Beatriz de Silva y Meneses, Santa | |||||
Fundadora,17 de agosto | |||||
Se desconoce con certeza el lugar y fecha del nacimiento de Beatriz. En cuanto al lugar algunos entendidos se pronuncian por Ceuta y otros se inclinan por Campomayor; y en lo que se refiere a la fecha se duda entre el 1424 o 1426. Sí se sabe que por los favores prestados en las guerras del norte de Africa, el rey Juan I ofreció la Alcaldía de Campomayor a don Rui Gomez de Silva, ciudad fronteriza con España, en el distrito de Portalegre y perteneciente a la diócesis de Evora, allá en el Alentejo. Fue en la casa solariega de la familia donde tanto Beatriz como sus hermanos recibieron una esmerada educación y aprendieron el amor a Dios, a Jesucristo y a su Madre santa María. Consta como avecindada en Campomayor los años 1434 al 1447. Cuando el rey Juan II de Castilla contrajo matrimonio con Isabel de Portugal, se traslada la reina portuguesa al lado de su marido y es en Tordesillas (Valladolid) donde está la Corte. Lleva con ella a damas portuguesas que la acompañan y entre las cuales se encuentra Beatriz. Parece que su belleza fascinó al Rey y a cuantos jóvenes la llegaron a conocer; y que eso fue la causa de que pronto llegaran los celos de la Reina. Se cuenta que mandó encerrar a Beatriz en un baúl y que de este cautiverio fue milagrosamente salvada por la Virgen al tercer día de encierro. Llega al convento de Santo Domingo el Real, en Toledo. Allí moró durante treinta años en calidad de seglar dedicada al silencio y a la oración, al sacrificio y al desprecio del mundo. Llega a contar la historia anónima del siglo XVI que jamás nadie, ni hombre ni mujer, vió su rostro por mantenerlo siempre cubierto con un velo, muy posiblemente por haber sido su belleza el motivo de locuras ajenas. Dedicó todos sus bienes al culto a Dios y a obras de caridad, repartiéndolos entre los pobres. Intenta interesar a la Reina Isabel la Católica en sus proyectos de fundar y consigue de ella la donación de las casas de los palacios reales de Galiana, junto a la muralla norte de Toledo y su capilla. Y contando con la decisión de doce compañeras funda la Orden de la Inmaculada Concepción, que el Papa Inocencio VIII aprueba con la Bula "Inter Universa" el 30 de abril de 1489. Poco tiempo de vida pudo dirigir la nueva orden inmaculista por morir, avisada unos días antes por la Virgen, en la misma fecha en que estaba prevista la ceremonia de toma de velos y fundación. El franciscano P. Fray Juan de Tolosa evitó la extinción de la recién nacida Orden impidiendo que se fusionaran en Toledo las concepcionistas con las dominicas. Luego, el también franciscano Cardenal Cisneros volvió a avivar la Orden y facilitó la fundación de nuevos conventos. Su obra se extendió por Europa y América llegándose a contar la Orden más de 150 monasterios al ser canonizada por Pablo VI el 3 de Octubre de 1976. Es un consuelo para los españoles ver en la historia patria la decisión y empeño del fervor creyente sin fisuras en la Inmaculada Concepción de la Virgen siglos antes de que esa verdad fuera proclamada dogma por la autoridad máxima de la Iglesia. |
miércoles, 17 de agosto de 2011
Beatriz de Silva y Meneses, Santa Fundadora,17 de agosto Beatriz de Silva y Meneses,
jueves, 11 de agosto de 2011
Santa Clara de Asis
Clara de Asís, Santa | |
Virgen y Fundadora, 11 de agosto | |
Fundadora de la Orden de Damas Pobres de San DamiánFue conciudadana, contemporánea y discípula de San Francisco y quiso seguir el camino de austeridad señalado por él a pesar de la durísima oposición familiar. Si retrocedemos en la historia, vemos a la puerta de la iglesia de Santa María de los Ángeles (llamada también de la Porciúncula), distante un kilómetro y medio de la ciudad de Asís, a Clara Favarone, joven de dieciocho años, perteneciente a la familia del opulento conde de Sasso Rosso. En la noche del domingo de ramos, Clara había abandonado su casa, el palacio de sus padres, y estaba allí, en la iglesia de Santa María de los Ángeles. La aguardaban san Francisco y varios sacerdotes, con cirios encendidos, entonando el Veni Creátor