Gracias, Señor, por confiar en mí y confiarme tu
misma misión
Te
adoramos, Señor, y te bendecimos,
te
damos gracias,
reconocemos
tu grandezas
y
cuántas maravillas realizas entre nosotros,
cuántas
maravillas has realizado
y
sigues realizando en mi vida;
no
puedo cansarme de dar gracias y bendecir tu nombre;
me
regalas cada día tu Palabra,
me
invitas a tu mesa,
me
haces partícipe de tu vida,
me
llenas de tu gracia;
cuánto
he recibido de ti,
porque
tu gracia nunca me ha faltado
para
renovar y hacer nueva mi vida;
quizá
no te he respondido como tenía que hacerlo,
pero
tu fidelidad en el amor
es
permanente y para siempre
y
no me dejas de lado, sino siempre estás junto a mí.
Aquellas
maravillas que te vemos hacer en el evangelio
cuando
curabas a los enfermos
de
sus dolencias y sus enfermedades
sigues
realizándolas en mí,
cuando
me regalas tu perdón,
me
acompañas con tu gracia que fortalece mi vida
frente
a la tentación y al mal;
y
todo eso lo haces, Señor, porque me amas,
aunque
sea poca sea la correspondencia
que
yo haga a tu amor con mi amor;
no
puedo cansarme de darte gracias, Señor.
Gratis
lo he recibido y tú nos dices: dadlo gratis;
todo
eso que he recibido de ti
yo
tengo que compartirlo con los demás;
me
haces mensajero de buena nueva
para
los que están a mi lado;
mensajero
con mi palabra,
pero
mensajero con el testimonio de mi vida;
mensajero
de tu amor llevando tu amor,
impregnándome
de tus sentimientos,
de
tu amor,
de
tu vida,
para
contagiar con ese amor también a los demás.
El
evangelio nos cuenta cómo sentías lástima
cuando
contemplabas aquellas muchedumbres
que
se arremolinaban junto a ti,
porque
andaban extenuadas y abandonadas
como
ovejas que no tienen pastor
y
no saben a donde ir;
que
yo me contagie de esos sentimientos tuyos,
para
que me duela en el corazón tanto sufrimiento y soledad
que
puedo contemplar a mi alrededor;
que
me contagie de tus sentimientos
para
que sienta arder mi corazón
cuando
contemplo a tantos sin rumbo
porque
no te conocen,
porque
han perdido el sentido de Dios
como
verdadero norte de su vida,
cuando
contemplo a tantos
que
llevan en su alma la marca de cristianos
porque
un día recibieron también la gracia del bautismo,
pero
ahora tu sentido,
el
sentido de Cristo,
el
sentido cristiano está bien lejos de su
vida;
ovejas
extenuadas y abandonadas sin rumbo,
porque
ya no te reconocer como pastor de sus vidas,
que
me duela en el alma,
que
sienta arder mi corazón,
que
sienta la inquietud evangélica y misionera
de
llevarles tu nombre y tu salvación.
Que
me impregne, Señor, de tu amor
frente
a tantos que tienen su vida rota
y
llena de sufrimientos,
pero
que no se quede en unas lágrimas
que
salen emocionadas de mis ojos,
sino
que ponga por obra en la práctica
el
envío que tú nos has hecho;
nos
enviaste a curar y a sanar,
a
resucitar y a levantar a los caídos;
cuánto
podemos hacer,
cuántas
tristezas mitigar y consolar,
cuántas
lágrimas podemos enjugar;
cuánto
tenemos que hacer
para
mostrarnos en verdad solidarios
con
el sufrimiento de los otros,
saliendo
de mi mismo,
no
encerrándonos en nuestros propios sufrimientos
o
en nuestras propias preocupaciones,
porque
cuando vivimos así encerrados
pensando
solo en nuestro propio dolor
parece
que el dolor se hace más hondo,
pero
cuando somos capaces de olvidarnos
de
nosotros mismos y nuestro dolor
para
acompañar en el sufrimiento ajeno
nos
olvidamos del nuestro,
nos
sentimos mejor
en
la medida que hacemos sentir mejor al otro
cuando
es acompañado,
cuando
es valorado,
cuando
lo tenemos en cuenta,
cuando
le ofrecemos nuestro hombro
para
que en él descanse,
cuando
tenemos los oídos bien abiertos
y
atentos para escucharle
y
así pueda sentirse comprendido y animado.
Dame,
Señor, la fuerza de tu Espíritu
para
esa misión que me confías
que puedo realizar, no yendo muy lejos,
sino
con los que están a mi lado cada día
y
con los que convivo.
Gracias,
Señor, por confiar en mí,
y
confiarme tu misma misión.