedicaban a elaborar en sus colmenas una miel espiritual de exquisita dulzura".
El famoso historiador de la Edad Media, el dominico Vicente de Beauvais, en su "Speculum maius", ofrece también datos preciosos sobre el origen de los carmelitas en el Monte Carmelo.
Nos encontramos, pues, en Palestina ante un grupo de ermitaños, provenientes de varios países europeos. No son nativos, sino occidentales; de rito latino, y por tanto, distintos de los monjes grecoortodoxos del cercano monasterio de Santa Margarita o Marina.
Este grupo anónimo de consagrados, en obsequio de Jesucristo, pronto se dedicarán también a María en el espíritu de Elías.
2. TESTIMONIOS DE PEREGRINOS
Ninguno de los documentos que vamos a recordar se propuso estudiar el marianismo del Carmelo. Sólo de pasada refieren datos de interés, lo que prueba que cuando ellos escriben eran ya hechos conocidos de todos.
Tierra Santa fue siempre lugar de peregrinaciones, pues los cristianos de todos los tiempos sentían ansias de visitar la tierra donde vivió y murió el Señor. A escritos de estos peregrinos o palmeros debemos el primer testimonio claro y explícito acerca del título mariano de nuestra primera capilla en el Monte Carmelo. He aquí los testimonios más importantes:
a) "Citez de Jherusalem o Les Pelerinages pour aller en Jherusalem". Fue escrito hacia 1230. En el capítulo primero trae este precioso testimonio:
"En esta misma montaña (del Carmelo) se encuentra la abadía de Santa Margarita, que pertenece a los monjes griegos, y que está en un hermoso paraje. En esa abadía, se conserv el lugar donde vivió San Elías y allí hay una capilla en la roca. Detrás de la abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña hay un lugar muy bello y deleitoso donde viven los eremitas latinos llamados Hermanos carmelitas; allí encuentra una pequeña iglesia de la Virgen; en toda esta zona hay abundancia de buenas aguas, que salen de la misma roca de la montaña; desde la abadía de los griegos hasta los eremitas latinos; la distancia es de una legua y media."
b) "Les sains pelerinages que l' en doit requerre en la Terre Sainte". Probablemente es contemporáneo del anterior. Añade este nuevo dato:
"Cerca de esa abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña (el Carmelo), se encuentra un lugar muy bello y deleitoso donde viven los ermitaños latinos llamados Hermanos carmelitas. Hay allí una hermosa iglesia de la Virgen; y existen allí por todas partes grandes plantaciones, regadas con el agua que mana de la misma montaña."
c) El dominico francés Humberto de Dijon en 1330 realizó una peregrinación a Tierra Santa que describió en su obra "Liber peregrinationis". En ella trae este interesante testimonio:"En el Monte Carmelo se encuentra una capilla bastante devota, erigida en honor de la Santa Virgen. De este monte y de esa capilla como ellos mismos lo afirman traen su origen y su nombre los Hermanos carmelitas llamados Hermanos de Santa María del Carmelo..."
Todos los testimonios conocidos concuerdan con los descubrimientos arqueológicos realizados recientemente - 1958 - en el Wadies Siah. Aquí han aparecido las ruinas del monasterio y de la iglesia que los ermitaños latinos levantaron en el primer cuarto del siglo XIII en honor de la Virgen María, V que es la célula germinal de la Orden del Carmen.
3. DOCUMENTOS PONTIFICIOS
La primera mención del título mariano aparecería en la constitución "Devotionis vestrae", dirigido desde Lyon por Inocencio IV, el 12 de julio de 1247, al Prior y a los hermanos de Santa María del Monte Carmelo.
La fórmula breve Orden de Santa María del Monte Carmelo es más constante en los ambientes de la Curia romana y ampliamente usada por los glossatores de la Cancillería Apostólica. De hecho, la usa a menudo, no sólo en los encabezamientos, sino también en el cuerpo del texto.
Otros papas, en varias de sus bulas o decretos, a lo largo de este siglo XIII, darán a la Orden este título mariano.
Un paso más, el del patrocinio de María sobre el Carmelo, es defendido y vivido por la Orden ya en el siglo XIII. El Papa Urbano IV, el 19 de febrero de 1263, en su rescripto "Quoniam ut ait", anima a los fieles de Tierra Santa concediéndoles cien días de indulgencia por cada ayuda material que diesen al Provincial de los carmelitas, entregado a la reconstrucción del monasterio cuna de la Orden. Precisamente en ese contexto prosaico, el Papa recuerda, de pasada, que María es la Patrona del Carmelo, cosa que se da por vez primera en un documento pontificio.
A partir de estos años de mediados del siglo XIII ya abundan tanto los documentos pontificios que no vale la pena aducirlos. Casi todos los papas hablan del marianismo de la Orden del Carmen y la recomiendan a reyes, príncipes y obispos, a la vez que elogian su labor.
Habría que traer aquí, especialmente, los hermosos testimonios sobre este tema de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, que en repetidas ocasiones han hablado sobre la Orden del Carmen y su bendito Escapulario, pero ello nos llevaría a extender demasiado este breve artículo.
Que María del Carmen, nuestra Santísima Madre, como la llamamos desde hace casi ocho siglos los carmelitas, proteja al mundo, a la iglesia y al Carmelo.
Autor: Rafael María López Melús, Carmelita.Texto procedente de la Revista Ave María, nº 699, Julio de 2004.

martes, 14 de julio de 2009

LOS MÁRTIRES DE TAZACORTE


Estracto de Reseña Bibliógrafica de "Los Martires e Tazacorte" (Padre Ignacio Azevedo y compañeros), preparada por el Padre Julián Escribano Garrido, S. J. y editada por la Parroquia de San Miguel Arcángel de Tazacorte. LA PALMA, AÑO 1992.

