¿Qué Dios hay como tú que perdonas el pecado y absuelves la culpa de tu heredad?
Postrado
ante ti, Señor,
comienzo
por reconocer humildemente
cuánto
es el amor que me tienes;
me siento pequeño y pecador en tu presencia,
pero
qué grande e inmenso es tu amor;
‘¿Qué
Dios hay como tú que perdonas el pecado
y
absuelves la culpa de tu heredad?’
Eres
compasivo y misericordioso
y
una vez más quiero proclamar
qué
grande es tu amor,
porque
mirándote a ti me doy cuenta
de
lo que lejos que estoy de ti
con
la miseria de mis pecados.
Qué
fácil te reclamamos que no nos escuchas,
que
no atiendes nuestras súplicas,
pero
es que el pecado ciega nuestros ojos
para
no ver tus maravillas;
que
sepa yo reconocer la grandeza de tu amor;
que
aprenda a contemplar tu rostro de bondad
que
siempre nos acoge con misericorida;
que
descubra la ternura de tu corazón
que
no nos tienes en cuenta nuestros pecados
porque
tu misericordia es infinita y eterna.
Como
el hijo que se marchó de la casa del padre
estamos
tantas veces reclamando nuestra parte
y
huimos de ti y de tus caminos,
porque
en nuestro orgullo pensamos
que
nos lo sabemos todo
y
que no necesitamos de nada ni de nadie
para
hacer nuestro camino;
castillos
en el aire sin cimientos ni fundamento
son
muchas veces lo que queremos construir con nuestra vida,
o
la cimentamos con falsos cimientos
cuando
nos apartamos de tus caminos y de tu sabiduría;
se
nos destruye la vida
como
un castillo de naipes sin estabilidad
cuando
solo queremos apoyarnos en nosotros mismos;
al
final nos sentimos vacíos y sin nada,
con
una vida de miseria y de mentira,
lejos
de tus caminos y de la plenitud
que
sólo en ti podemos encontrar.
Que
sepa levantarme, Señor,
para
volver a tu encuentro
sin
ninguna vacilación ni temor;
porque
no terminamos de conocerte
nos
llenamos de miedo en nuestros caminos de regreso,
pero
intuimos que en tu bondad nos vas a recibir
aunque
solo sea como un jornalero,
ya
que no merecemos que nos recibas como hijos;
pero
nos vamos a encontrar con un padre,
un
padre que nos ama siempre y nos está esperando,
un
padre que nos ama con amor eterno
y
siempre viene a nuestro encuentro para buscarnos;
un
padre que nos sigue considerando hijos
a
pesar de nuestras negruras y nuestras sombras,
y
nos va a vestir el vestido nuevo de la dignidad de la gracia,
nos
va a poner el anillo y las sandalias de los hijos,
nos
va a hacer participar en el más festivo banquete de amor
en
que no es un cordero cualquiera el que nos ofrece
sino
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo,
inmolado
por nosotros en el sacrificio de la cruz
para
alimentarnos y darnos vida,
para
redimirnos y alcanzarnos la salvación,
para
ser pascua salvadora en nuestra vida.
Que
aprenda, Señor, a conocerte cada día más
para
que no me olvide nunca de tu amor;
que
aprenda a caminar a tu lado,
a
tu ritmo,
siguiendo
siempre tus pasos;
que
aprenda a no alejarme nunca de ti
y
si me alejo me sienta atraido
con
lazos de amor y ternura
porque
así siempre nos buscas;
que
aprendamos a parecernos
a
ese corazón misericordioso y lleno de amor
que
tienes con todos,
para
que a todos yo ame,
para
que a todos yo ofrezca mi amor,
para
que de todos siempre me sienta hermano.
Gracias,
Señor, por tu amor.
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