sábado, 7 de diciembre de 2013

Gracias, Señor, por confiar en mí y confiarme tu misma misión


Te adoramos, Señor, y te bendecimos,
te damos gracias,
reconocemos tu grandezas
y cuántas maravillas realizas entre nosotros,
cuántas maravillas has realizado
y sigues realizando en mi vida;
no puedo cansarme de dar gracias y bendecir tu nombre;
me regalas cada día tu Palabra,
me invitas a tu mesa,
me haces partícipe de tu vida,
me llenas de tu gracia;
cuánto he recibido de ti,
porque tu gracia nunca me ha faltado
para renovar y hacer nueva mi vida;
quizá no te he respondido como tenía que hacerlo,
pero tu fidelidad en el amor
es permanente y para siempre
y no me dejas de lado, sino siempre estás junto a mí.

Aquellas maravillas que te vemos hacer en el evangelio
cuando curabas a los enfermos
de sus dolencias y sus enfermedades
sigues realizándolas en mí,
cuando me regalas tu perdón,
me acompañas con tu gracia que fortalece mi vida
frente a la tentación y al mal;
y todo eso lo haces, Señor, porque me amas,
aunque sea poca sea la correspondencia
que yo haga  a tu amor con mi amor;
no puedo cansarme de darte gracias, Señor.

Gratis lo he recibido y tú nos dices: dadlo gratis;
todo eso que he recibido de ti
yo tengo que compartirlo con los demás;
me haces mensajero de buena nueva
para los que están a mi lado;
mensajero con mi palabra,
pero mensajero con el testimonio de mi vida;
mensajero de tu amor llevando tu amor, 
impregnándome de tus sentimientos,
de tu amor,
de tu vida,
para contagiar con ese amor también a los demás.

El evangelio nos cuenta cómo sentías lástima
cuando contemplabas aquellas muchedumbres
que se arremolinaban junto a ti,
porque andaban extenuadas y abandonadas
como ovejas que no tienen pastor
y no saben a donde ir;
que yo me contagie de esos sentimientos tuyos,
para que me duela en el corazón tanto sufrimiento y soledad
que puedo contemplar a mi alrededor;
que me contagie de tus sentimientos
para que sienta arder mi corazón
cuando contemplo a tantos sin rumbo
porque no te conocen,
porque han perdido el sentido de Dios
como verdadero norte de su vida,
cuando contemplo a tantos
que llevan en su alma la marca de cristianos
porque un día recibieron también la gracia del bautismo,
pero ahora tu sentido,
el sentido de Cristo, 
el sentido cristiano está  bien lejos de su vida;
ovejas extenuadas y abandonadas sin rumbo,
porque ya no te reconocer como pastor de sus vidas,
que me duela en el alma,
que sienta arder mi corazón,
que sienta la inquietud evangélica y misionera
de llevarles tu nombre y tu salvación.

Que me impregne, Señor, de tu amor
frente a tantos que tienen su vida rota
y llena de sufrimientos,
pero que no se quede en unas lágrimas
que salen emocionadas de mis ojos,
sino que ponga por obra en la práctica
el envío que tú nos has hecho;
nos enviaste a curar y a sanar,
a resucitar y a levantar a los caídos;
cuánto podemos hacer,
cuántas tristezas mitigar y consolar,
cuántas lágrimas podemos enjugar;
cuánto tenemos que hacer
para mostrarnos en verdad solidarios
con el sufrimiento de los otros,
saliendo de mi mismo,
no encerrándonos en nuestros propios sufrimientos
o en nuestras propias preocupaciones,
porque cuando vivimos así encerrados
pensando solo en nuestro propio dolor
parece que el dolor se hace más hondo,
pero cuando somos capaces de olvidarnos
de nosotros mismos y nuestro dolor
para acompañar en el sufrimiento ajeno
nos olvidamos del nuestro,
nos sentimos mejor
en la medida que hacemos sentir mejor al otro
cuando es acompañado,
cuando es valorado, 
cuando lo tenemos en cuenta, 
cuando le ofrecemos nuestro hombro
para que en él descanse,
cuando tenemos los oídos bien abiertos
y atentos para escucharle
y así pueda sentirse comprendido y animado.

