Que no me canse, Señor, de darte gracias por tanto amor
Te adoramos, Señor, eres mi Dios;
te amamos, Señor, eres mi salvación;
ante ti nos ponemos, Señor,
porque en ti nos confiamos totalmente;
sólo quieres mi vida y mi salvación;
no quieres la muerte del pecador
sino que se convierta y viva,
no te hiciste hombre para traernos condenación
sino salvación;
no quieres que andemos en tinieblas
sino siempre en la luz,
en tu luz;
las tinieblas muchas veces parecen vencer a la luz
y quieren llenarnos de oscuridad,
rechazan la luz;
cuántas veces rechazamos la luz
porque hacemos las obras de las tinieblas;
pero estando contigo
sabemos donde estará la verdadera victoria;
tú nos buscas,
nos llamas,
nos ofreces continuamente tu amor;
un amor eterno,
un amor que desde toda la eternidad derramaste en mi.
¿Cómo no he de corresponder a tu amor
poniendo en ti todo el amor de mi vida?
¿Cómo no tener un corazón agradecido
que corresponda a tanto amor?
¿Cómo no ser capaz de ofrecerte toda mi vida
cuando tú te entregaste por mi?
Estar en tu presencia
nos llena de paz y de alegría;
sentirte presente en el sacramento del Altar
nos recuerda hasta donde llegó tu amor,
hasta el extremo,
hasta el final,
hasta dar tu vida por mí;
pero aún más quisiste quedarte
en el signo sacramental de la Eucaristía
porque nos querías decir
que no sólo eres nuestra salvación,
sino que además quieres hacerte
alimento de nuestra vida
para que podamos tener vida,
para que podamos tener tu vida,
una vida que dura para siempre,
porque comiéndote a ti
tú nos resucitarás en el último día,
para que no nos falte tu gracia,
para que tengamos la seguridad de tu amor.
Queremos caminar en tu luz,
aunque muchas veces nos confundimos
porque el enemigo tentador
nos confunde y nos engaña
y nosotros nos dejamos confundir y engañar;
que no me falte tu luz,
para que mis ojos no se enfermen ni se nublen,
para que sepa siempre descubrir los buenos caminos;
tú eres mi luz y mi salvación,
tú eres el defensor de mi vida,
tu defensa ha llegado tan lejos
que has puesto en la balanza
el peso y el valor de tu sangre redentora
para arrancarnos de las garras del maligno,
para rescatarnos de nuestro pecado,
para llevarnos a la salvación.
Gracias, Señor, por tanto amor,
que no me canse de darte gracias siempre,
que no me canse de amar con tu amor,
que no se me enfríe la fe,
que sepa poner en ti
toda mi esperanza de salvación y de vida.
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