domingo, 1 de diciembre de 2013

Dame, Señor, la perspectiva de la esperanza y la trascendencia


Humilde vengo a postrarme ante ti esta tarde, Señor,
pero con todo mi amor para ti
en quien he puesto toda mi esperanza;
sólo tú, Señor, eres el que puedes llenar mi corazón
de plenitud y de amor;
muchas pueden ser las luces engañosas
que tratan de arrastrarme tras su luz,
pero yo sé, Señor,
aunque muchas veces en mi debilidad
me distraiga de mi camino,
del camino que es seguirte a ti,
que tú eres la verdadera luz de mi vida
y la única que me va a iluminar de verdad.

Muchas veces caminamos por la vida desanimados
y como si hubiéramos perdido la esperanza;
apegamos nuestro corazón
a las materialidades de nuestra vida
como si ellas fueran las que dieran verdadera satisfacción
a los mejores deseos del ser humano
y terminamos atrapados en sus engaños y mentiras;
en otras ocasiones los agobios por los problemas
que cada día vamos encontrando en nuestra vida
nos ciegan o nos adormecen
y con cuánta facilidad perdemos el rumbo
que nos lleva hacia ti,
queremos encontrar
soluciones prontas y fáciles en lo inmediato
y tenemos la tentación de perder los deseos
de lo que verdaderamente nos lleve a plenitud;
nos cansamos en nuestras luchas
y tenemos la tentación de tirar la toalla
por cansancio o por aburrimiento,
pero es que realmente
no nos hemos dejado encontrar de verdad por ti,
por eso nos confundimos,
andamos errantes
como si no tuviéramos esperanza.

Estamos queriendo hacer este camino de Adviento
que estamos aun comenzando
y que es el camino de la verdadera esperanza,
porque en verdad deseamos encontrarnos contigo
y llenarnos de vida y de tu luz
y queremos hacerlo con todas las consecuencias
porque queremos que nos despiertes
para que se avive fuertemente nuestra esperanza;
esa esperanza que nos haga mirar hacia lo alto,
que siembra en nosotros deseos de plenitud,
que nos hace mantenernos firmes
aun en los momentos difíciles
o cuando nos aparezca el dolor en nuestra vida,
que nos da fuerzas para no sucumbir
por muchas que sean las cosas que nos tienten
a seguir otros rumbos y otros caminos;
esa esperanza que nos hace fuertes y maduros
y nos da ánimos para la lucha
y para superarnos más y más
en la consecución de los verdaderos valores y virtudes
que nos hagan grandes;
esa esperanza que nos hace a la vez humanos y divinos,
porque nos hace poner los pies en la tierra
con los problemas concretos de cada día,
pero nos levanta el espíritu haciéndonos mirar a lo alto
para buscar en ti la verdadera gracia y fortaleza
para el camino de nuestra vida.

Te esperamos, Señor, esperamos tu venida
como la esperaban con ansias los antiguos profetas
y el pequeño resto del pueblo de Israel
que en verdad esperaba y deseaba un Mesías salvador;
esperamos y ansiamos tu venida
porque queremos revestirnos de tu luz
y nos apoyamos firmemente en tu palabra
que será por una parte un escudo protector
frente a las confusiones que nos aparecen en la vida,
pero también una luz que nos guía
y señala caminos para seguir siempre tus pasos;
esperamos y ansiamos tu venida
recordando y celebrando en la Navidad
tu Encarnación en el seno de María
y tu nacimiento en Belén,
sabiendo que un día has de venir
entre las nubes del cielo con gran poder y majestad,
pero que cada día y en cada momento
quieres llegar y estar junto a nosotros,
hacerte presente en nuestra vida y nuestro camino,
para acompañarnos con tu gracia,
para fortalecernos con tu Espíritu,
para ayudarnos a hacer ese camino
en el que también por nuestra justicia y nuestro amor
hemos de hacerte presente en medio de nuestro mundo.

Haz, Señor, que no nos durmamos
y estemos siempre despiertos
para que sepamos descubrir tu presencia;
haz, Señor, que estemos alertas y vigilantes
porque llegas a nosotros a la hora que menos pensamos;
haz, Señor, que no perdamos
la perspectiva de la esperanza y de la trascendencia
que siempre hemos de dar a nuestra vida.

Gracias, Señor, por la esperanza 
que cada día siembras en mi corazón.

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