Dame, Señor, la fuerza de tu Espíritu
para esa misión que me confías
 que puedo realizar, no yendo muy lejos,
sino con los que están a mi lado cada día
y con los que convivo.

Gracias, Señor, por confiar en mí,

y confiarme tu misma misión.

martes, 3 de diciembre de 2013

Gracias, Señor, porque en Jesús nos revelaste el misterio de Dios


‘Te doy gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos,
y las has revelado a la gente sencilla’.

Quiero hacer mías en esta tarde
las palabras de acción de gracias de Jesús,
y quiero darte gracias
porque en Jesús
 has querido revelarnos todo el misterio de Dios,
que es un misterio de amor y de vida;
gracias, Padre, por darnos a Jesús,
tu Palabra eterna
que se encarnó en medio de nosotros,
Palabra de luz y Palabra de vida,
que ilumina nuestro camino
y que da sentido a mi vida,
Palabra de gracia y Palabra de salvación
que nos llena de la vida de Dios,
Palabra de amor,
porque nos revela el amor de Dios,
y Palabra de paz
porque sembrándola en nuestro corazón
nos llenará
y nos inundará para siempre de la paz de Dios,
Verbo de Dios
que se ha encarnado para ser Emmanuel,
Palabra de Dios siempre presente entre nosotros
que nos revela el amor infinito de Dios.

Dame la gracia de hacerme pequeño y sencillo,
de hacerme humilde y de hacerme como un niño
para que pueda conocerte,
para que pueda experimentar de verdad en mi vida
lo que es tu amor,
para que me llene de la Sabiduría de Dios,
para que en verdad pueda ser esa morada de Dios
en que tu Espíritu habite para siempre en mi corazón.

Solo los pobres y los humildes
podrán alcanzar el Reino de Dios;
solo los que son sencillos y limpios de corazón
podrán ver a Dios;
solo los que son capaces
de poner amor y misericordia en su corazón
podrán experimentar
y gozarse en la misericordia de Dios,
porque serán los que ponen su corazón
dentro del corazón de Dios.

Nos dijiste que podríamos ser felices y dichosos
y nos señalaste el camino
cuando proclamaste las bienaventuranzas en el monte;
tantas veces las hemos meditado,
hemos tratado explicarnos su hondo sentido
pero solo con tu sabiduría,
la sabiduría de tu Espíritu
podremos no solo comprenderlas
sino llegarlas a vivir;
dame, Señor, tu Espíritu de Sabiduría
que me haga gusta cada vez más tu evangelio,
que me haga emprender con rotundidad el camino
que nos señalas en las bienaventuranzas,
que me haga ser en verdad
sencillo y humilde en el corazon
para que pueda escuchar a Dios,
para que pueda ver a Dios,
para que pueda vivir a Dios,
para que pueda sembrar tu palabra en mi corazón
y llegue a dar frutos de vida eterna.

Gracias, Señor, que tanto nos amas
que has querido hacerte revelación para nosotros
para que podamos vivir en ti

y tú en nosotros.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Gracias, Señor, por venir a nuestro encuentro


Yo vengo a tu encuentro en esta tarde, Señor,
en este rato de oración,
pero he de comenzar dándote gracias a Tí
porque Tú eres el que vienes a mi encuentro;
si ahora estoy en tu presencia
es porque me has llamado
y tu gracia me ha traído hasta Ti;
así tantas veces, en tantas ocasiones en mi vida,
así ha sido en toda mi vida,
porque ya mi vida en sí misma es una gracia de tu amor.