Spíritus. Dentro del templo, Clara cambia su ropa de terciopelo y brocado por el hábito que recibe de las manos de Francisco, que corta sus hermosas trenzas rubias y cubre la cabeza de la joven con un velo negro. A la mañana siguiente, familiares y amigos invaden el templo. Ruegan y amenazan. Piensan que la joven debería regresar a la casa paterna. Grita y se lamenta el padre. La madre llora y exclama: "Está embrujada". Era el 18 de marzo de 1212. Cuando Francisco de Asís abandonó la casa de su padre, el rico comerciante Bernardone, Clara era una niña de once años. Siguió paso a paso esa vida de renunciamiento y amor al prójimo. Y con esa admiración fue creciendo el deseo de imitarlo. Clara despertó la vocación de su hermana Inés y, con otras dieciséis jóvenes parientas, se dispuso a fundar una comunidad. La hija de Favarone, caballero feudal de Asís, daba el ejemplo en todo. Cuidaba a los enfermos en los hospitales; dentro del convento realizaba los más humildes quehaceres. Pedía limosnas, pues esa era una de las normas de la institución. Las monjas debían vivir dependientes de la providencia divina: la limosna y el trabajo. Corrieron los años. En el estío de 1253, en la iglesia de San Damián de Asís, el papa Inocencio IV la visitó en su lecho de muerte. Unidas las manos, tuvo fuerzas para pedirle su bendición, con la indulgencia plenaria. El Papa contestó, sollozando: "Quiera Dios, hija mía, que no necesite yo más que tú de la misericordia divina". Lloran las monjas la agonía de Clara. Todo es silencio. Sólo un murmullo brota de los labios de la santa. - Oh Señor, te alabo, te glorifico, por haberme creado. Una de las monjas le preguntó: - ¿Con quién hablas? Ella contestó recitando el salmo. - Preciosa es en presencia del Señor la muerte de sus santos. Y expiró. Era el 11 de agosto de 1253. Fue canonizada dos años más tarde, el 15 de agosto de 1255, por el papa Alejandro IV, quien en la bula correspondiente declaró que ella "fue alto candelabro de santidad", a cuya luz "acudieron y acuden muchas vírgenes para encender sus lámparas". Santa Clara fundó la Orden de Damas Pobres de San Damián, llamadas vulgarmente Clarisas, rama femenina de los franciscanos, a la que gobernó con fidelidad exquisita al espíritu franciscano hasta su muerte y desde hace siete siglos reposa en la iglesia de las clarisas de Asís. De ella dijo su biógrafo Tomás Celano: "Clara por su nombre; más clara por su vida; clarísima por su muerte". |
domingo, 7 de agosto de 2011
Presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios…
homilía despedida
Rom. 12, 1-13; Sal. 39; Mt. 16, 24-27
‘Os exhorto por la misericordia de Dios a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable…’ Mucho quieren decirnos estas palabras con las que comienza el texto de la Palabra hoy proclamada en esta celebración especial que queremos hacer en esta mañana.
Como expresábamos desde el comienzo queremos hacer de esta Eucaristía una acción de gracias a Dios especial por nuestra Madre María de la Pasión en estos momentos en que el Señor, a través de sus superiores, la llama a servir en su consagración en otra parcela, en otro lugar, de la viña del Señor. Nos embarga la emoción en el alma, pero esos son los caminos del Señor que ella fielmente quiere seguir siviéndolo desde su consagración como hermanita de los Ancianos Desamparados.
Como creyentes y cristianos así queremos vivir nuestra vida como una ofrenda al Señor. Pero Dios llama a algunos a hacer una especial ofrenda de sus vidas consagrándose al Señor en la vida religiosa en los diferentes carismas que el Señor ha suscitado en su Iglesia, como es éste de servidoras fieles de los ancianos en el carisma de esta Congregación. La carta de san Pablo nos ha hablado precisamente de esos diferentes carismas. ‘Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado…’ y nos habla de profecía, de servicio, de enseñanza, de organización, o de dirigir a la comunidad. Y como nos dice el Apóstol ‘hágalo siempre con generosidad, con agrado, según la gracia que se nos ha dado… servid constantemente al Señor… practicad la hospitalidad’.
