martes, 2 de diciembre de 2014

Gracias, Señor, porque aprendemos que, acogiendo humildes a los demás, tú te posesionas de nuestro corazón

Gracias, Señor, porque aprendemos que, acogiendo humildes a los demás, tú te posesionas de nuestro corazón


Tomamos prestadas tus palabras
para comenzar nuestra oración en esta tarde.
‘Te damos gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos,
y las has revelado a la gente sencilla’.
Sí, te damos gracias
porque quieres revelarnos
todo tu misterio de amor;
somos pequeños,
somos pobres y humildes
los que ahora estamos en tu presencia,
nada tenemos
 y quizá el mundo de los fuertes y poderosos
en nada nos considere;
no nos importa nuestra pequeñez y nuestra pobreza,
queremos acercarnos a ti, Señor,
con este corazón lleno de humildad,
reconociendo nuestras carencias
y hasta nuestras necesidades,
pero nos gozamos con tu amor;
estamos seguros que nos amas,
nos vas dando cada día tantas señales de tu amor,
aunque quizá no siempre somos capaces
de reconocerlas todas
y hasta en ocasiones podemos sentir la tentación
de sentirnos dolidos
porque no tenemos lo que otros tienen,
pero queremos decirte en esta tarde
que nos basta tu amor,
que de mil maneras se va a manifestar
sobre nuestra pobreza y nuestra vida;
y por todo eso,
con mucha humildad en el corazón,
pero también queriendo poner mucho amor
te damos gracias.

Queremos sentir la fuerza de tu gracia
para no dejarnos seducir
por las tentaciones consumistas
que vive nuestro mundo en torno nuestro;
cuánta confusión contemplamos en estos días
con lo que el mundo piensa
que ha de ser la preparación de la navidad;
cuánto se afanan en preparar cosas,
pero no preparan sus corazones;
es también nuestra tentación;
todo se convierte en un lujo y un derroche
tan distante de aquel calor de amor
que había en aquel establo de Belén;
nacía el amor,
haciéndose presente en el mundo
en el misterio de la encarnación,
pero encontró dos corazones puros,
humildes, pero llenos de amor,
en el corazón de María,
en el corazón de José,
como también en aquellos otros corazones
sencillos y humildes
de los pobres pastores de Belén
que se dejaron guiar por las señales del cielo
y se encontraron con Dios
en el Niño envuelto en pañales
y recostado en el pesebre. 

Que sea así
cómo vayamos preparando nuestro corazón,
liberándolo de toda malicia y ambición,
purificándolo de tantas tentaciones de orgullo y de soberbia
que tratan de mancharlo,
pacificándolo en la dulzura y la mansedumbre
para que sea sembrador de paz
en medio de tantas violencias,
haciéndolo humilde y sencillo
para que sea cuna acogedora
de todos los que sufren a nuestro lado
y los llene del consuelo de Dios.

Ven, Señor, a nuestro corazón,
 danos la fuerza de tu Espíritu
para que podamos prepararlo de forma debida;
a ti queremos llegar
con la riqueza de nuestra pobreza,
aunque parezca un contrasentido,
pero donde queremos poner gestos pequeños,
humildes y sencillos
con que sepamos acoger a los demás,
porque será la forma

en que tú te posesiones de nuestro corazón.

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