El Padre Ignacio de Azevedo y Compañeros MÁRTIRES DE TAZACORTE
(...) Conocidas las necesidades espirituales de aquella dilatadísima región, San Francisco de Borja nombró al P. Azevedo provincial del Brasil, y le autorizó para reclutar en Portugal un gran grupo de misioneros y llevar, además, consigo a cinco sujetos de cada una de las Provincias de España por donde pasase camino de Portugal.
El Padre General quiso que el P. Ignacio se presentase por última vez al Papa e implorase su bendición para aquella floreciente misión. El Padre Azevedo solicitó del Papa una gracia muy singular: llevar consigo, como amparo y esfuerzo, una copia de la imagen de Nuestra Señora, que la tradición atribuía a San Lucas y se venera en Santa María la Mayor. Y aunque no se recordaba que se hubiese concedido semejante favor, el Santo Padre no supo negarlo al santo misionero. Se sacaron, pues, dos copias, una de regular tamaño para la Misión y otra pequeña para el P. Ignacio.
De regreso a España, en Zaragoza, le dieron por compañero al Herma¬no Coadjutor Juan de Mayorga, navarro, de treinta y ocho años de edad, hábil pintor, para que con su diestro pincel adornara con sagradas imágenes los nuevos templos de las reducciones.
En el noviciado de Medina del Campo se le agregó, entre otros novicios, el Hermano Francisco Pérez Godoy, pariente cercano de Santa Teresa de Jesús. También se le agregaron jóvenes jesuitas del Colegio de Plasencia.
La mayor parte la reclutó en Portugal hasta cumplir el número de setenta voluntarios. Unos meses antes de embarcarse, se retiró el P. Ignacio Azevedo con sus compañeros a una finca propiedad del Colegio de San Anto¬nio, llamada Valle de Rosal, distante una legua del puerto de Cacilhas, entre Azeitao y Caparica, muy a propósito para los Ejercicios Espirituales. Allí se dedicaron muy particularmente a la oración, a los ejercicios de caridad y estudio, durante unos cinco meses.
El P. Azevedo había tratado con el armador de un barco mercante, llamado "Santiago", y había aceptado poner a su disposición una parte del navío para transportar a los misioneros. Como todos no cabían en él, aceptó el ofrecimiento de don Luis de Vasconcellos, nuevo gobernador del Brasil, que llevaría en su flota al resto de los jesuitas. El "Santiago" iría escoltado por seis barcos de guerra. Así, pues, en el "Santiago" se acomodaron el P. Ignacio con cuarenta y cuatro misioneros; el P. Díaz, con otros veinte, en el navío almirante de la escuadra; y el P. Francisco Castro, con los restantes, en el navío "Os Orfaos".
Zarparon de Lisboa el 5 de junio de 1570. Ocho días después arribaron a la Isla de Madeira los siete barcos.
A primeros de junio de 1570 salía el jefe religioso Jacques de Sorés con sus navíos de la Rochela, por entonces, importante baluarte de los hugonotes, enemigos jurados de los jesuitas. Esta flota de Sorés pasa husmeando las costas españolas y portuguesas a la búsqueda de alguna importante presa. Al no dar con ella pone rumbo a la isla de Madeira. Intenta acercarse al puerto de Funchal, estando todavía en él la flota de don Luís Vasconcellos, quien trata de defenderse con la artillería de sus barcos y la de la fortaleza de San Loren¬zo, que domina ampliamente el puerto. El pirata desiste de su empeño y procura alejarse de la costa. Este hecho inesperado retrasó la salida de la flota de Vasconcellos. Como el tiempo apremiaba, los comerciantes de Oporto que iban en la nave "Santiago", contrariados por la demora, consiguieron del gobernador, a fuerza de ruegos, navegar a la isla de La Palma para desocupar buena parte de sus mercancías y tomar otras, ofreciendo regresar a tiempo para reintegrarse al grueso de la flota. Así se determinó la partida para el 30 de junio. Antes de hacerse a la mar, el P. Azevedo invitó a confesar a todos los marineros de la nave "Santiago" y les dio la Comunión, en la fiesta de San Pedro. Convocando también a todos sus compañeros, los exhortó a que se dispusiesen para sacrificar sus vidas en defensa de la fe, si Dios se lo pedía; pero si alguno no se consideraba con ánimos podía quedarse tranquilamente en Madeira. Cuatro novicios, en efecto, desistieron de aquel viaje, con lo que marcharon el Padre Ignacio Azevedo y treinta y nueve compañeros.
El día 7 de Julio de 1570 salía del puerto de Funchal el galeón "Santiago" aprovechando la desaparición del pirata francés.
El viaje transcurrió felizmente; el mar estaba en calma hasta que, cuando ya se encontraban en las proximidades de La Palma, a una dos leguas y media de la ciudad, un fuerte viento, los lanzó lejos de la costa y les obligó a dar un rodeo a la isla hasta que encontraron refugio en el puerto de Tazacorte, en el poniente de la isla.
Los habitantes de Tazacorte les recibieron con generosa hospitalidad y les ofrecieron frutos de la tierra para reponer sus fuerzas.
Cuando bajaron a tierra el P. Ignacio y parte de la tripulación para saludar personalmente a tan amables personas, el P. Ignacio se encontró con la grata sorpresa de que el dueño de aquella hacienda era don Melchor de Monteverde y Pruss. Los dos habían sido grandes amigos en Oporto, donde realizaron sus estudios, y también existió la más entrañable amistad entre sus padres. D. Melchor le invitó a hospedarse en su casa y, como recuerdo de aquella presencia amistosa y feliz, ha quedado la "reliquia" conocida hasta hoy como «casa de los mártires». Durante los cinco días que permanecieron el P. Ignacio Azevedo y sus compañeros en Tazacorte, visitaron las iglesias y ermitas del contorno como la iglesia de San Miguel y la ermita de Las Angustias. La belleza paisajística del Valle de Aridane, lleno de impresionante majestad, invitaba a la oración.
En sus conversaciones, don Melchor Monteverde aconsejó al Padre Ignacio regresar por tierra a Santa Cruz de La Palma para tomar allí el barco.
El 13 de julio el P. Ignacio Azevedo celebró su última Misa en tierra, según algunos autores, en la iglesia de San Miguel de Tazacorte. Después de la celebración de la eucaristía contaron testigos presenciales que, en el momento de beber del cáliz, tuvo el P. Ignacio la revelación de su próximo martirio. Tan fuerte fue la impresión recibida que con los dientes produjo en el borde del cáliz una suave mella.
Desde ese momento, la decisión estaba tomada, navegarían en el "Santiago" desde Tazacorte, a pesar de los consejos en contra; y como muestra de agradecimiento o para prevenir cualquier profanación, entregó a don Melchor las reliquias que le entregara en Roma el Papa San Pío V.
El galeón "Santiago", en la madrugada del 14 e julio, se hizo a la mar, rumbo a Santa Cruz de la Palma, por la parte sur de la isla. El mar, por este lado de poniente, se hallaba ese día en calma. Esta circunstancia obligó al galeón a avanzar costeando la isla para aprovechar mejor la ligera bri¬sa que le llegaba de tierra.
Mientras tanto, Jacques Sorés seguía al acecho de su posible presa. Al amanecer del día 15 de julio el galeón "Santiago" se alejaba de Tazacorte hacia el sur. Fue entonces cuando el corsario francés, aprovechado los vientos favorables que le venían del mar, por la parte del naciente, trató de interceptarlo con su navío de guerra "Le Prince", haciéndole unos disparos de intimidación.
Lograda la aproximación de los dos barcos, los hugonotes franceses hacen tres intentonas de abordaje que fueron repelidas por la tripulación portuguesa. Mientras tanto se habían ido acercando al galeón "Santiago" los otros cuatro navíos del pirata francés.
Cuando Sorés juzgó llegado el momento, dio la orden de abordaje. Numerosos grupos de hombres, saltando precipitadamente de los cinco navíos franceses, se lanzaron impetuosamente sobre el galeón portugués. En en¬cuentro resultó feroz y sangriento. Los tripulantes lusitanos defendían cada palmo del barco con bravura y coraje. Ante la superioridad numérica de los atacantes, los lusitanos iban sucumbiendo heroicamente.
El Padre Ignacio de Azevedo iba de una parte a otra alentando a sus compatriotas a dar su vida por la fe. Herido en la cabeza por la espada de un capitán calvinista continuó exhortando a los suyos a perdonar a sus enemigos, mientras abrazaba con fuerza el pequeño cuadro de Nuestra Señora que le había entregado el Papa Pío V. Herido su cuerpo de muerte por tres golpes de lanza, cayó al suelo sin vida.
Quedaron los misioneros jesuitas como único blanco de los ataques de los hugonotes. Cayeron sobre sus mansas víctimas con ferocidad inigualable apuñalando a unos, acribillando a disparos de arcabuz a otros. Luego se dedicaron a arrojar por la borda los cuerpos moribundos de sus víctimas. Y desde lo alto del galeón "Santiago" se deleitaban en la contemplación de sus inocentes víctimas, hasta verlas hundirse en el mar.
De los mártires, ocho eran españoles y el resto portugueses.
Los calvinistas profanaron las reliquias y objetos religiosos que llevaban los misioneros. Sólo algunas pudieron ser recogidas por un marinero francés. Cuenta la tradición que, pasada la terrible tempestad del martirio, se veía flotar sobre las aguas al P. Ignacio de Azevedo abrazado al cuadro de Nuestra Señora. Sólo se salvó del martirio el hermano cocinero Joao Sánchez, al que el pirata quiso conservar para aprovecharse de sus servicios. En su lugar murió un joven, que era sobrino del capitán del galeón "Santiago", el cual al ver el heroísmo de aquellos religiosos se vistió con la sotana de uno de ellos y se presentó ante los verdugos diciendo que también él era católico.
Después del martirio de los misioneros jesuitas, Jacques de Sorés, se dirigió a La Gomera en son de paz. El Conde de la Gomera, don Diego de Ayala y Rojas, logró que el pirata le entregase los 28 miembros de la tripulación y pasajeros lusitanos que había hecho prisioneros.
Una vez llegados estos hombres a la isla de Madeira relataron minuciosamente al jesuita P. Pedro Días lo ocurrido a bordo de la nave "Santiago".
El mismo día del martirio, a muchos kilómetros de distancia, en una visión, vio Santa Teresa de Jesús subir al cielo a los cuarenta mártires muy gloriosos, y adornados con coronas y hermosísimas aureolas y conoció en aquella celestial procesión al H. Francisco Péres Godoy su pariente cercano, quedando así consolada. En 1632 el Cabildo de La Palma pidió al Santo Padre que fueran Beatificados y nombrados patronos de la Isla. Después de esta fecha, una y otra vez, volvió a elevarse a la Santa Sede el mismo deseo y petición.
El Papa Benedicto XIV, en septiembre de 1742, reconoció que eran auténticos mártires por la fe; y Pío IX, en 1862, los beatificó.
El cáliz que mordió el P. Ignacio de Azevedo, según una tradición constante y sin oposición, se conservó en la iglesia de San Miguel de Tazacorte, junto a otras reliquias. En Mayo de 1745 visitó la iglesia de San Miguel el Obispo de la Diócesis, don Juan Francisco Guilén, y tomó el cáliz para regalarlo a los jesuitas del Colegio de Las Palmas de Gran Canaria, como reconocimiento a la ayuda prestada por el jesuita P. Valero en la visita a la diócesis. Después de muchas vicisitudes en diversos lugares de la península, se encuentra -de nuevo- actualmente en el Colegio de Las Palmas de Gran Canarias.
Los mártires suelen llevar la denominación del lugar donde triunfaron en la fe y desde donde volaron al cielo; por eso, con toda razón se han de llamar "Mártires de Tazacorte" y no "Mártires del Brasil", como algunos autores les denominan. Ellos son patrimonio espiritual de la isla de La Palma y una de sus glorias. La isla de la Palma les acogió en la tempestad y les acompañó, como testigo, en su ascensión a la gloria de Dios.
ASÍ NACIÓ LA ORDEN DEL CARMEN Y LA ADVOCACIÓN DEL CARMEN

