Es algo grande y maravilloso que podamos alimentarnos de ti
Nos
postramos humildes
en
tu presencia sacramental
y
no terminamos de dar gracias lo suficiente
por
esa locura de tu amor
al
quedarte para nosotros en la Eucaristía;
queremos
una vez más adorarte y darte gracias,
proclamar
nuestra fe y gozarnos en tu presencia;
sabemos
que estás ahí
real
y verdaderamente presente en el sacramento;
abre
nuestros ojos y nuestro corazón
para
que podamos verte
y
para que podamos sentirte;
aviva
nuestra fe,
enciende
la llama de tu amor
en
nuestro corazón;
gracias,
Señor.
Tú
nos dices, Señor,
‘el que coma de este pan vivirá eternamente
y el pan que yo os doy
es mi carne para la vida del mundo’;
danos
siempre de ese pan,
danos
siempre de tu vida
porque
queremos tener vida;
pero
sabemos, Señor, que no somos dignos,
tenemos
nuestra vida tan llena de debilidades y pecados
que
casi no nos atrevemos a acercarnos a ti;
con
la fe del centurión queremos decirte
que
con una sola palabra tuya puedes sanarnos;
sana,
Señor, nuestro corazón enfermo,
nuestro
corazón herido por el pecado,
purifícanos
con tu gracia
para
que dignamente
nos
podamos acercar a la comunión.
Es
algo grande y maravilloso que podamos comerte,
alimentarnos
de ti,
pero
sabemos que no lo podemos hacer indignamente
porque
nos estaríamos comiendo,
como
nos dice san Pablo,
nuestra
propia condenación;
por
eso te pedimos que nos purifiques,
que
con tu gracia nos des la valentía
de
reconocernos pecadores
para
acercarnos a tu sacramento
para
alcanzar el perdón que nos purifica
para
que luego podamos comerte dignamente;
que
no me atreva a acercarme a tu Eucaristía
lleno
de muerte y de pecado,
sino
que haya verdadero arrepentimiento y conversión
en
el corazón;
no
porque seamos santos vamos a comulgar,
pero
sí queremos comulgar para ser más santos;
ahí
tenemos tu gracia,
ahí
tenemos tu vida,
ahí
tú quieres resucitarnos,
arrancándonos
de la muerte de nuestros pecados;
danos
tu gracia, Señor,
danos
tu vida,
purifícanos
para que seamos dignos,
di
sobre nosotros tu palabra de salvación,
aquella
palabra en la que confiaba el centurión,
pero
queremos que vengas a nuestra casa,
que
vengas a nuestro corazón,
porque
queremos estar unidos a ti,
porque
sabemos que sin ti nada somos
ni
nada podemos hacer;
queremos
ser santos
pero
reconocemos nuestra debilidad
y
nuestra condición pecadora,
sabemos
que sin tu gracia y tu vida
no
lo podemos alcanzar.
Tú
eres nuestro alimento y nuestra vida,
tú
eres la gracia que nos sana y nos purifica,
tú
eres la fortaleza para nuestra lucha contra el pecado,
tú
eres la gracia que nos empuja para el camino
que
nos tiene que llevar a una vida santa,
tú
nos llenas de Dios y nos haces santos.
Ven,
Señor, a nuestro corazón.
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