sábado, 30 de abril de 2011

Cantaré eternamente, Señor, tu Pascua

Cantaré eternamente, Señor, tu Pascua

No nos cansamos, Señor,

de celebrar tu Pascua;

la alegría que sentimos en tu resurrección

y el gozo hondo que embargo nuestro espiritu

nos hace recordar una y otra vez

aquellas sencillas,

pero maravillosas escenas del evangelio

que nos hablan de tu resurrección.

Te damos gracias, Señor,

queremos bendecirte

y cantar una y otra vez nuestra alabanza;

tú lo mereces, Señor,

y siempre será todo para tu gloria;

postrados ante ti

estamos en adoración en esta tarde

sintiendo el gozo de tu presencia.

Y queremos cantar tu alabanza

pero al mismo tiempo queremos repetir

una y otra vez a los que nos rodean

la maravilla de tu resurrección;

no siempre nos entiende la gente de nuestro mundo;

hablar de vida eterna y de resurrección

no siempre es fácil;

la gente vive tan enfrascada en este mundo terreno

que le cuesta mirar hacia arriba,

levantar nuestro espíritu con ansias de eternidad,

querer darle trascendencia a nuestra vida,

a lo que hacemos y a lo que vivimos,

nos puede parecer que lo único válido

es lo que podamos tocar con nuestras manos

o nos produzca un beneficio inmediato.

Es una tentación que nosotros sufrimos también

pero que con el gozo de presencia y tu gracia

lograremos superar.

Cuando hablamos de espíritu y de espiritualidad,

cuando hablamos de resurrección y de vida eterna

hay quienes quieren hacernos callar,

pero creemos en ti

y lo que vivimos desde nuestra fe

no lo podemos callar;

como aquellos apóstoles valientes

a los que querían prohibir hablar de tu nombre

nosotros también contestamos

que primero te obedecemos a ti que a los hombres,

que lo que vivimos allá en lo más hondo de nosotros

y trasciende y da sentido a nuestra vida

no lo podemos callar,

y por eso queremos

proclamar nuestra fe en todo momento.

Danos, Señor, tu fuerza,

la fuerza de tu Espíritu.

para que valientemente

demos nuestro testimonio,

proclamemos nuestra fe,

anunciemos tu nombre

que es el único que puede salvarnos.

Danos tu vida, Señor,

danos tu gracia.

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