1. ORIGEN HISTÓRICO DEL CARMELO
Dificultades ha encontrado la historiografía carmelita de todos los tiempos pero especialmente en sus orígenes, ya que carece de escritos fiables para conocer su origen y evolución. La Orden del Carmen no tiene un hombre o mujer a quien pueda acudir como fundador o fundadora. Su origen es sencillo, modesto, sin relieve. Un grupo de cruzados, penitentes y peregrinos dieron vida a la futura Orden del Carmen en la última década del siglo Xll en las laderas del Monte Carmelo, en Palestina.
El primer documento histórico que poseemos es la Regla. Alberto Avogadro o de Vercelli, Patriarca de Jerusalén (+ 1214), de acuerdo con su propósito, les entregó una breve Norma de vida. La Regla albertina recibida por el 1209 será siempre punto de referencia y el libro fundamental de la historia y espiritualidad de la Orden del Carmen. Bien podemos afirmar que con ella incipit Carmelus.Las primeras Constituciones que conocemos - 1281 - ya traen la Rúbrica prima pero que hubo de ser anterior, en la que se afirma que estos primeros habitantes del Carmelo se propusieron vivir en comunidad y trataron de emular a San Elías y a él lo tomaron como padre espiritual. Estas Normas de vida se convirtieron en Regla al ser aprobadas canónicamente por el Papa Honorio III, el 30 de enero de 1226.
Valioso es también, para conocer los orígenes del Carmelo, el testimonio de Jaime de Vitry (+ 1240), que fue obispo de Acre (1210 - 1228), y escribió en su "Historia Orientalis" sobre este grupo naciente de carmelitas. Afirma que no pocos de aquellos devotos peregrinos, en lugar de volver a su patria, preferían quedarse en Palestina para consagrarse al Señor, abrazando allí la vida monástica en el Monte Carmelo, en las cercanías de la fuente de Elías. Allí siguiendo el ejemplo del santo y solitario profeta Elías, "vivían en pequeñas celdas y, cual abejas del Señor, se dedicaban a elaborar en sus colmenas una miel espiritual de exquisita dulzura".El famoso historiador de la Edad Media, el dominico Vicente de Beauvais, en su "Speculum maius", ofrece también datos preciosos sobre el origen de los carmelitas en el Monte Carmelo.Nos encontramos, pues, en Palestina ante un grupo de ermitaños, provenientes de varios países europeos. No son nativos, sino occidentales; de rito latino, y por tanto, distintos de los monjes grecoortodoxos del cercano monasterio de Santa Margarita o Marina.Este grupo anónimo de consagrados, en obsequio de Jesucristo, pronto se dedicarán también a María en el espíritu de Elías.2. TESTIMONIOS DE PEREGRINOSNinguno de los documentos que vamos a recordar se propuso estudiar el marianismo del Carmelo. Sólo de pasada refieren datos de interés, lo que prueba que cuando ellos escriben eran ya hechos conocidos de todos.Tierra Santa fue siempre lugar de peregrinaciones, pues los cristianos de todos los tiempos sentían ansias de visitar la tierra donde vivió y murió el Señor. A escritos de estos peregrinos o palmeros debemos el primer testimonio claro y explícito acerca del título mariano de nuestra primera capilla en el Monte Carmelo. He aquí los testimonios más importantes:a) "Citez de Jherusalem o Les Pelerinages pour aller en Jherusalem". Fue escrito hacia 1230. En el capítulo primero trae este precioso testimonio:"En esta misma montaña (del Carmelo) se encuentra la abadía de Santa Margarita, que pertenece a los monjes griegos, y que está en un hermoso paraje. En esa abadía, se conserv el lugar donde vivió San Elías y allí hay una capilla en la roca. Detrás de la abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña hay un lugar muy bello y deleitoso donde viven los eremitas latinos llamados Hermanos carmelitas; allí encuentra una pequeña iglesia de la Virgen; en toda esta zona hay abundancia de buenas aguas, que salen de la misma roca de la montaña; desde la abadía de los griegos hasta los eremitas latinos; la distancia es de una legua y media."b) "Les sains pelerinages que l' en doit requerre en la Terre Sainte". Probablemente es contemporáneo del anterior. Añade este nuevo dato:"Cerca de esa abadía de Santa Margarita, en la ladera de la misma montaña (el Carmelo), se encuentra un lugar muy bello y deleitoso donde viven los ermitaños latinos llamados Hermanos carmelitas. Hay allí una hermosa iglesia de la Virgen; y existen allí por todas partes grandes plantaciones, regadas con el agua que mana de la misma montaña."c) El dominico francés Humberto de Dijon en 1330 realizó una peregrinación a Tierra Santa que describió en su obra "Liber peregrinationis". En ella trae este interesante testimonio:"En el Monte Carmelo se encuentra una capilla bastante devota, erigida en honor de la Santa Virgen. De este monte y de esa capilla como ellos mismos lo afirman traen su origen y su nombre los Hermanos carmelitas llamados Hermanos de Santa María del Carmelo..."Todos los testimonios conocidos concuerdan con los descubrimientos arqueológicos realizados recientemente - 1958 - en el Wadies Siah. Aquí han aparecido las ruinas del monasterio y de la iglesia que los ermitaños latinos levantaron en el primer cuarto del siglo XIII en honor de la Virgen María, V que es la célula germinal de la Orden del Carmen. 3. DOCUMENTOS PONTIFICIOSLa primera mención del título mariano aparecería en la constitución "Devotionis vestrae", dirigido desde Lyon por Inocencio IV, el 12 de julio de 1247, al Prior y a los hermanos de Santa María del Monte Carmelo. La fórmula breve Orden de Santa María del Monte Carmelo es más constante en los ambientes de la Curia romana y ampliamente usada por los glossatores de la Cancillería Apostólica. De hecho, la usa a menudo, no sólo en los encabezamientos, sino también en el cuerpo del texto. Otros papas, en varias de sus bulas o decretos, a lo largo de este siglo XIII, darán a la Orden este título mariano. Un paso más, el del patrocinio de María sobre el Carmelo, es defendido y vivido por la Orden ya en el siglo XIII. El Papa Urbano IV, el 19 de febrero de 1263, en su rescripto "Quoniam ut ait", anima a los fieles de Tierra Santa concediéndoles cien días de indulgencia por cada ayuda material que diesen alProvincial de los carmelitas, entregado a la reconstrucción del monasterio cuna de la Orden. Precisamente en ese contexto prosaico, el Papa recuerda, de pasada, que María es la Patrona del Carmelo, cosa que se da por vez primera en un documento pontificio.A partir de estos años de mediados del siglo XIII ya abundan tanto los documentos pontificios que no vale la pena aducirlos. Casi todos los papas hablan del marianismo de la Orden del Carmen y la recomiendan a reyes, príncipes y obispos, a la vez que elogian su labor. Habría que traer aquí, especialmente, los hermosos testimonios sobre este tema de Pío XII, Pablo VI y Juan Pablo II, que en repetidas ocasiones han hablado sobre la Orden del Carmen y su bendito Escapulario, pero ello nos llevaría a extender demasiado este breve artículo. Que María del Carmen, nuestra Santísima Madre, como la llamamos desde hace casi ocho siglos los carmelitas, proteja al mundo, a la iglesia y al Carmelo.Autor: Rafael María López Melús, Carmelita.Texto procedente de la Revista Ave María, nº 699, Julio de 2004.

