jueves, 26 de marzo de 2009
Clara Rojas: "El secuestro me puso a prueba la fe a todos los niveles"
ROMA, jueves, 26 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- La esperanza, el perdón y el respeto a la vida fueron virtudes fundamentales que Clara Rojas luchó por mantener durante los seis años que estuvo secuestrada en la selva colombiana.
Asegura que la fe, inculcada por sus padres y las hermanas de la comunidad de Cristo Rey, en el colegio donde estudió en Bogotá, constituyeron una base sólida para que en su cautiverio pudiera cultivar estas virtudes.
La abogada colombiana, de 45 años, secuestrada junto con Ingrid Betancourt el 23 de febrero de 2002 y liberada el 10 de enero del año pasado, ha visitado Roma junto con su madre Clara González de Rojas y su hijo Emmanuel. El miércoles 11 de marzo, los tres estuvieron presentes en la audiencia general con el Papa Benedicto XVI.
En su cautiverio, como ella confiesa, su fe fue probada: cuando se enteraba del asesinato de otros compatriotas suyos que llevaban como ella años secuestrados, o cuando en medio de su cautiverio nació su hijo Emmanuel, de quien estuvo separada durante tres años.
En diálogo exclusivo con ZENIT, Clara compartió la experiencia de la fe en medio de la incertidumbre total.
--Cuando estaba secuestrada, ¿Por qué optó por el camino de la fe?
--Clara Rojas: En el secuestro, cuando uno está solo, solamente le queda tocar las puertas de Dios. Me acordé de las bases católicas que tuve y a las que pude echar mano. El secuestro me permitió fortalecer mi fe en Dios y la puso a prueba a todos los niveles. Tuve muchas oportunidades de reflexionar, muchos momentos de paz y de tranquilidad, y eso me permitió orar, pedirle a mi Dios. Y creo que las oraciones tuvieron eco y llegaron a algún lado y finalmente gracias a esto se pudo hacer el milagro de encontrar la libertad y de encontrarme con mi hijo.
A veces tenía sueños que uno no logra entender y con el paso del tiempo voy comprendiendo. Eran como una voz que me decía que tuviera calma y que esperara. En los últimos tres o cuatro meses, antes de que me liberaran, sentí cómo si me hubieran dado a entender que primero iba a salir libre y luego que me iba a encontrar con mi hijo. Eso para mí fue fundamental. Es como si hubiera entrado en una paz y sin saber qué iba a pasar, pero con la certeza de que todo estaría bien. Acepté que la liberación podía ser una posibilidad. Después de tanto rezar, recibí bien la noticia de la liberación y no me sorprendió, lo di por hecho. Alisté mi equipaje, aunque no tenía muchas cosas. Dejé unas cosas que ya no me servían y viajé con lo mínimo. Algunos de los que estaban conmigo, no creían y me decían: "los guerrilleros ni siquiera le han confirmado que la van a liberar". Pero yo en el fondo sabía que sí. Y era por mi fe en Dios y en la Virgen.
--Algunas personas en Colombia han criticado el hecho de que tanto usted como Ingrid hayan acudido a la fe en el secuestro. ¿Cree esto es un escape o es realmente un medio para fortalecer la esperanza?
--Clara Rojas: Yo respeto mucho las opiniones de las personas, quizá es porque ellos no han vivido una situación límite, como en mi caso particular. Cuando uno no tiene nada ni nadie que le pueda dar un apoyo, y cuando uno tiene una educación cristiana como la tuve yo, lo uno que tiene que hacer es echar mano de Dios Todopoderoso y aferrarse a esto para poder buscar una luz porque son momentos en los que uno ve total oscuridad, no sabe si lo van a liberar, no sabe si lo van a matar, y además se está solo. De alguien tiene uno que agarrarse para poder sobrevivir. Nadie sabe en carne propia lo que eso significa. Para mí el secuestro constituyó una oportunidad de afianzar mi fe y le doy gracias a Dios, porque gracias a esa fe me mantuve viva. Si yo no hubiera pensado que existía Dios, que había una esperanza, y que siempre había una posibilidad de encontrar mi libertad, hubiera desfallecido en el primer momento.
