viernes, 29 de noviembre de 2013

Tú eres mi Señor y mi Redentor


‘Te damos gracias, oh Dios,
que nos ha hecho capaces de compartir 
la herencia del pueblo santo en la luz.
Tú nos has sacado del dominio de las tinieblas,
y nos has trasladado al reino de tu Hijo querido,
por cuya sangre hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados’.

Quiero en esta tarde, Señor,
comenzar mi oración de acción de gracias y adoración
recogiendo el sentir de las Palabras del Apóstol
que recientemente hemos escuchado;
Tú eres mi Señor y mi Redentor,
Tú eres mi luz y mi vida;
Tú nos has arrancado
del dominio de las tinieblas y del pecado,
Tú nos has arrancado
de la muerte para llevarnos a la vida;
Tú has derramado tu Sangre
para redimirnos del pecado y de la muerte;
gracias, Señor.

Quiero acercarme a tu cruz,
quiero estar junto a ti
en el dolor y sufrimiento redentor de tu pasión,
quiero contemplar una vez más
tu entrega y la ofrenda de tu amor;
y quiero acercarme a ti confiado
desde mis sufrimientos y soledades,
contra las que que tantas veces me he rebelado,
y de las que quizá tantas veces me quejo
porque no te he mirado lo suficiente;
también en mi dolor
muchas veces he vociferado con mis quejas
como aquellos que estaban en torno a tu cruz;
unos se burlaban porque no creían en ti
ni entendían lo que significaba tu sacrificio;
otros quizá en un dolor semejante al tuyo
lo que hacian era entrar en el juego insensato
de los que no llegaban a descubrir ni entender
la luz que de tu cruz estaba manando
y bramaban y vociferaban
que te bajaras de la cruz
y los bajaras a ellos;
pero hubo quien, sin embargo,
entreabió la rendijas de su alma
para que entrara la luz
y sin comprender quizá
por qué estabas Tú también en la cruz
se preguntaba qué había en ti,
en tu cruz y en tu sufrimiento
porque a él le llegaba un rayo de paz y de esperanza;
aquel buen ladrón,
como desde entonces lo llamamos,
se puso a tu lado,
se puso de tu parte
y la luz de la fe inundó su alma
para hacer una oración confiada;
él sí te veía como Rey y Señor
y en Ti él comenzaba a confiar;
acuérdate de mí, te decía,
cuando estés en tu Reino;
acuérdate de mí,
te quiero decir yo en esta tarde;
ayúdame a ponerme a la altura de tu cruz,
que pueda mirarte directamente a tus ojos
y dejar que tus ojos de misericordia,
que tu mirada de amor,
también se claven en mi alma;
ayúdame, Señor,
a agrandar esa rendija pequeña
que quizá se ha abierto en mi alma
para que entre tu luz a torrentes,
y mi inunde tu gracia,
y me llene de paz
en la medida en que me contagio de tu amor;
que comprenda yo también
el sentido de mi vida y de mi dolor,
de mis soledades y de las angustias
que a veces pueden atormentar mi alma;
que te sienta junto a mi,
por eso quiero estar cerquita de ti,
para que me llene de tu luz,
para que aprenda a hacer ofrenda de amor
con mi dolor y los sufrimientos
que me pudieran llegar.

Que pueda escuchar yo también
esa palabra tuya de esperanza
que me promete tenerme siempre contigo
en tu paraíso y en tu gloria.

Gracias, Señor, por permitirme estar cerca de ti.





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