sábado, 5 de mayo de 2012


Queremos vivir tan unidos a ti como Tú lo estás con el Padre


Como los discípulos en la última cena
también nosotros queremos decirte en esta tarde:
Señor, muéstranos al Padre y nos basta.

Una vez más,
postrados en tu presencia en la Eucaristía,
poniendo toda nuestra vida en tu presencia
con sus luces y con sus sombras,
con nuestro amor y con nuestras debilidades,
y queriendo adorarte
desde lo más profundo del corazón,
también queremos decirte
que queremos conocer a Dios,
queremos conocer al Padre,
porque queremos amarte más,
porque queremos llenarnos de ti y de tu vida,
porque queremos dejarnos iluminar por tu luz,
porque queremos sentir tu fuerza en nuestro corazón;
a ti venimos
y queremos escucharte y aprender de ti;
queremos que tu palabra nos hable
allá en lo más hondo del corazón
para sentirnos transformados por ella;
derrama, Señor, tu gracia en mi vida,
 que me transforme,
que me ilumine,
que me inunda de nueva vida,
que me haga hombre nuevo,
que me llene de ti,
que te conozca más profundamente
y te ame más y mejor.

Quien me ha visto a mi, ha visto al Padre,
nos dices;
y nos repites
que estás en el Padre y el Padre en ti,
que contemplemos tus obras
que son las obras del Padre;
que contemplemos tu vida
que es la vida de Dios;
que contemplemos tu entrega y amor
que es el amor
eternamente misericordioso de Dios.

Te contemplamos
porque queremos vivir tan unidos a ti
como tú lo estás con el Padre;
te contemplamos
porque necesitamos aprender a unirnos a ti
porque sabemos que sin ti nada somos
y nada podemos hacer;
queremos ser el sarmiento unido a la vid,
queremos en tu nombre hacer todas las cosas,
queremos sentirnos siempre
inundados de tu presencia
porque solo así
podemos irnos llenando de tu vida más y más.

No queremos que nuestra fe sea un adorno externo,
sino algo que llevemos impreso
en lo más hondo de nosotros mismos
para que nunca nos olvidemos de ti,
para que en todo momento
sepamos contar con tu gracia,
para que seamos valientes
en el testimonio de amor y de santidad
que tenemos que dar ante los que nos rodean.

Que no se enfríe mi fe;
que mi corazón arda más y más en el amor;
que me sienta inflamado
por la fuerza de su Espíritu
para hacer las obras del amor,
las obras con las que manifestemos
la fe que ponemos en ti;
derrama tu gracia sobre mi corazón
y sea siempre el hombre nuevo de la gracia.

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