Tuve esperanza gracias a que pude leer la Biblia en su integridad, gracias a que pude orar, gracias a que pude soñar. Recibí muchos mensajes de personas que decían que estaban rezando por mí y por la liberación de mi hijo, que me permitieron saber que la libertad podía ser una realidad. Me siento feliz de saber que gracias a la fe estoy viva. Eso lo comparto con la gente sobre todo en estas épocas en que aparentemente nadie cree nada. Les digo que la fe es una fuerza muy importante, no se ve pero mueve montañas.
Le voy a contar algo que viví estando secuestrada: A veces le cantaba a la Virgen canciones que había aprendido de niña y un día me trajeron la comida y uno de los guerrilleros me preguntó ¿usted a quién le canta? Y yo dije: "a Dios y a la Virgen y le estoy dando gracias a Dios de que estoy viva y de que puedo comer". El guerrillero me respondió: "Clara, pero, ¿usted cree que si Dios existiera usted estaría donde está?". Yo le dije: "Dios es un papá. Es como cuando yo iba a cine y le decía a mi papá: 'dame plata para ir a cine'. Yo le estoy pidiendo a Dios que me de la fortaleza para encontrar la libertad. Es alguien que nos puede dar un apoyo cuando creemos que esto es imposible".
--Durante su secuestro Colombia atravesó momentos muy difíciles como el asesinato del ex ministro de Defensa Gilberto Echeverri en un intento de rescate de parte del Ejército o de los once diputados del departamento del Valle del Cauca. ¿Cómo estos momentos pusieron a prueba su fe?
--Clara Rojas: Fueron momentos muy dramáticos, yo pensé que podía correr la misma suerte porque sin lugar a dudas el Ejército siempre nos seguía. Lo sentía por el paso de los helicópteros. Nos movían de un lado al otro, sabíamos que debíamos temer lo peor. Rezaba mucho porque a mí esas muertes me impactaron enormemente. Lloré, me angustié pero fue cuando más encomendé mi vida a Dios. Él en el cielo escuchó. No hay otra explicación posible.
--¿Es la primera vez que viene a Roma?
--Clara Rojas: No. Creo que es mi cuarta vez. Vine en un momento con mi madre y mi abuela, cuando era muy niña, vimos al Papa Pablo VI. Esos son los recuerdos que siempre permanecen ahí. Había ido a la Fontana di Trevi, eché a monedita y dije que quería volver. Ayer hice lo mismo con mi hijo. Luego, más adelante, vine por trabajo un par de ocasiones. Volver con el paso de los años ha sido muy lindo.
--¿Por qué quiso regresar a Roma?
--Clara Rojas: Básicamente para ver al Papa. Él estuvo muy presente y también Juan Pablo II en sus mensajes. A ambos los escuchaba a través de la Radio Católica Mundial rezando el rosario a las 5 de la mañana, hora de Colombia. Cuando uno oye la voz del Papa en la situación en la que yo me encontraba, es muy emocionante.
Aunque no pude hablar con el Santo Padre fue muy lindo verlo en la audiencia del pasado miércoles en medio de la multitud. Tanto mi hijo como yo nos hemos sentido muy plenos de haber recibido su bendición.
Emmanuel me preguntó hace una semana si Dios baja del cielo y si está con nosotros. Yo le dije que Él está siempre con nosotros, aunque no lo vemos, pero que la próxima semana íbamos a viajar a Roma para ver al representante de Cristo en la tierra que es el Papa. Cuando él lo vio, quedó impactado por su presencia.
Quise venir también para agradecer la misión de facilitación que prestaron a través del padre Darío Echeverri. No podemos olvidar el apoyo de la Iglesia en la mediación de los secuestrados en mi país que es tan vital. El jueves tuve la oportunidad de hablar con el cardenal Darío Castrillón. Fue muy amable, le expresé mis pensamientos. Hablamos de cómo se pueden mantener esas líneas de comunicación para encontrar la libertad de las personas que aún están secuestradas.