lunes, 15 de junio de 2009

Año Sacerdotal

El próximo viernes, día del Sagrado Corazón de Jesús, se inicia un Año dedicado al Sacerdocio, convocado por el Papa, con motivo del 150 aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars.
Adjunto una carta dirigida a los sacerdotes con este motivo por el Cardenal Prefecto de la Sagrada Congregación del Clero:



EL AÑO SACERDOTAL


Queridos Sacerdotes:

El Año Sacerdotal, promulgado por nuestro amado Papa Benedicto XVI, para celebrar el 150 aniversario de la muerte de San Juan María Bautista Vianney, el Santo Cura de Ars, está a punto de comenzar. Lo abrirá el Santo Padre el día 19 del próximo mes de junio, fiesta del Sagrado Corazón de Jesús y de la Jornada Mundial de Oración para la santificación de los Sacerdotes. El anuncio de este año especial ha tenido una repercusión mundial eminentemente positiva, en especial entre los mismos Sacerdotes. Todos queremos empeñarnos, con determinación, profundidad y fervor, a fin de que sea un año ampliamente celebrado en todo el mundo, en las diócesis, en las parroquias y en las comunidades locales con toda su grandeza y con la calurosa participación de nuestro pueblo católico, que sin duda ama a sus Sacerdotes y los quiere ver felices, santos y llenos de alegría en su diario quehacer apostólico.