Desde toda la eternidad pensaste en el hombre
y lo amaste;
obra de tu amor infinito es toda la creación,
pero un amor especial
es el que pusiste en tu criatura preferida,
el hombre creado a tu imagen y semejanza,
al que dotaste de unos dones especiales
como nos quieren expresar las imágenes de aquel jardín,
el paraíso terrenal,
del que nos habla el Génesis;
venías al encuentro del hombre,
al caer de la tarde, nos dice el texto sagrado,
para manifestarnos tu ternura y tu amor;
pero un día encontraste que el hombre se escondía
porque se había dejado seducir por el espíritu maligno,
entrando en el camino del pecado y de la muerte,
pero el amor que le tenías a tu criatura preferida
no se mermó
sino que anunciaste una salvación,
anunciaste que vendría un Salvador
para rescatar al hombre del poder del maligno.

Gracias, Señor,
por seguir saliéndonos al encuentro
a pesar de nuestro pecado
y seguir manifestándonos la ternura de tu amor;
tanto era tu amor que nos enviaste a tu Hijo único,
nos entregaste a tu Hijo,
para que nos hiciera un hombre nuevo
con el valor de su sangre redentora,
con la ofrenda de su infinito amor
dando su vida por nosotros.

Así lo vemos en el evangelio
siempre cercano a los pobres,
a los pecadores,
a los que estaban esclavizados y subyugados
bajo el poder del maligno;
así lo vemos buscando a Zaqueo
que se ha subido a la higuera
porque quiere hospedarse en su casa,
deteniéndose ante la garita de Leví
para invitarlo a seguirle,
no importándole sentarse a la mesa
con los publicanos y pecadores
porque el médico ha de buscar al enfermo,
dejándose lavar los pies con sus lágrimas
por parte de la mujer pecadora,
porque a pesar de todo en ella hay amor,
pero más grande era el amor de Jesús,
acercándose hasta donde está el paralítico
postrado en su camilla junto a la piscina,
o queriendo ir a casa del centurión
para curar a su criado enfermo;
gracias, Señor,
porque con tanto amor nos buscas;
gracias, Señor,
porque nos estás saliendo al encuentro en cada instante
para sanarnos y para salvarnos,
para levantarnos de la postración en la que estamos hundidos
o para sentarnos a tu mesa
del banquete del Reino de los cielos.

Quizá tengamos que decirte
como el centurión del evangelio
que no somos dignos
de que vengas a nuestro encuentro,
de que entres en nuestra vida
tan llena de miserias y de pecado;
con humildad vamos a ti
reconociendo nuestra indignidad,
pero al mismo tiempo pidiéndote
que vengas hasta nosotros
porque solo en ti encontramos salvación,
vida y luz,
amor de verdad que nos sane
y que nos salve;
ven, Señor, te pedimos
con humildad y con confianza,
que tu palabra nos sane,
que tu gracia nos salve,
que tu sangre nos redima,
que tu amor nos transforme,
que tu luz nos ilumine para siempre.

Estamos haciendo este camino del Adviento
y decimos que queremos ir a tu encuentro
sin darnos cuenta
de que eres tú el que llegas hasta nosotros;
algunas veces nuestros ojos se nos ciegan,
estamos tan entretenidos en nuestras cosas
que no nos damos cuenta
de que tú estás ahí a nuestro lado
tendiéndonos la mano,
llamándonos para que vayamos contigo;
que se despierte mi corazón,
que se me abran bien abiertos los ojos del alma,
para que sea capaz de verte,
de escucharte,
de seguirte,
de querer estar contigo para siempre.


Gracias, Señor, por tanto amor.

domingo, 1 de diciembre de 2013

Dame, Señor, la perspectiva de la esperanza y la trascendencia


Humilde vengo a postrarme ante ti esta tarde, Señor,
pero con todo mi amor para ti
en quien he puesto toda mi esperanza;
sólo tú, Señor, eres el que puedes llenar mi corazón
de plenitud y de amor;
muchas pueden ser las luces engañosas
que tratan de arrastrarme tras su luz,
pero yo sé, Señor,
aunque muchas veces en mi debilidad
me distraiga de mi camino,
del camino que es seguirte a ti,
que tú eres la verdadera luz de mi vida
y la única que me va a iluminar de verdad.