--Pasando al tema de su hijo Emmanuel, quien nació en medio de secuestro. Si una mujer se encontrara en su misma situación y quisiera abortar ¿qué le diría?
--Clara Rojas: Respetando mucho las decisiones de otras personas, creo que uno tiene que hacer todo el esfuerzo para salvar la vida, porque las mujeres estamos hechas para dar vida. Yo invito a las mujeres a que, en cualquier circunstancia en la que estén, por más difíciles que sean, si ven la posibilidad de salvar la vida, que perseveren en conservarla. En ese momento nadie apostaba ni por mi vida ni por la vida de Emmanuel, pero yo digo que fue la mano de Dios que nos acompañó y, por más difícil que fue, Él nos dio la oportunidad de estar vivos y de reunirnos de nuevo.
Leyendo la Biblia descubrí que Emmanuel quiere decir "Dios con nosotros" y cuando estaba embarazada pensé: "mi hijo se tiene que llamar Emmanuel porque él es una bendición". Eso es lo que significa mi hijo en mi vida, "Dios con nosotros". Ahora creo que, si uno se preocupa por conservar la vida, Dios se encarga del resto.
--Vemos que fueron esas bases católicas las que le permitieron acudir a la fe en momentos tan difíciles. ¿Cómo cree que se deben conservar esas raíces en Latinoamérica?
--Clara Rojas: Son valores que se deben mantener. Yo respeto otras maneras de pensar, pero también al cabo del tiempo uno va viendo las enseñanzas de nuestra fe y que están en toda la vida cotidiana. La fe no sólo es cuestión de raíces sino también de cariño. A mí me enseñaron a querer a Dios y a la Virgen como miembros de la familia y esto con el paso del tiempo hizo la diferencia. Esa educación se la agradezco a mis padres. Son valores importantes para una sociedad con tanto conflicto.
--¿Cree que la fe le ha ayudado a perdonar a quienes la secuestraron y a quienes la separaron de su hijo?
--Clara Rojas: Claro que sí. Ahora estoy escribiendo un libro sobre mi experiencia en el secuestro. En éste desarrollo el tema del perdón y me pregunto, "¿dónde me inculcaron la importancia de perdonar?". Y pienso que esto viene de la fe. El perdón es importante no sólo para las personas que te hacen daño y que tú perdonas sino para ti mismo. Uno así no tiene una carga tan pesada de resentimiento y de odio. El perdón es un acto liberador que te permite vivir la vida y encontrar el sentido de la libertad de manera más tranquila y libre.
--Cuéntenos un poco acerca del libro que esta escribiendo
--Clara Rojas: Me he concentrado en contar mi historia, mi sentimiento y mi pensamiento. Lo que yo sufrí, lo que padecí, lo que tuve que afrontar. Hablo de cómo sobreviví y de qué me permitió pasar seis años sin libertad. En gran parte ha sido la voluntad de Dios que me dio la fortaleza para poderme mantener viva y encontrar la libertad. En parte es contar la historia por etapas y lo más importante es el reencuentro con la libertad.
--Ahora que está libre, ¿cómo sigue cultivando su fe?
--Clara Rojas: Le doy gracias a Dios. Cuando uno ha tenido y luego no ha tenido, finalmente debe valorar lo que tiene. Digamos que el primer pensamiento que me aparece es dar gracias a Dios por estar viva. Por ejemplo, antes había momentos en los que no valoraba los alimentos. Estando secuestrada tuve hambre. Ahora le doy gracias a Dios porque tengo los alimentos. El secuestro cambia la perspectiva de la vida.
Por Carmen Elena Villa
lunes, 2 de marzo de 2009
Alumbrando a otros
Hace cientos de años, había un hombre en una ciudad de Oriente. Un hombre que una noche caminaba por las oscuras calles llevando una lámpara de aceite encendida. La ciudad era muy oscura en las noches sin luna como aquella.