Deberá ser un año positivo y propositivo en el que la Iglesia quiere decir, sobre todo a los Sacerdotes, pero también a todos los cristianos, a la sociedad mundial, mediante los mass media globales, que está orgullosa de sus Sacerdotes, que los ama y que los venera, que los admira y que reconoce con gratitud su trabajo pastoral y su testimonio de vida. Verdaderamente los Sacerdotes son importantes no sólo por cuanto hacen sino, sobre todo, por aquello que son. Al mismo tiempo, es verdad que a algunos se les ha visto implicados en graves problemas y situaciones delictivas. Obviamente es necesario continuar la investigación, juzgarles debidamente e infligirles la pena merecida. Sin embargo, estos casos son un porcentaje muy pequeño en comparación con el número total del clero. La inmensa mayoría de Sacerdotes son personas dignísimas, dedicadas al ministerio, hombres de oración y de caridad pastoral, que consuman su total existencia en actuar la propia vocación y misión y, en tantas ocasiones, con grandes sacrificios personales, pero siempre con un amor auténtico a Jesucristo, a la Iglesia y al pueblo; solidarios con los pobres y con quienes sufren. Es por eso que la Iglesia se muestra orgullosa de sus sacerdotes esparcidos por el mundo.

Este Año debe ser una ocasión para un periodo de intensa profundización de la identidad sacerdotal, de la teología sobre el sacerdocio católico y del sentido extraordinario de la vocación y de la misión de los Sacerdotes en la Iglesia y en la sociedad. Para todo eso será necesario organizar encuentros de estudio, jornadas de reflexión, ejercicios espirituales específicos, conferencias y semanas teológicas en nuestras facultades eclesiásticas, además de estudios científicos y sus respectivas publicaciones.

El Santo Padre, en su discurso de promulgación durante la Asamblea Plenaria de la Congregación para el Clero, el 16 de marzo pasado, dijo que con este año especial se quiere “favorecer esta tensión de los Sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia del ministerio”. Especialmente por eso, debe ser una año de oración de los Sacerdotes, con los Sacerdotes y por los Sacerdotes; un año de renovación de la espiritualidad del presbiterio y de cada uno de los presbíteros. En el referido contexto, la Eucaristía se presenta como el centro de la espiritualidad sacerdotal. La adoración eucarística para la santificación de los Sacerdotes y la maternidad espiritual de las religiosas, de las mujeres consagradas y de las mujeres laicas hacia cada uno de los presbíteros, como propuesto ya desde hace algún tiempo por la Congregación para el Clero, podría desarrollarse con mejores frutos de santificación.

Sea también un año en el que se examinen las condiciones concretas y el sustento material en el que viven nuestros Sacerdotes, en algunos casos obligados a subsistir en situaciones de dura pobreza.

Sea, al mismo tiempo, un año de celebraciones religiosas y públicas que conduzcan al pueblo, a las comunidades católicas locales, a rezar, a meditar, a festejar y a presentar el justo homenaje a sus Sacerdotes. La fiesta de la comunidad eclesial es una expresión muy cordial, que exprime y alimenta la alegría cristiana, que brota de la certeza de que Dios nos ama y que hace fiesta con nosotros. Será una oportunidad para acentuar la comunión y la amistad de los Sacerdotes con las comunidades a su cargo.

Otros muchos aspectos e iniciativas podrían enumerarse con el fin de enriquecer el Año Sacerdotal. Al respecto, deberá intervenir la justa creatividad de las Iglesias locales. Es por eso que en cada Conferencia Episcopal, en cada Diócesis o parroquia o en cada comunidad eclesial se establezca lo más pronto posible un verdadero y propio programa para este año especial. Obviamente será muy importante comenzar este año con una celebración significativa. En el mismo día de apertura del Año Sacerdotal, el día 19 de junio, con el Santo Padre en Roma, se invita a las Iglesias locales a participar, en el modo más conveniente, a dicha inauguración con un acto litúrgico específico y festivo. Serán bien recibidos todos aquellos que, en ocasión de la apertura, podrán estar presentes, con el fin de manifestar la propia participación a esta feliz iniciativa del Papa. Sin duda, Dios bendecirá este esfuerzo con grande amor. Y la Virgen María, Reina del Clero, intercederá por todos vosotros, queridos Sacerdotes.

Cardenal Claudio Hummes
Arzobispo Emérito de San Pablo
Prefecto de la Congregación para el Clero

