miércoles, 14 de marzo de 2012


¿Qué Dios hay como tú que perdonas el pecado y absuelves la culpa de tu heredad?


Postrado ante ti, Señor,
comienzo por reconocer humildemente
cuánto es el amor que me tienes;
 me siento pequeño y pecador en tu presencia,
pero qué grande e inmenso es tu amor;

‘¿Qué Dios hay como tú que perdonas el pecado
y absuelves la culpa de tu heredad?’
Eres compasivo y misericordioso
y una vez más quiero proclamar
qué grande es tu amor,
porque mirándote a ti me doy cuenta
de lo que lejos que estoy de ti
con la miseria de mis pecados.

Qué fácil te reclamamos que no nos escuchas,
que no atiendes nuestras súplicas,
pero es que el pecado ciega nuestros ojos
para no ver tus maravillas;
que sepa yo reconocer la grandeza de tu amor;
que aprenda a contemplar tu rostro de bondad
que siempre nos acoge con misericorida;
que descubra la ternura de tu corazón
que no nos tienes en cuenta nuestros pecados
porque tu misericordia es infinita y eterna.

Como el hijo que se marchó de la casa del padre
estamos tantas veces reclamando nuestra parte
y huimos de ti y de tus caminos,
porque en nuestro orgullo pensamos
que nos lo sabemos todo
y que no necesitamos de nada ni de nadie
para hacer nuestro camino;
castillos en el aire sin cimientos ni fundamento
son muchas veces lo que queremos construir con nuestra vida,
o la cimentamos con falsos cimientos
cuando nos apartamos de tus caminos y de tu sabiduría;
se nos destruye la vida
como un castillo de naipes sin estabilidad
cuando solo queremos apoyarnos en nosotros mismos;
al final nos sentimos vacíos y sin nada,
con una vida de miseria y de mentira,
lejos de tus caminos y de la plenitud
que sólo en ti podemos encontrar.

Que sepa levantarme, Señor,
para volver a tu encuentro
sin ninguna vacilación ni temor;
porque no terminamos de conocerte
nos llenamos de miedo en nuestros caminos de regreso,
pero intuimos que en tu bondad nos vas a recibir
aunque solo sea como un jornalero,
ya que no merecemos que nos recibas como hijos;
pero nos vamos a encontrar con un padre,
un padre que nos ama siempre y nos está esperando,
un padre que nos ama con amor eterno
y siempre viene a nuestro encuentro para buscarnos;
un padre que nos sigue considerando hijos
a pesar de nuestras negruras y nuestras sombras,
y nos va a vestir el vestido nuevo de la dignidad de la gracia,
nos va a poner el anillo y las sandalias de los hijos,
nos va a hacer participar en el más festivo banquete de amor
en que no es un cordero cualquiera el que nos ofrece
sino el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,
inmolado por nosotros en el sacrificio de la cruz
para alimentarnos y darnos vida,
para redimirnos y alcanzarnos la salvación,
para ser pascua salvadora en nuestra vida.

Que aprenda, Señor, a conocerte cada día más
para que no me olvide nunca de tu amor;
que aprenda a caminar a tu lado,
a tu ritmo,
siguiendo siempre tus pasos;
que aprenda a no alejarme nunca de ti
y si me alejo me sienta atraido
con lazos de amor y ternura
porque así siempre nos buscas;
que aprendamos a parecernos
a ese corazón misericordioso y lleno de amor
que tienes con todos,
para que a todos yo ame,
para que a todos yo ofrezca mi amor,
para que de todos siempre me sienta hermano.

Gracias, Señor, por tu amor.

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