lunes, 2 de diciembre de 2013

Gracias, Señor, por venir a nuestro encuentro


Yo vengo a tu encuentro en esta tarde, Señor,
en este rato de oración,
pero he de comenzar dándote gracias a Tí
porque Tú eres el que vienes a mi encuentro;
si ahora estoy en tu presencia
es porque me has llamado
y tu gracia me ha traído hasta Ti;
así tantas veces, en tantas ocasiones en mi vida,
así ha sido en toda mi vida,
porque ya mi vida en sí misma es una gracia de tu amor.

Desde toda la eternidad pensaste en el hombre
y lo amaste;
obra de tu amor infinito es toda la creación,
pero un amor especial
es el que pusiste en tu criatura preferida,
el hombre creado a tu imagen y semejanza,
al que dotaste de unos dones especiales
como nos quieren expresar las imágenes de aquel jardín,
el paraíso terrenal,
del que nos habla el Génesis;
venías al encuentro del hombre,
al caer de la tarde, nos dice el texto sagrado,
para manifestarnos tu ternura y tu amor;
pero un día encontraste que el hombre se escondía
porque se había dejado seducir por el espíritu maligno,
entrando en el camino del pecado y de la muerte,
pero el amor que le tenías a tu criatura preferida
no se mermó
sino que anunciaste una salvación,
anunciaste que vendría un Salvador
para rescatar al hombre del poder del maligno.

Gracias, Señor,
por seguir saliéndonos al encuentro
a pesar de nuestro pecado
y seguir manifestándonos la ternura de tu amor;
tanto era tu amor que nos enviaste a tu Hijo único,
nos entregaste a tu Hijo,
para que nos hiciera un hombre nuevo
con el valor de su sangre redentora,
con la ofrenda de su infinito amor
dando su vida por nosotros.

Así lo vemos en el evangelio
siempre cercano a los pobres,
a los pecadores,
a los que estaban esclavizados y subyugados
bajo el poder del maligno;
así lo vemos buscando a Zaqueo
que se ha subido a la higuera
porque quiere hospedarse en su casa,
deteniéndose ante la garita de Leví
para invitarlo a seguirle,
no importándole sentarse a la mesa
con los publicanos y pecadores
porque el médico ha de buscar al enfermo,
dejándose lavar los pies con sus lágrimas
por parte de la mujer pecadora,
porque a pesar de todo en ella hay amor,
pero más grande era el amor de Jesús,
acercándose hasta donde está el paralítico
postrado en su camilla junto a la piscina,
o queriendo ir a casa del centurión
para curar a su criado enfermo;
gracias, Señor,
porque con tanto amor nos buscas;
gracias, Señor,
porque nos estás saliendo al encuentro en cada instante
para sanarnos y para salvarnos,
para levantarnos de la postración en la que estamos hundidos
o para sentarnos a tu mesa
del banquete del Reino de los cielos.

Quizá tengamos que decirte
como el centurión del evangelio
que no somos dignos
de que vengas a nuestro encuentro,
de que entres en nuestra vida
tan llena de miserias y de pecado;
con humildad vamos a ti
reconociendo nuestra indignidad,
pero al mismo tiempo pidiéndote
que vengas hasta nosotros
porque solo en ti encontramos salvación,
vida y luz,
amor de verdad que nos sane
y que nos salve;
ven, Señor, te pedimos
con humildad y con confianza,
que tu palabra nos sane,
que tu gracia nos salve,
que tu sangre nos redima,
que tu amor nos transforme,
que tu luz nos ilumine para siempre.

Estamos haciendo este camino del Adviento
y decimos que queremos ir a tu encuentro
sin darnos cuenta
de que eres tú el que llegas hasta nosotros;
algunas veces nuestros ojos se nos ciegan,
estamos tan entretenidos en nuestras cosas
que no nos damos cuenta
de que tú estás ahí a nuestro lado
tendiéndonos la mano,
llamándonos para que vayamos contigo;
que se despierte mi corazón,
que se me abran bien abiertos los ojos del alma,
para que sea capaz de verte,
de escucharte,
de seguirte,
de querer estar contigo para siempre.


Gracias, Señor, por tanto amor.

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