jueves, 16 de abril de 2009

CONVERSACIÓN CON DIOS

CONVERSACIÓN CON DIOS
HOMBRE: Padre Nuestro que estás en los cielos
DIOS: Si.. Aquí estoy..
HOMBRE: Por favor ... no me interrumpa. ¡Estoy rezando!
DIOS: ¡Pero tu me llamaste!..
HOMBRE: ¿Llamé? No llamé a nadie. Estoy rezando.... Padre Nuestro que estas en los cielos...
DIOS: ¡¡¡Ah!!! Eres tú nuevamente.
HOMBRE: ¿Cómo?
DIOS: ¡Me llamaste! Tú dijiste: Padre Nuestro que estás en los Cielos. Estoy aquí. ¿En que te puedo ayudar?
HOMBRE: Pero no quise decir eso. Estoy rezando. Rezo el Padrenuestro todos los días, me siento bien rezando así. Es como cumplir con un deber. Y no me siento bien hasta cumplirlo.
DIOS: Pero ¿cómo puedes decir Padre Nuestro sin pensar que todos son tus Hermanos, ¿Cómo puedes decir que estás en los cielos, si no sabes que el cielo es paz, que el cielo es amor a todos...
HOMBRE: Es que realmente no había pensado en eso.
DIOS: Pero.... prosigue tu oración.
HOMBRE: Santificado sea tu nombre...
DIOS: ¡Espera ahí! ¿Qué quieres decir con eso?
HOMBRE: Quiero decir... quiero decir... lo que significa. ¿Cómo lo voy a saber? Es parte de la oración. ¡Solo eso!
DIOS: Santificado significa digno de respeto, santo, sagrado.
HOMBRE: Ahora entendí. Pero nunca había pensado en el sentido de la palabra SANTIFICADO. 'Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo...'
DIOS: ¿Estás hablando en serio?
HOMBRE: Claro! ¿Por qué no?
DIOS: ¿Y que haces tú para que eso suceda?
HOMBRE: ¿Cómo qué hago? ¡Nada! Es que es parte de la oración, hablando de eso... sería bueno que el Señor tuviera un control de todo lo que acontece en el cielo y en la tierra también.
DIOS: ¿Tengo control sobre ti?
HOMBRE: Bueno... ¡Yo voy a la Iglesia!
DIOS: ¡No fue eso lo que te pregunté! ¿Qué tal el modo en que tratas a tus hermanos, la forma en que gastas tu dinero, el mucho tiempo que das a la televisión, las propagandas por las que corres detrás, y el poco tiempo que me dedicas a Mi?
HOMBRE: Por favor, ¡Para de criticar!
DIOS: Disculpa. Pensé que estabas pidiendo que se haga mi voluntad. Si eso fuera a acontecer.. ¿Qué hacer con aquellos que rezan y aceptan mi voluntad, el frío, el calor, la lluvia, la naturaleza, la comunidad....
HOMBRE: Es cierto, tienes razón. Nunca acepto tu voluntad, pues reclamo por todo. Si mandas lluvia, pido sol.. si mandas sol me quejo del calor, si mandas frío, continuo reclamando; pido salud, pero no cuido de ella, dejo de alimentarme o como mucho.
DIOS: Excelente que reconozcas todo eso. Vamos a trabajar juntos tú y yo. Vamos a tener victorias y derrotas. Me está gustando mucho tu nueva actitud.
HOMBRE: Oye Señor, preciso terminar ahora, esta oración está demorando mucho más de lo acostumbrado. Continúo...'el pan nuestro de cada día dánoslo hoy'...
DIOS: ¡Para ahí! ¿Me estas pidiendo pan material? No solo de pan vive el hombre sino también de Mi Palabra. Cuando Me pidas el pan, acuérdate de aquellos que no lo tienen. ¡Puedes pedirme lo que quieras, deja que me vea como un Padre amoroso! Estoy interesado en la última parte de tu oración, continúa...
HOMBRE: 'Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden....'
DIOS: ¿Y tu hermano despreciado?
HOMBRE: ¿Ves? Oye Señor, él me criticó muchas veces y no era verdad lo que decía. Ahora no consigo perdonarlo. Necesito vengarme.
DIOS: Pero.. ¿Y tu oración? ¿qué quieres decir con tu oración? Tú me llamaste y estoy aquí, quiero que salgas de aquí transformado, me gusta que seas honesto. Pero no es bueno cargar con el peso de la ira dentro de tí! ¿Entiendes?
HOMBRE: Entiendo que me sentiría mejor si me vengara.
DIOS: ¡No! Te vas a sentir peor. La venganza no es buena como parece.. Piensa en la tristeza que me causarías, piensa en tu tristeza ahora. Yo puedo cambiar todo para ti. Basta que tú lo quieras.
HOMBRE: ¿Puedes? ¿Pero cómo?
DIOS: Perdona a tu hermano, y Yo te perdonaré a ti y te aliviaré.
HOMBRE: Pero Señor.. no puedo perdonarlo.
DIOS: ¡Entonces no me pidas perdón tampoco!
HOMBRE: ¡Estás acertado! Pero solo quería vengarme, quiero la paz Señor.. Está bien, está bien: perdono a todos, pero ayúdame Señor!. Muéstrame el camino a seguir.
DIOS: Esto que pides es maravilloso, estoy muy feliz contigo. Y tú... ¿Cómo te estas sintiendo?
HOMBRE: ¡Bien, muy bien! A decir verdad, nunca me había sentido así. Es muy bueno hablar con Dios.
DIOS: Ahora terminemos la oración.. prosigue...
HOMBRE: 'No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal..'
DIOS: Excelente, voy a hacer justamente eso, pero no te pongas en situaciones donde puedas ser tentado.
HOMBRE: y ahora... ¿Qué quieres decir con eso?
DIOS: Deja de andar en compañía de personas que te llevan a participar de cosas sucias, secretas. Abandona la maldad, el odio. Todo eso te lleva al camino errado. No uses todo eso como salida de emergencia.
HOMBRE: ¡No te entiendo!
DIOS: ¡Claro que entiendes! Has hecho conmigo eso varias veces. Vas por el camino equivocado y luego corres a pedirme socorro.
HOMBRE: Tengo mucha vergüenza, perdóname Señor.
DIOS: ¡Claro que te perdono! Siempre perdono a quien está dispuesto a perdonar también. Pero cuando me vuelvas a llamar acuérdate de nuestra conversación, medita cada palabra que dices. Termina tu oración.
HOMBRE: ¿Terminar? Ah, sí, 'AMEN!'
DIOS: ¿Y qué quiere decir 'Amén'?
HOMBRE: No lo sé. Es el final de la oración.
DIOS: Debes decir AMEN cuando aceptas todo lo que quiero, cuando concuerdas con mi voluntad, cuando sigues mis mandamientos, porque AMEN quiere decir ASÍ SEA , estoy de acuerdo con todo lo que oré.
HOMBRE: Señor, gracias por enseñarme esta oración, y ahora gracias también por hacérmela entender.
DIOS: Yo amo a todos mis hijos, pero amo más a aquellos que quieren salir del error, a aquellos que quieren ser libres del pecado. ¡Te bendigo, y permanece en mi paz!
HOMBRE: ¡Gracias Señor! ¡Estoy muy feliz de saber que eres mi amigo!
Autor desconocido

viernes, 10 de abril de 2009

El Sacerdote "consagrado en la verdad"

Homilía de Benedicto XVI en la Misa Crismal
El sacerdote, “consagrado en la verdad”
CIUDAD DEL VATICANO, jueves 9 de abril de 2009 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la homilía pronunciada este Jueves Santo por Benedicto XVI durante la Misa Crismal, que concelebró en la mañana con los cardenales, obispos y sacerdotes presentes en Roma, durante la cual los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales.

