Aquí está nuestro Dios, celebremos y gocemos con su salvación
Quiero
que mis palabras sean en primer lugar
una
confesión de fe tomándolas del profeta:
‘Aquí está nuestro Dios,
de quien esperábamos que nos salvara;
celebremos
y gocemos con su salvación’.
Sí,
creo, Señor,
que
estás aquí presente,
real
y verdaderamente presente;
eres
mi Dios y mi Señor,
eres
mi vida y mi salvación,
eres
el amor de mi vida;
eres
presencia,
eres
luz,
eres
vida,
eres
gracia;
quiero
gozarme en tu presencia, Señor,
disfrutar
de tu presencia,
dejarme
inundar por tu luz,
hacer
que tu gracia me transforme,
me
ilumine,
me
haga vivir en ti;
ojalá
pudiera decir
con
la misma fe que san Pablo
que
ya no es mi vida,
sino
que eres tú
el
que vives en mí para siempre.
Anunciaban
los profetas
que
en los tiempos mesiánicos
íbamos
a tener una comida nueva,
un
nuevo alimento,
que
para nosotros,
para todos los pueblos,
en el monte del Señor se iba a preparar
un festín de manjares suculentos,
un festín de vinos de solera;
manjares enjundiosos, vinos generosos;
pero
no éramos capaces de adivinar
cuales
serían esos manjares,
pero
viniste tú,
y
nos hablaste de un pan del cielo,
pero
nosotros seguíamos pensando en el maná
que
comieron los israelitas en el desierto,
pero
tú luego nos dijiste
que
esa comida,
ese
alimento eres tú,
que
tú querías que te comiéramos,
porque
comiendo tu cuerpo
y
bebiendo tu sangre
íbamos
a vivir para siempre en ti,
porque
nos amas
y
quieres habitar en nosotros,
y
quieres que te amemos de tal manera
que
lleguemos a habitar para siempre en ti;
es
maravilloso lo que nos ofreces;
con
razón el profeta nos decía
que
teníamos que celebrar
y
gozar con tu salvación,
porque
tu salvación es llenarnos de tu vida,
es
vivirte a ti.
Aquí
estás, Señor,
aquí
estás, eres nuestro Dios;
aquí
estás, eres la vida y la salvación;
adoramos
tu presencia inmensa
que
todo lo llena con tu grandeza y tu poder;
pero
te amamos, Señor,
porque
no puede ser otra nuestra respuesta
cuando
vemos el amor que nos tienes;
has
dado tu vida
y
nos das tu vida;
has
muerto por nosotros en la cruz
para
que nosotros tengamos vida,
y
te haces alimento
para
que comiéndote
vivamos
para siempre.
Creo
en ti, Señor,
te
adoro y te amo,
en
ti, Señor,
en
tus manos amorosas de Padre,
pongo
mi vida;
no
me queda decirte que
aquí
estoy, Señor,
para
hacer siempre tu voluntad,
aquí
estoy, Señor,
y
quiero que tú seas siempre mi vida.
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