homilía despedida
Rom. 12, 1-13; Sal. 39; Mt. 16, 24-27
‘Os exhorto por la misericordia de Dios a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable…’ Mucho quieren decirnos estas palabras con las que comienza el texto de la Palabra hoy proclamada en esta celebración especial que queremos hacer en esta mañana.
Como expresábamos desde el comienzo queremos hacer de esta Eucaristía una acción de gracias a Dios especial por nuestra Madre María de la Pasión en estos momentos en que el Señor, a través de sus superiores, la llama a servir en su consagración en otra parcela, en otro lugar, de la viña del Señor. Nos embarga la emoción en el alma, pero esos son los caminos del Señor que ella fielmente quiere seguir siviéndolo desde su consagración como hermanita de los Ancianos Desamparados.
Como creyentes y cristianos así queremos vivir nuestra vida como una ofrenda al Señor. Pero Dios llama a algunos a hacer una especial ofrenda de sus vidas consagrándose al Señor en la vida religiosa en los diferentes carismas que el Señor ha suscitado en su Iglesia, como es éste de servidoras fieles de los ancianos en el carisma de esta Congregación. La carta de san Pablo nos ha hablado precisamente de esos diferentes carismas. ‘Los dones que poseemos son diferentes, según la gracia que se nos ha dado…’ y nos habla de profecía, de servicio, de enseñanza, de organización, o de dirigir a la comunidad. Y como nos dice el Apóstol ‘hágalo siempre con generosidad, con agrado, según la gracia que se nos ha dado… servid constantemente al Señor… practicad la hospitalidad’.
Quien se ha consagrado al Señor le ha dado un sí total de toda su vida; no se pertenece a sí mismo sino que su pertenencia es del Señor. En sus manos se pone de forma incondicional. Así, en consecuencia, los votos de pobreza, castidad y obediencia con los que han ligado sus vidas al Señor para ser totalmente de El.
Y quien se consagra al Señor se convierte en un misionero del Señor, porque su vida, la vivencia de su consagración es el primer testimonio que ofrece al mundo de esa trascendencia grande que le ha dado a su vida. Quiere vivir el Reino de Dios con toda radicalidad y su vida es un anticipo de las bodas eternas del Reino de los cielos. Se dice que una consagrada al Señor es la esposa del Señor, porque así se ha unido a El en un amor total y fiel por toda su vida con esos votos de la vida religiosa que les liga.
Y misionera obediente va allí donde el Señor la envía. Cada uno de sus destinos es una llamada especial del Señor y un envío continuado en esa acción misionera de ir llevando a Cristo en su vida y en su servicio y amor allí a donde es enviada. El misionero no mira para detrás, porque lo que ha hecho lo ha hecho por el Señor; le ha tocado sembrar, pero la cosecha es del Señor, otro recogerá esos frutos para ofrecerselos al Señor y para continuar la labor realizada.
La labor que en la Iglesia realizan los pastores y los consagrados tiene siempre la continuidad de la acción del Espíritu que es el que va actuando en cada uno de sus agentes. No somos sino continuadores de la obra que otros antes que nosotros, en nombre del Señor, han ido realizando, como otros continuarán nuestra obra. Miramos hacia adelante a la obra que nos toca continuar realizando allí donde somos enviados. Siempre con la fuerza y la ayuda de la gracia del Señor.
Humanamente podremos sufrir desgarros en el corazón porque cuando hemos amado con toda sinceridad y con generosidad el corazón se va llenando de muchas gracias que recibimos de aquellos a los que servimos y amamos. Porque quien sirve y se entrega, se da con amor, pero es mucho el consuelo que con la gracia del Señor recibe de aquellos a los que sirve. Si miramos nuestra vida veremos como con toda esa gracia nos vamos enriqueciendo por dentro y al final no nos queda otra cosa que hacer que dar gracias al Señor.
Da gracias al Señor la madre María por todo el recorrido de su vida y por los casi seis años que ha pasado entre nosotros. Pero nosotros tenemos también muchos motivos para dar gracias al Señor. Mucho recibimos a través de su vida, porque el Señor se vale también de esas mediaciones para hacernos llegar su gracia. Mucho hemos aprendido de su generosidad, de su entrega, de su tesón, de su entusiasmo, de sus iniciativas por mejorar muchas cosas, de la preocupación que sentía por sus hermanas, de su servicio incansable a atender de la forma mejor a cada uno de sus ancianitos y ancianitas, o de tantas cosa buenas que adornan su vida.
No queremos hacer relaciones de cosas ahora ni ponernos a hacer muchas alabanzas, - a ella seguro que no les gustarian esas alabanzas en su humildad, una de sus grandes virtudes – pero si desde el corazón le decimos a ella, gracias, y al Señor gracias por lo que por medio de ella el Señor nos ha dado. Ahí está todo su empeño de culminar la obra de las reformas de la casa en los pabellones de los hombres que los ve casi concluidos aunque no los pueda ella inaugurar.
Pero todos recordamos también como en su estancia con nosotros celebró ella sus bodas de oro de su consagración al Señor. Fue un día grande para ella y una fiesta grande también para todos nosotros, todos los miembros de este Hogar y todos los que la acompañamos.
Pues bien, queremos que esta Eucaristía sea en verdad esa acción de gracias al Señor. ‘Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra…’ por cuantos dones de ti hemos recibido a través de la Madre María. Seguro que los ancianos y ancianas de este Hogar y todos los que hemos estado cerca la llevaremos siempre en el corazón.
Que el Señor premie sus desvelos y su entrega y le siga acompañando con su gracia para continuar la tarea allí donde es enviada. Como dice el evangelio, ‘el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta’. Seguro que al final de sus día recibirá el premio del Señor con la generosidad que el Señor sabe hacerlo para aquellos que se consagran a El.
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