Vengo esta tarde a darte gracias por mi fe
Vengo
esta tarde a darte gracias, Señor, por mi fe;
si
aquí estoy postrado en estos momentos es por mi fe,
mi
fe en tu presencia real y verdadera
en
el Sacramento de la Eucaristía;
la
fe que me hace adorarte en estos momentos,
pero
amarte en todo momento y para siempre;
gracias,
Señor, por mi fe,
aunque
más bien tendría que darte gracias
porque
eres tú el que me has dado ese don,
el
que has sembrado la semilla de la fe en mi corazón,
eres
tú el que me mueve a creer en ti
y
a ponerme en tus manos en todo momento;
no
soy yo el que construyo la fe,
sino
que eres tu el que me regalas ese don,
don
sobrenatural,
don
lleno de gracia,
don
que me manifiesta
y
me hace reconocer tu amor;
gracias,
Señor, por regalarme ese don de la fe
que
has sembrado en mi corazón,
que
me ha abierto los ojos a la vida verdadera,
que
me permite conocerte y amarte cada vez más.
Pero,
Señor, ayúdame a cuidar mi fe;
que
no se debilite ni decaiga nunca,
que
no se enfríe ni muera,
que
sea capaz de cultivar esa semilla
buscándote
y queriendo conocerte más y más;
todo el que ve al Hijo y cree en
El tendrá vida eterna,
nos
dijiste en el evangelio;
por
eso con tu gracia ayúdame
a
conocerte profundamente
para
que nunca decaiga mi fe,
para
que sepa aceptarte tal como eres
y
como te nos revelas,
para
que no me haga mis reservas
a
la hora de confesar y vivir mi fe,
sino
que sea capaz de vivirla
con
todas sus exigencias y en todas sus consecuencias;
quiero
hacer la ofrenda de mi fe,
de
mi amor y de mi vida;
quiero
darte un sí total y sin ninguna reserva;
quiero
ser consciente de lo que es tener fe
y
aceptarte en mi vida
poniéndome
en tus manos,
dejándome
guiar por tu Espíritu,
aceptando
el vivir tu vida
haciéndola
vida mía;
creer
en ti no me anula
sino
que me engrandece;
creer
en ti me hace grande
porque
me conduce por caminos de plenitud;
creer
en ti me hace libre de verdad,
porque
me libera de todas las ataduras
que
he ido dejando poner en mi vida
que
tantas veces me han encerrado en mi mismo,
me
han endiosado
y
me han hecho quizá hasta odioso para mis hermanos
por
mi falta de amor;
tener
fe es la alegría más honda
que
puedo sentir en mi vida;
ayúdame,
Señor, a que en todo momento
manifieste
la alegría de mi fe,
aunque
tenga que negarme a mi mismo
o
tenga que renunciar mis caprichos;
creer
en ti es convertirme a ti cada día
despojándome
de mi mismo,
de
mis caprichos y de mis veleidades.
Gracias,
Señor, por ese don maravilloso de la fe;
quiero
alimentarme de ti,
que
eres Pan de vida,
que
nos llena de vida eterna
y
nos resucitará en el último día;
Señor,
que viviendo mi fe con toda intensidad
en
todo momento
sea
capaz de ir resucitando cada día
porque
me vaya arrancando
con
la ayuda de tu gracia de todo pecado,
de
toda la muerte
que
tantas veces dejo meter en mi alma.
Señor,
danos de ese pan de vida,
para
que tengamos vida para siempre,
para
que resucitemos cada día en una vida nueva,
y
para que resucitemos para vivir tu vida para siempre
en
el último día.
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