miércoles, 3 de diciembre de 2014

Aquí está nuestro Dios, celebremos y gocemos con su salvación

Aquí está nuestro Dios, celebremos y gocemos con su salvación


Quiero que mis palabras sean en primer lugar
una confesión de fe tomándolas del profeta:
‘Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos
y gocemos con su salvación’.

Sí, creo, Señor,
que estás aquí presente,
real y verdaderamente presente;
eres mi Dios y mi Señor,
eres mi vida y mi salvación,
eres el amor de mi vida;
eres presencia,
eres luz,
eres vida,
eres gracia;
quiero gozarme en tu presencia, Señor,
disfrutar de tu presencia,
dejarme inundar por tu luz,
hacer que tu gracia me transforme,
me ilumine,
me haga vivir en ti;
ojalá pudiera decir
con la misma fe que san Pablo
que ya no es mi vida,
sino que eres tú
el que vives en mí para siempre. 

Anunciaban los profetas
que en los tiempos mesiánicos
íbamos a tener una comida nueva,
un nuevo alimento,
que para nosotros,
para todos los pueblos,
en el monte del Señor se iba a preparar
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos;
pero no éramos capaces de adivinar
cuales serían esos manjares,
pero viniste tú,
y nos hablaste de un pan del cielo,
pero nosotros seguíamos pensando en el maná
que comieron los israelitas en el desierto,
pero tú luego nos dijiste
que esa comida,
ese alimento eres tú,
que tú querías que te comiéramos,
porque comiendo tu cuerpo
y bebiendo tu sangre
íbamos a vivir para siempre en ti,
porque nos amas
y quieres habitar en nosotros,
y quieres que te amemos de tal manera
que lleguemos a habitar para siempre en ti;
es maravilloso lo que nos ofreces;
con razón el profeta nos decía
que teníamos que celebrar
y gozar con tu salvación,
porque tu salvación es llenarnos de tu vida,
es vivirte a ti.

Aquí estás, Señor,
aquí estás, eres nuestro Dios;
aquí estás, eres la vida y la salvación;
adoramos tu presencia inmensa
que todo lo llena con tu grandeza y tu poder;
pero te amamos, Señor,
porque no puede ser otra nuestra respuesta
cuando vemos el amor que nos tienes;
has dado tu vida
y nos das tu vida;
has muerto por nosotros en la cruz
para que nosotros tengamos vida,
y te haces alimento
para que comiéndote
vivamos para siempre.

Creo en ti, Señor,
te adoro y te amo,
en ti, Señor,
en tus manos amorosas de Padre,
pongo mi vida;
no me queda decirte que
aquí estoy, Señor,
para hacer siempre tu voluntad,
aquí estoy, Señor,
y quiero que tú seas siempre mi vida.

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