En determinado momento, se encuentra con un amigo.
El amigo lo mira y de pronto lo reconoce Se da cuenta de que es Guno, el ciego del pueblo entonces, le dice: ¿Que haces Guno, tú ciego, con una lámpara en la mano? Si tú no ves...
Entonces, el ciego le responde:
-Yo no llevo la lámpara para ver mi camino. Yo conozco la oscuridad de las calles de memoria. Llevo la luz para que otros encuentren su camino cuando me vean a mí... No sólo es importante la luz que me sirve a mí sino también la que yo uso para que otros puedan también servirse de ella.
¿No sabes que alumbrando a otros, también me beneficio yo, pues evito que me lastimen otros que no podrían verme en la oscuridad?
Cada uno de nosotros puede alumbrar el camino para uno y para que sea visto por otros, aunque uno aparentemente no lo necesite.
MORALEJA:
Alumbrar el camino de los otros no es tarea fácil, muchas veces en vez de alumbrar, oscurecemos mucho más el camino de los demás.
¿Cómo? A través el desaliento, la crítica, el egoísmo el desamor, el odio, el resentimiento...
¡Que hermoso sería si todos ilumináramos los caminos de los demás, sin fijarnos si lo necesitan o no!. Llevar luz y no oscuridad. Si toda la gente encendiera una luz, el mundo entero estaría iluminado y brillaría día a día con mayor intensidad.
Todos pasamos por situaciones difíciles a veces, todos sentimos el peso del dolor en determinados momentos de nuestras vidas, todos sufrimos en algunos momentos y lloramos en otros.
Pero no debemos proyectar nuestro dolor cuando alguien desesperado busca ayuda en nosotros.
No debemos exclamar como es costumbre: "La vida es así" llenos de rencor y de odio. No debemos... al contrario, ayudemos a los demás sembrando esperanza en ese corazón herido. Nuestro dolor es y fue importante, pero se minimiza si ayudamos a otros a soportarlo, si ayudamos a otro a sobrellevarlo
Luz, demos luz.
Tenemos en el alma el motor que enciende cualquier lámpara, la energía que permite iluminar en vez de oscurecer. Está en nosotros saber usarla. Está en nosotros ser Luz y no permitir que los demás vivan en las tinieblas.
El monje y el escorpión
Hace mucho tiempo, cuando los EE.UU. todavía estaba siendo colonizado, se fundó un pequeño poblado cerca del mar. Su puerto, amplio y seguro, era muy frecuentado por los buques que iban y venían, trayendo pasajeros, mercancías y noticias de otras tierras. Este movimiento hizo prosperar al poblado.
Los comercios y tiendas se multiplicaron. Más tarde los residentes construyeron una Catedral, bella y grande, y junto a ella los monjes benedictinos levantaron un austero monasterio.
Allí se estableció Carlos, un inmigrante recién llegado del Viejo Continente con su familia, sus pocas pertenencias y, sobre todo, su esperanza de que en el Nuevo Mundo estaba el próspero futuro con el que soñaba.
No se engañó, pues su pequeño negocio creció ante los ojos de todos.
En un corto período de tiempo, se convirtió en un rico comerciante. Pero... el comercio no es sólo la prosperidad. El gran progreso de la ciudad hizo aumentar la competencia y cada nuevo año los negocios de Carlos iban disminuyendo y siendo menos rentables.
Mal aconsejado por falsos amigos, consultó a adivinos y brujas y usó todo tipo de amuletos, pero en vano, ya que estas prácticas supersticiosas sólo le trajeron nuevos fracasos. Por último, llegó a la situación de ruina total.
Su cómodo hogar y todos los demás bienes serían confiscados para pagar las deudas.
Una noche, derrumbándose en la desesperación, decidió decirle a su esposa, Dolores, todo lo que había hecho. Ésta, que hacía mucho tiempo que estaba preocupada por el extraño comportamiento de su esposo, se sorprendió al escuchar todos estos detalles. Pero supo dominarse y conversó pacientemente con él, recordándole que cuando con humildad reconocemos nuestros pecados, la Providencia nos perdona y se aprovecha de ellos para hacernos un mayor beneficio.
