Comemos tu Cuerpo y quedamos cristificados y transfigurados
¡Qué
dicha y qué gozo
podemos
sentir en el alma con nuestra fe!
¿es
que podemos encontrar a alguien
que
nos ame tanto como nos amas tú?
Es
un amor infinito, generoso,
que
se derrocha en nuestra vida,
que
nos hace partícipe de la vida de Dios,
que
hace que podamos sentir
cómo
Dios habita en nosotros,
y
cómo nosotros podemos habitar en Dios;
maravilla
de amor,
dicha
y felicidad para nuestro corazón,
exigencia
para nuestra vida.
Queremos
poner toda nuestra fe en ti, Señor;
creemos
en ti
y
tenemos la certeza de que nos llenas de vida;
creemos
en ti
y
podemos sentirnos profundamente unidos a ti;
creemos
en ti
y
sabemos que estamos llamados
a
la vida y a la resurrección;
tú,
Señor, te nos ofreces como Pan de vida,
como
alimento y como fuerza de gracia para nuestra vida;
creemos
en ti y te amamos
y
ya sabemos que vienes a habitar en nuestra vida,
en
nuestro corazón,
pero
nos permites que también nosotros vivamos en ti,
de
tal manera que ya mi vida no es mi vida,
sino
vivirte a ti;
como
decía san Pablo,
ya
no soy yo,
sino
que es Cristo el que vive en mí.
Tú
nos das tu vida,
te
haces Pan para que podamos comerte
y
así nos sintamos uno contigo;
tú
nos das del Pan de vida
y
será tan grande nuestra unión contigo
que
estamos como cristificados,
porque
ya para siempre llevamos a Cristo con nosotros,
ya
para siempre Cristo habita en nosotros;
comemos
el Pan de vida que nos ofreces
que
es tu carne,
que
es tu misma vida y nos transfiguramos en ti,
como
tú en el Tabor;
ya
para siempre nos inundas con tu luz,
con
tu vida,
con
tu amor,
y
para siempre tendríamos que resplandecer con tu luz.
Sabemos,
Señor, que todo esto
tiene
sus consecuencias en nosotros,
en
nuestra manera de vivir;
cada
vez que salimos de la Eucaristía
hemos
de ir más llenos de ti,
más
llenos de amor,
más
resplandecientes de luz;
no
tiene sentido
que
comulguemos tu cuerpo
y
no amemos;
no
tiene sentido
que
vayamos a la comunión contigo
y
no vayamos al mismo tiempo
a
la comunión con los hermanos;
no
tiene sentido
que
queramos comer tu cuerpo
y
sigamos encerrados
en
nuestro egoísmo y en nuestro orgullo;
no
tiene sentido
que
comulguemos sacramentalmente tu Cuerpo
y
no comulguemos con los hermanos.
No
hay Eucaristía sin amor,
porque
tú, Señor, te has hecho Pan de vida para nosotros,
y
tú eres amor
y
comiéndote a ti tenemos necesariamente
que
llenarnos de amor;
eso
nos obliga
a
que pongamos más amor en nuestra vida
para
poder celebrar la Eucaristía,
porque
de lo contrario no habitarías en nosotros
ni nosotros podríamos habitar en ti.
Gracias,
Señor,
tú
tienes palabras de vida eterna;
llénanos
e inúndanos de tu amor para siempre.