Gracias, Señor, porque aprendemos que, acogiendo humildes a los demás, tú te posesionas de nuestro corazón
Tomamos
prestadas tus palabras
para
comenzar nuestra oración en esta tarde.
‘Te damos gracias, Padre,
Señor del cielo y de la tierra,
porque has escondido estas cosas
a los sabios y entendidos,
y las has revelado a la gente sencilla’.
Sí,
te damos gracias
porque
quieres revelarnos
todo
tu misterio de amor;
somos
pequeños,
somos
pobres y humildes
los
que ahora estamos en tu presencia,
nada
tenemos
y quizá el mundo de los fuertes y poderosos
en
nada nos considere;
no
nos importa nuestra pequeñez y nuestra pobreza,
queremos
acercarnos a ti, Señor,
con
este corazón lleno de humildad,
reconociendo
nuestras carencias
y
hasta nuestras necesidades,
pero
nos gozamos con tu amor;
estamos
seguros que nos amas,
nos
vas dando cada día tantas señales de tu amor,
aunque
quizá no siempre somos capaces
de
reconocerlas todas
y
hasta en ocasiones podemos sentir la tentación
de
sentirnos dolidos
porque
no tenemos lo que otros tienen,
pero
queremos decirte en esta tarde
que
nos basta tu amor,
que
de mil maneras se va a manifestar
sobre
nuestra pobreza y nuestra vida;
y
por todo eso,
con
mucha humildad en el corazón,
pero
también queriendo poner mucho amor
te
damos gracias.
Queremos
sentir la fuerza de tu gracia
para
no dejarnos seducir
por
las tentaciones consumistas
que
vive nuestro mundo en torno nuestro;
cuánta
confusión contemplamos en estos días
con
lo que el mundo piensa
que
ha de ser la preparación de la navidad;
cuánto
se afanan en preparar cosas,
pero
no preparan sus corazones;
es
también nuestra tentación;
todo
se convierte en un lujo y un derroche
tan
distante de aquel calor de amor
que
había en aquel establo de Belén;
nacía
el amor,
haciéndose
presente en el mundo
en
el misterio de la encarnación,
pero
encontró dos corazones puros,
humildes,
pero llenos de amor,
en
el corazón de María,
en
el corazón de José,
como
también en aquellos otros corazones
sencillos
y humildes
de
los pobres pastores de Belén
que
se dejaron guiar por las señales del cielo
y
se encontraron con Dios
en
el Niño envuelto en pañales
y
recostado en el pesebre.
Que
sea así
cómo
vayamos preparando nuestro corazón,
liberándolo
de toda malicia y ambición,
purificándolo
de tantas tentaciones de orgullo y de soberbia
que
tratan de mancharlo,
pacificándolo
en la dulzura y la mansedumbre
para
que sea sembrador de paz
en
medio de tantas violencias,
haciéndolo
humilde y sencillo
para
que sea cuna acogedora
de
todos los que sufren a nuestro lado
y
los llene del consuelo de Dios.
Ven,
Señor, a nuestro corazón,
danos la fuerza de tu Espíritu
para
que podamos prepararlo de forma debida;
a
ti queremos llegar
con
la riqueza de nuestra pobreza,
aunque
parezca un contrasentido,
pero
donde queremos poner gestos pequeños,
humildes
y sencillos
con
que sepamos acoger a los demás,
porque
será la forma
en
que tú te posesiones de nuestro corazón.
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