Restáuranos y purifícanos, Señor, para ser templos de tu gloria
Gracias,
Padre,
porque
tanto amaste al mundo que nos diste a tu Hijo,
para
que todo el que cree en él tenga vida eterna;
queremos
creer, Señor,
pero
nuestra fe muchas veces se siente débil
y
tentada por muchas dudas;
haznos
crecer en la fe,
danos
la gracia de creer,
alimenta
nuestra vida de creyentes;
por eso
venimos a ti,
y en ti
queremos encontrar la gracia que necesitamos.
Hoy te
contemplamos purificando el templo de Jerusalén,
pero
sabemos que es a nosotros a quienes quieres purificar;
somos
como ese edificio que se ha envejecido
y al
que hemos adosado muchas cosas
que le
quitan la primitiva belleza
con que
lo enriqueciste en el Bautismo;
renuévamos,
Señor,
purifícanos,
arranca
de nosotros tantas cosas que afean nuestra vida
y
rompen la belleza de la dignidad con que nos dotaste.
Sabemos
que tenemos que ser santos
y tú
vienes a santificarnos con tu gracia;
muchas
veces nos cuesta
porque
son muchos los apegos de nuestro corazón;
que no
nos falte tu gracia
que nos
purifique y nos fortalezca,
que nos
llene de vida y de santidad,
que nos
haga vivir como hiijos de Dios
y nos
permita hacer la ofrenda más agradable de nuestra vida.
Queremos
ser templos vivos para tu gloria;
queremos
hacer la ofrenda más pura
de
nuestro amor y de nuestra entrega,
de
nuestro sacrificio unido al de la cruz,
porque
en todo queremos siempre darte gloria y alabanza;
Nos preocupamos
muchas veces de cuidar
la dignidad y la
belleza,
la limpieza y el
ornato de nuestros templos,
pero quizá pensamos
menos
en la dignidad y la
belleza de nuestro espíritu,
de nuestro corazón;
la pureza y
santidad de ese templo de Dios que somos nosotros.
Es esa pureza y esa
santidad la que tú nos pides, Señor;
es a lo que nos
estás llamando hoy de manera especial
cuando escuchamos
en el evangelio
la expulsión de los
vendedores del templo.
De cuántas cosas
tenemos que purificarnos, Señor;
en cuánto
necesitamos restaurar
esa santidad de
nuestra vida
que afeemos tantas
veces con nuestro pecado;
cómo necesitamos en
verdad
transformar muchas
cosas en nuestro corazón
para que en todo y
siempre podamos dart gloria, Señor.
Y eso que decimos
de nosotros mismos,
tenemos que
pensarlo también de los demás;
con cuánto respeto
y amor tenemos que tratar a los hermanos;
ellos son también
templo vivo del Señor
que hemos de
respetar,
tratar bien y con
dignidad;
que pensemos mucho
en los demás y ayúdanos, Señor,
a tratarlos siempre
bien y en toda su dignidad,
a respetarlos y a
amarlos;
que nunca
pisoteemos nunca,
de ninguna manera,
la dignidad de
ninguna persona,
porque es mi
hermano,
porque también es
un hijo de Dios,
un templo del
Señor.
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