Muchas veces caminamos por la vida desanimados
y como si hubiéramos perdido la esperanza;
apegamos nuestro corazón
a las materialidades de nuestra vida
como si ellas fueran las que dieran verdadera satisfacción
a los mejores deseos del ser humano
y terminamos atrapados en sus engaños y mentiras;
en otras ocasiones los agobios por los problemas
que cada día vamos encontrando en nuestra vida
nos ciegan o nos adormecen
y con cuánta facilidad perdemos el rumbo
que nos lleva hacia ti,
queremos encontrar
soluciones prontas y fáciles en lo inmediato
y tenemos la tentación de perder los deseos
de lo que verdaderamente nos lleve a plenitud;
nos cansamos en nuestras luchas
y tenemos la tentación de tirar la toalla
por cansancio o por aburrimiento,
pero es que realmente
no nos hemos dejado encontrar de verdad por ti,
por eso nos confundimos,
andamos errantes
como si no tuviéramos esperanza.

Estamos queriendo hacer este camino de Adviento
que estamos aun comenzando
y que es el camino de la verdadera esperanza,
porque en verdad deseamos encontrarnos contigo
y llenarnos de vida y de tu luz
y queremos hacerlo con todas las consecuencias
porque queremos que nos despiertes
para que se avive fuertemente nuestra esperanza;
esa esperanza que nos haga mirar hacia lo alto,
que siembra en nosotros deseos de plenitud,
que nos hace mantenernos firmes
aun en los momentos difíciles
o cuando nos aparezca el dolor en nuestra vida,
que nos da fuerzas para no sucumbir
por muchas que sean las cosas que nos tienten
a seguir otros rumbos y otros caminos;
esa esperanza que nos hace fuertes y maduros
y nos da ánimos para la lucha
y para superarnos más y más
en la consecución de los verdaderos valores y virtudes
que nos hagan grandes;
esa esperanza que nos hace a la vez humanos y divinos,
porque nos hace poner los pies en la tierra
con los problemas concretos de cada día,
pero nos levanta el espíritu haciéndonos mirar a lo alto
para buscar en ti la verdadera gracia y fortaleza
para el camino de nuestra vida.

Te esperamos, Señor, esperamos tu venida
como la esperaban con ansias los antiguos profetas
y el pequeño resto del pueblo de Israel
que en verdad esperaba y deseaba un Mesías salvador;
esperamos y ansiamos tu venida
porque queremos revestirnos de tu luz
y nos apoyamos firmemente en tu palabra
que será por una parte un escudo protector
frente a las confusiones que nos aparecen en la vida,
pero también una luz que nos guía
y señala caminos para seguir siempre tus pasos;
esperamos y ansiamos tu venida
recordando y celebrando en la Navidad
tu Encarnación en el seno de María
y tu nacimiento en Belén,
sabiendo que un día has de venir
entre las nubes del cielo con gran poder y majestad,
pero que cada día y en cada momento
quieres llegar y estar junto a nosotros,
hacerte presente en nuestra vida y nuestro camino,
para acompañarnos con tu gracia,
para fortalecernos con tu Espíritu,
para ayudarnos a hacer ese camino
en el que también por nuestra justicia y nuestro amor
hemos de hacerte presente en medio de nuestro mundo.

Haz, Señor, que no nos durmamos
y estemos siempre despiertos
para que sepamos descubrir tu presencia;
haz, Señor, que estemos alertas y vigilantes
porque llegas a nosotros a la hora que menos pensamos;
haz, Señor, que no perdamos
la perspectiva de la esperanza y de la trascendencia
que siempre hemos de dar a nuestra vida.

Gracias, Señor, por la esperanza 
que cada día siembras en mi corazón.