Tú eres mi Señor y mi Redentor
‘Te damos gracias, oh Dios,
que nos ha hecho capaces de compartir
la herencia del pueblo santo en la luz.
la herencia del pueblo santo en la luz.
Tú nos has sacado del dominio de las tinieblas,
y nos has trasladado al reino de tu Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados’.
Quiero
en esta tarde, Señor,
comenzar
mi oración de acción de gracias y adoración
recogiendo
el sentir de las Palabras del Apóstol
que
recientemente hemos escuchado;
Tú
eres mi Señor y mi Redentor,
Tú
eres mi luz y mi vida;
Tú
nos has arrancado
del
dominio de las tinieblas y del pecado,
Tú
nos has arrancado
de
la muerte para llevarnos a la vida;
Tú
has derramado tu Sangre
para
redimirnos del pecado y de la muerte;
gracias,
Señor.
Quiero
acercarme a tu cruz,
quiero
estar junto a ti
en
el dolor y sufrimiento redentor de tu pasión,
quiero
contemplar una vez más
tu
entrega y la ofrenda de tu amor;
y
quiero acercarme a ti confiado
desde
mis sufrimientos y soledades,
contra
las que que tantas veces me he rebelado,
y
de las que quizá tantas veces me quejo
porque
no te he mirado lo suficiente;
también
en mi dolor
muchas
veces he vociferado con mis quejas
como
aquellos que estaban en torno a tu cruz;
unos
se burlaban porque no creían en ti
ni
entendían lo que significaba tu sacrificio;
otros
quizá en un dolor semejante al tuyo
lo
que hacian era entrar en el juego insensato
de
los que no llegaban a descubrir ni entender
la
luz que de tu cruz estaba manando
y
bramaban y vociferaban
que
te bajaras de la cruz
y
los bajaras a ellos;
pero
hubo quien, sin embargo,
entreabió
la rendijas de su alma
para
que entrara la luz
y
sin comprender quizá
por
qué estabas Tú también en la cruz
se
preguntaba qué había en ti,
en
tu cruz y en tu sufrimiento
porque
a él le llegaba un rayo de paz y de esperanza;
aquel
buen ladrón,
como
desde entonces lo llamamos,
se
puso a tu lado,
se
puso de tu parte
y
la luz de la fe inundó su alma
para
hacer una oración confiada;
él
sí te veía como Rey y Señor
y
en Ti él comenzaba a confiar;
acuérdate
de mí, te decía,
cuando
estés en tu Reino;
acuérdate
de mí,
te
quiero decir yo en esta tarde;
ayúdame
a ponerme a la altura de tu cruz,
que
pueda mirarte directamente a tus ojos
y
dejar que tus ojos de misericordia,
que
tu mirada de amor,
también
se claven en mi alma;
ayúdame,
Señor,
a
agrandar esa rendija pequeña
que
quizá se ha abierto en mi alma
para
que entre tu luz a torrentes,
y
mi inunde tu gracia,
y
me llene de paz
en
la medida en que me contagio de tu amor;
que
comprenda yo también
el
sentido de mi vida y de mi dolor,
de
mis soledades y de las angustias
que
a veces pueden atormentar mi alma;
que
te sienta junto a mi,
por
eso quiero estar cerquita de ti,
para
que me llene de tu luz,
para
que aprenda a hacer ofrenda de amor
con
mi dolor y los sufrimientos
que
me pudieran llegar.
Que
pueda escuchar yo también
esa
palabra tuya de esperanza
que
me promete tenerme siempre contigo
en
tu paraíso y en tu gloria.
Gracias,
Señor, por permitirme estar cerca de ti.
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