Gracias, Señor, por venir a nuestro encuentro
Yo
vengo a tu encuentro en esta tarde, Señor,
en
este rato de oración,
pero
he de comenzar dándote gracias a Tí
porque
Tú eres el que vienes a mi encuentro;
si
ahora estoy en tu presencia
es
porque me has llamado
y
tu gracia me ha traído hasta Ti;
así
tantas veces, en tantas ocasiones en mi vida,
así
ha sido en toda mi vida,
porque
ya mi vida en sí misma es una gracia de tu amor.
Desde
toda la eternidad pensaste en el hombre
y
lo amaste;
obra
de tu amor infinito es toda la creación,
pero
un amor especial
es
el que pusiste en tu criatura preferida,
el
hombre creado a tu imagen y semejanza,
al
que dotaste de unos dones especiales
como
nos quieren expresar las imágenes de aquel jardín,
el
paraíso terrenal,
del
que nos habla el Génesis;
venías
al encuentro del hombre,
al
caer de la tarde, nos dice el texto sagrado,
para
manifestarnos tu ternura y tu amor;
pero
un día encontraste que el hombre se escondía
porque
se había dejado seducir por el espíritu maligno,
entrando
en el camino del pecado y de la muerte,
pero
el amor que le tenías a tu criatura preferida
no
se mermó
sino
que anunciaste una salvación,
anunciaste
que vendría un Salvador
para
rescatar al hombre del poder del maligno.
Gracias,
Señor,
por
seguir saliéndonos al encuentro
a
pesar de nuestro pecado
y
seguir manifestándonos la ternura de tu amor;
tanto
era tu amor que nos enviaste a tu Hijo único,
nos
entregaste a tu Hijo,
para
que nos hiciera un hombre nuevo
con
el valor de su sangre redentora,
con
la ofrenda de su infinito amor
dando
su vida por nosotros.
Así
lo vemos en el evangelio
siempre
cercano a los pobres,
a
los pecadores,
a
los que estaban esclavizados y subyugados
bajo
el poder del maligno;
así
lo vemos buscando a Zaqueo
que
se ha subido a la higuera
porque
quiere hospedarse en su casa,
deteniéndose
ante la garita de Leví
para
invitarlo a seguirle,
no
importándole sentarse a la mesa
con
los publicanos y pecadores
porque
el médico ha de buscar al enfermo,
dejándose
lavar los pies con sus lágrimas
por
parte de la mujer pecadora,
porque
a pesar de todo en ella hay amor,
pero
más grande era el amor de Jesús,
acercándose
hasta donde está el paralítico
postrado
en su camilla junto a la piscina,
o
queriendo ir a casa del centurión
para
curar a su criado enfermo;
gracias,
Señor,
porque
con tanto amor nos buscas;
gracias,
Señor,
porque
nos estás saliendo al encuentro en cada instante
para
sanarnos y para salvarnos,
para
levantarnos de la postración en la que estamos hundidos
o
para sentarnos a tu mesa
del
banquete del Reino de los cielos.
Quizá
tengamos que decirte
como
el centurión del evangelio
que
no somos dignos
de
que vengas a nuestro encuentro,
de
que entres en nuestra vida
tan
llena de miserias y de pecado;
con
humildad vamos a ti
reconociendo
nuestra indignidad,
pero
al mismo tiempo pidiéndote
que
vengas hasta nosotros
porque
solo en ti encontramos salvación,
vida
y luz,
amor
de verdad que nos sane
y
que nos salve;
ven,
Señor, te pedimos
con
humildad y con confianza,
que
tu palabra nos sane,
que
tu gracia nos salve,
que
tu sangre nos redima,
que
tu amor nos transforme,
que
tu luz nos ilumine para siempre.
Estamos
haciendo este camino del Adviento
y
decimos que queremos ir a tu encuentro
sin
darnos cuenta
de
que eres tú el que llegas hasta nosotros;
algunas
veces nuestros ojos se nos ciegan,
estamos
tan entretenidos en nuestras cosas
que
no nos damos cuenta
de
que tú estás ahí a nuestro lado
tendiéndonos
la mano,
llamándonos
para que vayamos contigo;
que
se despierte mi corazón,
que
se me abran bien abiertos los ojos del alma,
para
que sea capaz de verte,
de
escucharte,
de
seguirte,
de
querer estar contigo para siempre.
Gracias,
Señor, por tanto amor.
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