Te damos gracias porque
confías que emprendamos un camino nuevo
¡Bendito seas por siempre, Señor!
quisiera
entonar un cántico de alabanza a ti, Señor,
sin
cansarme jamás,
porque
mereces toda bendición y toda alabanza;
mi
corazón se llena de alegría en tu presencia
porque
siento que vienes a mí
con
el poder de tu gracia y el regalo de tu amor
y
me lleno de gozo y de esperanza
cuando
contemplo la obra de tu amor en mi;
como
sentían consuelo y alegría los desterrados
cuando
se les anunciaba la liberación
y
la vuelta a su patria
abriéndose
caminos nuevos para sus pasos,
así
mi alma se regocija en ti
porque siempre me estás ofreciendo tu gracia,
tu
misericordia,
tu
perdón,
tu
amor y tu paz;
nos
abruman nuestras infidelidades y pecados
pero
siento el consuelo de tu amor
cuando
sé que has dado tu vida por mí,
has
derramado tu sangre
y
con ella me has rescatado del poder del maligno,
¿cómo
no voy a ser paz y gozo en mi corazón?
Con
tu perdón estás abriendo
caminos
nuevos delante de mi vida
porque
tu misericordia es grande
y
quieres seguir confiando en mí
para
que inicie ese camino nuevo
de
renovación y de gracia;
‘vete en paz y no peques más’,
les
decías a los pecadores
a
los que regalabas tu perdón,
a
los enfermos
a
los que les hacías recobrar su salud,
a
todo el que se acercara a ti
con
el corazón atormentado;
nos
mostraste el rostro de la misericordia
como
le ofreciste a Zaqueo el perdón
y
el ir a hospedarte en su casa,
cuando
defendías a los pecadores
que
se postraban a tus pies llorando sus pecados
mostrando
siempre la confianza
de
que en verdad podían emprender
el
camino de una vida nueva y renovada,
como
levantabas al paralítico
de
la postración de su camilla
para
que emprendiera el camino nuevo
que
le llevaba al encuentro con los demás,
como
limpiabas a los leprosos
para
que volvieran renovados en su vida
al
seno de sus familias y de la comunidad;
siempre
estabas mostrando
tu
misericordia y tu bondad,
siempre
seguías confiando
en
que el hombre pecador podía cambiar su vida,
siempre
seguías ofreciéndonos
la
fuerza de tu gracia
para
que realizáramos
la
necesaria transformación del corazón.
¿No
tiene que llenarse nuestro corazón de gozo,
sentir
el consuelo de tu amor que nunca se acaba,
y
con esa alegría,
ilusión
y esperanza
emprender
ese camino nuevo?
Confías
en mí, aunque haya sido pecador;
que
nosotros aprendamos también
a
confiar en los demás
y
sepamos ofrecer el consuelo
de
una amistad renovada
a
los hermanos que acaso un día
no
fueron buenos con nosotros;
que
tu Iglesia se muestre siempre
como
madre de misericordia
para
acoger al pecador y para acompañarlo,
como
lo hacías tú con tu gracia,
en
la renovación de una nueva vida;
que
antes de hacernos justicieros con los demás
nos
miremos a nosotros mismos
y
veamos cuantas veces tropezamos en la misma piedra,
pero
cuantas veces al mismo tiempo
el
Señor nos está mostrando de nuevo
el
rostro de su amor;
ayúdanos,
Señor, a entenderlo
pero
también a ponerlo por obra;
que
resplandezca la compasión y la misericordia
en
nuestros corazones
porque
con humildad veamos
que
nosotros somos pecadores,
pero
que más grande es tu amor;
que
nos contagiemos de tu amor,
de
tu misericordia, de tu compasión;
que
nos revistamos de tus mismos sentimientos,
para
pensar y hacer que todos
siempre
pueden caber en nuestro corazón.
Hoy
el Bautista una vez más nos ha invitado
a
que preparemos los caminos del Señor,
y
ya estamos viendo
cuales
son los valles de nuestros orgullos
que
tienen que abajarse,
los
caminos torcidos
de
nuestras desconfianzas y resentimientos
que
tenemos que enderezar,
las
colinas y montañas que tenemos que aplanar
poniendo
verdadera humildad en nuestro corazón
para
estar siempre a la misma altura del hermano;
si
escuchamos la llamada del profeta y del bautista
y
ponemos por obra sus palabras
seguro
que encontramos
el
camino que nos lleve hasta ti,
encontraremos
ese camino verdadero
por
el que tú vas a llegar a nosotros
para
nacer en nuestro corazón.