Quien se ha consagrado al Señor le ha dado un sí total de toda su vida; no se pertenece a sí mismo sino que su pertenencia es del Señor. En sus manos se pone de forma incondicional. Así, en consecuencia, los votos de pobreza, castidad y obediencia con los que han ligado sus vidas al Señor para ser totalmente de El.
Y quien se consagra al Señor se convierte en un misionero del Señor, porque su vida, la vivencia de su consagración es el primer testimonio que ofrece al mundo de esa trascendencia grande que le ha dado a su vida. Quiere vivir el Reino de Dios con toda radicalidad y su vida es un anticipo de las bodas eternas del Reino de los cielos. Se dice que una consagrada al Señor es la esposa del Señor, porque así se ha unido a El en un amor total y fiel por toda su vida con esos votos de la vida religiosa que les liga.
Y misionera obediente va allí donde el Señor la envía. Cada uno de sus destinos es una llamada especial del Señor y un envío continuado en esa acción misionera de ir llevando a Cristo en su vida y en su servicio y amor allí a donde es enviada. El misionero no mira para detrás, porque lo que ha hecho lo ha hecho por el Señor; le ha tocado sembrar, pero la cosecha es del Señor, otro recogerá esos frutos para ofrecerselos al Señor y para continuar la labor realizada.
La labor que en la Iglesia realizan los pastores y los consagrados tiene siempre la continuidad de la acción del Espíritu que es el que va actuando en cada uno de sus agentes. No somos sino continuadores de la obra que otros antes que nosotros, en nombre del Señor, han ido realizando, como otros continuarán nuestra obra. Miramos hacia adelante a la obra que nos toca continuar realizando allí donde somos enviados. Siempre con la fuerza y la ayuda de la gracia del Señor.
Humanamente podremos sufrir desgarros en el corazón porque cuando hemos amado con toda sinceridad y con generosidad el corazón se va llenando de muchas gracias que recibimos de aquellos a los que servimos y amamos. Porque quien sirve y se entrega, se da con amor, pero es mucho el consuelo que con la gracia del Señor recibe de aquellos a los que sirve. Si miramos nuestra vida veremos como con toda esa gracia nos vamos enriqueciendo por dentro y al final no nos queda otra cosa que hacer que dar gracias al Señor.
Da gracias al Señor la madre María por todo el recorrido de su vida y por los casi seis años que ha pasado entre nosotros. Pero nosotros tenemos también muchos motivos para dar gracias al Señor. Mucho recibimos a través de su vida, porque el Señor se vale también de esas mediaciones para hacernos llegar su gracia. Mucho hemos aprendido de su generosidad, de su entrega, de su tesón, de su entusiasmo, de sus iniciativas por mejorar muchas cosas, de la preocupación que sentía por sus hermanas, de su servicio incansable a atender de la forma mejor a cada uno de sus ancianitos y ancianitas, o de tantas cosa buenas que adornan su vida.
No queremos hacer relaciones de cosas ahora ni ponernos a hacer muchas alabanzas, - a ella seguro que no les gustarian esas alabanzas en su humildad, una de sus grandes virtudes – pero si desde el corazón le decimos a ella, gracias, y al Señor gracias por lo que por medio de ella el Señor nos ha dado. Ahí está todo su empeño de culminar la obra de las reformas de la casa en los pabellones de los hombres que los ve casi concluidos aunque no los pueda ella inaugurar.
Pero todos recordamos también como en su estancia con nosotros celebró ella sus bodas de oro de su consagración al Señor. Fue un día grande para ella y una fiesta grande también para todos nosotros, todos los miembros de este Hogar y todos los que la acompañamos.
Pues bien, queremos que esta Eucaristía sea en verdad esa acción de gracias al Señor. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…’ por cuantos dones de ti hemos recibido a través de la Madre María. Seguro que los ancianos y ancianas de este Hogar y todos los que hemos estado cerca la llevaremos siempre en el corazón.
Que el Señor premie sus desvelos y su entrega y le siga acompañando con su gracia para continuar la tarea allí donde es enviada. Como dice el evangelio, ‘el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta’. Seguro que al final de sus día recibirá el premio del Señor con la generosidad que el Señor sabe hacerlo para aquellos que se consagran a El.