Al día siguiente, Dolores acompañó a su marido a la iglesia, donde se confesó, y se comprometieron a rezar juntos, todos los días, pidiéndole a Dios un medio para salir de tan triste situación.
Algún tiempo más tarde, Dolores, dijo:
— Hoy, mientras rezábamos, tuve una inspiración. Quién sabe, si vas al monasterio benedictino y los monjes nos ayudan de alguna manera...
Carlos consideró las palabras de su esposa como un signo que Dios respondería a su petición. Partió inmediatamente y caminó, bajo el sol canicular del mediodía, hasta el majestuoso monasterio, con la certeza de que allí encontraría auxilio.
Llamó a la puerta y poco después el monje portero abrió y le dio la bienvenida con gran amabilidad:
— ¡Gloria a Dios! ¿En qué puedo servirle?
Carlos le contó toda su historia y llorando cayó a sus pies. El monje le miró con benevolencia, lo tomó por el brazo lo levantó y le dijo:
— ¡No se desespere! Tenga siempre confianza en Dios y Su Santísima Madre. Ellos le ayudarán a rconstruir su vida. Nuestro Señor dijo: “Si tienes la fe del tamaño de un grano de mostaza, diréis a este monte: ‘transpórtate de aquí a allí', y él irá; y nada os será imposible” . Y si Él cuida con tanto afecto los lirios del campo, ¿va a abandonar a uno de sus hijos?
Mientras el religioso procuraba consolar a Carlos, vio arrastrarse a un escorpión en las rocas, junto a la pared, fuera del monasterio. Sin mostrar ningún temor, cogió al venenoso animal y éste... instantáneamente se convirtió en un escorpión de oro cuajado de piedras preciosas. Una joya, ¡como nunca se había visto hasta entonces!
— ¡Tenga ánimo! Este don de Dios le ayudará a salir de sus dificultades —dijo, entregándole la valiosa pieza al comerciante que lo miraba estupefacto.
Carlos dio las gracias al benevolente monje y volvió a casa triunfante, donde le contó todo a Dolores y los dos dieron gracias a Dios por este milagro. Sus problemas estaban resueltos. Vendida la joya por un buen precio, pudieron saldar todas las deudas y reanudar la vida.
Pasaron varios años. En una brillante mañana de primavera, un distinguido caballero, bien vestido, tocó la campilla del monasterio benedictino, trayendo una caja en sus manos. Salió el portero y, como siempre hacía, saludó amablemente:
— ¡Gloria a Dios! ¿En qué puedo servirle?
— ¡Gloria a Dios! Mi buen hermano, soy Carlos, el comerciante. Estoy aquí para agradecer a Dios los favores recibidos a través de su reverencia.
Hace unos años, vine a este monasterio desesperado, pidiendo ayuda. Y he recibido no sólo los medios para reconstruir mi fortuna, sino algo mucho más valioso: ese día, me di cuenta de que la verdadera felicidad no está en el dinero, en los negocios o en este mundo que pasa, está en la entrega total en las manos de Dios y de Su Madre Santísima. Con esto, ¡mi vida ha cambiado!
Dicho esto, sacó de una caja un bello estuche de terciopelo, lo abrió y entregó al religioso un maravilloso escorpión de oro y piedras, más valioso incluso que aquél que el humilde monje le había dado años atrás, fruto de un milagro.
El monje contempló por unos momentos, con toda tranquilidad, el precioso objeto, y complacido por su belleza, le dijo a Carlos:
— Hijo, acuérdese de las palabras de Nuestro Señor: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma” Y más: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos” .
En seguida, puso el escorpión de oro y diamantes en el mismo lugar donde, años antes, se arrastraba su predecesor. Éste al instante tomó vida y siguiendo su camino, desapareció en medio de las piedras.