* * *

Queridos hermanos y hermanas:
En el Cenáculo, la primera noche de su pasión, el Señor rezó por sus discípulos reunidos en torno a Él, pensando al mismo tiempo en la comunidad de los discípulos de todos los siglos, en "aquellos que creerán en mí mediante su palabra" (Jn 17, 20). En la oración por los discípulos de todos los tiempos Él nos vio también a nosotros y rezó por nosotros. Escuchemos qué pide para los Doce y para nosotros aquí reunidos: "Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad. Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo. Y por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos sean también santificados en la verdad" (17, 17ss). El Señor pide nuestra santificación, la santificación en la verdad. Y nos manda que continuemos su misma misión. Pero en esta oración hay una palabra que llama nuestra atención, nos parece poco comprensible. Jesús dice: "Por ellos me santifico a mí mismo". ¿Qué significa? ¿No es quizás Jesús por sí mismo el "Santo de Dios", como Pedro confesó en la hora decisiva en Cafarnaúm (cfr Juan 6, 69)? ¿Cómo puede entonces consagrar, es decir, santificarse a sí mismo?
Para comprender esto debemos ante todo aclarar qué quieren decir en la Biblia las palabras "santo" y "consagrar/santificar". "Santo" -con esta palabra se describe ante todo la naturaleza de Dios mismo, su forma de ser totalmente particular, divina, que sólo es propia de Él. Sólo Él es el verdadero y auténtico Santo en sentido original. Cualquier otra santidad deriva de Él, es participación en su modo de ser. Él es la luz purísima, la Verdad y el Bien sin mancha. Consagrar algo o a alguien significa por tanto dar esa cosa o persona en propiedad a Dios, quitarla del ámbito de lo que es nuestro e introducirla en su atmósfera, de modo que deje de pertenecer a nuestras cosas para ser totalmente de Dios. Consagración es por tanto un sacar del mundo y un entregar al Dios vivo. La cosa o persona ya no nos pertenece a nosotros, y ni siquiera a sí misma, sino que vive inmersa en Dios. A una privación de algo para entregarlo a Dios lo llamamos también sacrificio: esto ya no será de mi propiedad, sino propiedad de Él. En el Antiguo Testamento, la entrega de una persona a Dios, es decir, su "santificación", se identifica con la ordenación sacerdotal, y de esta forma, se define también en qué consiste el sacerdocio: es un cambio de propiedad, un ser quitado del mundo y entregado a Dios. Con esto son evidentes por tanto las dos direcciones que forman parte del proceso de la santificación/consagración. Es un salir de los contextos de la vida mundana - un "ser puestos aparte" por Dios. Pero precisamente por esto no es una segregación. Ser entregados a Dios significa más bien ser puestos en representación de otros. El sacerdote viene apartado de las conexiones mundanas y entregado a Dios, y precisamente así, a partir de Dios, está disponible para los demás, para todos. Cuando Jesús dice "yo me consagro", Él se hace al mismo tiempo sacerdote y víctima. Por tanto Bultmann tiene razón al traducir la afirmación "Yo me consagro" con "Yo me sacrifico". ¿Comprendemos ahora qué sucede, cuando Jesús dice: "yo me consagro por ellos"? Éste es el acto sacerdotal con que Jesús --el Hombre Jesús, que es una sola cosa con el Hijo de Dios-- se entrega al Padre por nosotros. Es la expresión del hecho que Él es al mismo tiempo sacerdote y víctima. Me consagro --me sacrifico--: esta palabra abismal, que nos permite echar una mirada en la intimidad del corazón de Jesucristo, debería siempre ser objeto de nuestra reflexión. En ella está contenido todo el misterio de nuestra redención. Y allí está contenido también el origen del sacerdocio en la Iglesia.
Sólo ahora podemos comprender hasta el fondo la oración que el Señor presentó al Padre por los discípulos, por nosotros. "Conságralos en la verdad": así se integran los apóstoles en el sacerdocio de Jesucristo, la institución de su sacerdocio nuevo para la comunidad de los fieles de todos los tiempos. "Conságralos en la verdad": ésta es la verdadera oración de consagración para los apóstoles. El Señor pide que Dios mismo los atraiga hacia sí, dentro de su santidad. Pide que Él los saque para Él mismo y los tome como su propiedad, para que, a partir de Él, ellos puedan llevar a cabo el servicio sacerdotal para el mundo. Esta oración de Jesús aparece dos veces de forma ligeramente modificada. Debemos en ambos casos escuchar con mucha atención, para empezar a entender al menos vagamente el evento sublime que aquí se está verificando. "Conságralos en la verdad". Jesús añade: "Tu palabra es verdad". Los discípulos son por tanto llevados a lo íntimo de Dios mediante el ser inmersos en la palabra de Dios. La palabra de Dios es, por así decirlo, el lavado que purifica, el poder creador que los transforma en el ser de Dios. Y entonces, ¿cómo quedan las cosas en nuestra vida? ¿Estamos verdaderamente invadidos por la palabra de Dios? ¿Es verdad que ésta es el alimento del que vivimos, más de lo que lo son el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos de verdad? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que ésta dé realmente una impronta a nuestra vida y forme nuestro pensamiento? ¿O no es más bien que nuestro pensamiento cada vez más se modela con todo lo que se dice y se hace? ¿No son a menudo las opiniones predominantes los criterios con los que nos medimos? ¿No nos quedamos más bien, a fin de cuentas, en la superficialidad de todo lo que, como de costumbre, se impone al hombre de hoy? ¿Nos dejamos verdaderamente purificar en nuestra intimidad por la palabra de Dios? Friedrich Nietzsche se burló de la humildad y la obediencia como virtudes serviles, mediante las cuales los hombres habían sido reprimidos. Puso en su lugar el orgullo y la libertad absoluta del hombre. Ciertamente existen caricaturas de una humildad equivocada y de una sumisión equivocada, que no queremos imitar. Pero existe también la soberbia destructiva y la presunción, que disgregan cada comunidad y que acaban en la violencia. ¿Sabemos nosotros aprender de Cristo la recta humildad, que corresponde a la verdad de nuestro ser, y esa obediencia que se somete a la verdad, a la voluntad de Dios? "Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad": esta palabra de la inserción en el sacerdocio ilumina nuestra vida y nos llama a ser en cada momento, de nuevo, discípulos de esa verdad que se descubre en la palabra de Dios.
Creo que en la interpretación de esta frase podemos dar aún un paso más. ¿No dijo acaso Cristo de sí mismo: "Yo soy la verdad" (cfr Juan 14, 6)? ¿Y no es acaso Él mismo la Palabra viviente de Dios, a la que se refieren todas las demás palabras individuales? Conságralos en la verdad - esto quiere decir, por tanto, en lo más profundo: hazlos una cosa conmigo, Cristo. Únelos a mí. Mételos dentro de mí. Y de hecho: existe en último análisis sólo un único sacerdote de la Nueva Alianza, el mismo Jesucristo. Y el sacerdocio de los discípulos, por tanto, puede ser sólo participación en el sacerdocio de Jesús. Nuestro ser sacerdotes no es otra cosa por tanto que una nueva forma de unificación con Cristo. Sustancialmente ésta nos ha sido dada para siempre en el Sacramento. Pero este nuevo sello del ser puede llegar a ser para nosotros un juicio de condena, si nuestra vida no se desarrolla entrando en la verdad del Sacramento. Las promesas que hoy renovamos dicen a propósito de esto que nuestra voluntad debe orientarse así: "Domino Iesu arctius coniungi et conformari, vobismetipsis abrenuntiantes". El unirse a Cristo supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro camino o nuestra voluntad; que no deseamos ser esto o lo otro,sino que nos abandonamos a Él, allí y en el modo en que Él quiera servirse de nosotros. "Vivo, pero ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí", dijo san Pablo a propósito de esto (cf. Gálatas 2, 20). En el "sí" de la ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al querer ser autónomos, a la "autorrealización". Pero es necesario día a día cumplir este gran "sí" en los muchos pequeños "síes" y en las pequeñas renuncias. Este "sí" de los pequeños pasos, que unidos constituyen el gran "sí", podrá realizarse sin amargura y sin autocompasión sólo si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida. Si entramos en una familiaridad con Él. Entonces, de hecho, experimentamos en medio de las renuncias que en un primer momento pueden causar dolor, la alegría creciente de la amistad con Él, todos los pequeños y a veces grandes signos de su amor, que nos da continuamente. "Quien se pierde a sí mismo, se encuentra". Si nos atrevemos a perdernos a nosotros mismos por el Señor, experimentamos qué verdadera es su palabra.
Estar inmersos en la Verdad, en Cristo, de este proceso forma parte la oración, en la que nos ejercitamos en la amistad con Él y aprendemos a conocerle: su forma de ser, de pensar, de actuar. Rezar es un caminar en comunión personal con Cristo, exponiendo ante Él nuestra vida cotidiana, nuestros logros y nuestros fracasos, nuestras fatigas y nuestras alegrías -es un simple presentarnos a nosotros mismos ante Él. Pero para que esto no se convierta en un autocontemplarse, es importante que aprendamos continuamente a rezar rezando con la Iglesia. Celebrar la Eucaristía quiere decir rezar. Celebramos la Eucaristía de modo correcto si con nuestro pensamiento y con nuestro ser entramos en las palabras que la Iglesia nos propone. En ellas está presente la oración de todas las generaciones, las cuales nos llevan consigo por el camino hacia el Señor. Y como sacerdotes somos en la celebración eucarística los que, con su oración, abren camino a la oración de los fieles de hoy. Si estamos interiormente unidos a las palabras de la oración, si nos dejamos guiar y transformar por ellas, entonces también los fieles encuentran acceso a esas palabras. Entonces todos llegamos a ser de esta forma "un solo cuerpo y una sola alma" con Cristo.
Estar inmersos en la verdad y así en la santidad de Dios significa para nosotros también aceptar el carácter exigente de la verdad; contraponerse a la mentira tanto en las cosas grandes como en las pequeñas, que de modo tan diverso está presente en el mundo; aceptar la fatiga de la verdad, porque su alegría más profunda está presente en nosotros. Cuando hablamos de ser consagrados en la verdad, no debemos tampoco olvidar que en Jesucristo verdad y amor son una cosa sola. Estar inmersos en Él significa estar inmersos en su bondad, en el amor verdadero. El amor verdadero no está de rebajas, puede ser también muy exigente. Opone resistencia al mal, para llevar al hombre al verdadero bien. Si nos convertimos en una sola cosa con Cristo, aprendemos a reconocerlo en los que sufren, en los pobres, en los pequeños de este mundo; entonces llegamos a ser personas que sirven, que reconocen a Sus hermanos y hermanas y que en ellos le encontramos a Él mismo.
"Conságralos en la verdad" - esta es la primera parte de esa palabra de Jesús. Pero después Él añade: "Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos sean también santificados en la verdad" - es decir, verdaderamente (Juan 17, 19). Yo creo que esta segunda parte tiene un significado específico. Existen en las religiones del mundo múltiples métodos rituales de "santificación", de consagración de una persona humana. Pero todos estos ritos pueden quedar simplemente como algo formal. Cristo pide para los discípulos la verdadera santificación, que transforma su ser, a ellos mismos; para que no se quede en una forma ritual, sino en un verdadero pasar a ser propiedad del Dios santo. Podemos también decir: Cristo ha pedido para nosotros el Sacramento que nos toca en la profundidad de nuestro ser. Pero también rezó, para que esta transformación día a día se traduzca en nosotros en vida, para que nuestro cotidiano y nuestra vida concreta de cada día estén verdaderamente llenos de la luz de Dios.
En la vigilia de mi ordenación sacerdotal, hace 58 años, abrí la Sagrada Escritura, porque quería recibir aún una palabra del Señor, para ese día y para mi futuro camino de sacerdote. Mi mirada se detuvo en este pasaje: "Conságralos en la verdad; tu palabra es verdad". Entonces supe: el Señor está hablando de mí y me está hablando a mí. Precisamente lo mismo me sucederá mañana a mí. En último término no somos consagrados por ritos, aunque los ritos son necesarios. El lavado, en el que el Señor nos sumerge, es Él mismo - la Verdad en persona. Ordenación sacerdotal significa: estar inmersos en Él, en la Verdad. Le pertenezco de una forma nueva a Él y así a los demás, "para que venga su Reino". Queridos amigos, en esta hora de a renovación de las promesas queremos orar al Señor que nos haga ser hombres de verdad, hombres de amor, hombres de Dios. Pidámosle que nos atraiga cada vez más hacia él, para que lleguemos a ser verdaderamente sacerdotes de la Nueva Alianza. Amén.