domingo, 24 de julio de 2011

Que sepa encontrarme contigo, Señor

Que sepa encontrarme contigo, Señor

¿Habré terminado de comprender

lo que significa encontrarme contigo, Señor?

A veces no le damos importancia a los encuentros,

tan de superficiales andamos por la vida;

nos tropezamos muchas veces con los otros

pero no nos encontramos,

igual que oímos palabras y no las escuchamos;

tendríamos que aprender a detenernos un poco

en esas locas carreras de la vida,

con todos esos agobios que nos quitan la paz,

porque parece que no tenemos tiempo

ni para escuchar,

ni para tener una charla sosegada con un amigo

o incluso con el ser querido;

y nos pasa contigo, Señor

y no sabemos encontrarnos contigo,

no le damos la verdadera importancia el encuentro contigo

y también nos quedamos en superficialidades,

sin hondura;

nos hemos acostumbrado a verte en tus imágenes

que no te vemos en la realidad de la presencia sacramental,

como no te vemos en el hermano,

ni te escuchamos en la Palabra que nos dices,

como no terminamos de sentirte en nuestro corazón.

Triste sería que el evangelio

dejara de ser evangelio para nosotros

porque ya no sea esa Buena Noticia

que tú tienes para mí en cada momento;

porque lo hayamos convertido en un relato de historias,

como de cosas pasadas en otro tiempo,

y ya no sea una Palabra viva para mí,

una Palabra que tú hoy y ahora quieres decirme,

una Palabra de vida y salvación,

una Palabra que renueve mi vida.

Tenemos un tesoro en nuestras manos

y no sabemos valorarlo,

y nos vamos en busca de otros tesoros efímeros,

superficiales,

vanidades que nos encandilan;

qué ejemplo nos da el hombre de la parábola

que cuando encontró el tesoro escondido en el campo

se desprendió de todo para tener aquel campo

y conseguir aquel tesoro;

o el comerciante en perlas finas,

lo vendió todo con tal de obtenerla.

Tenemos el tesoro del Reino,

la perla fina y valiosa del evangelio

y no la valoramos,

y no la buscamos con ahinco,

y no hacemos todo lo posible por poseerla;

lo que decíamos,

el evangelio ha dejado de ser evangelio para nosotros

porque nos hemos acostumbrado

y no llevamos a descubrir

la novedad de la Palabra que el Señor nos dice.

Que ese tesoro del Reino de Dios que encontramos

nos ponga en un camino de mayor solidaridad,

no nos deje tan insensibles ante las necesidades

o problemas que podamos ver alrededor,

nos salgamos más de nuestras actitudes egoístas

para pensar más en los otros;

que ese tesoro del Reino de Dios

nos ponga en camino de más amor,

de más cercanía a los otros;

nos impulse al compartir y al vivir unidos,

nos motive para que hagamos un mundo mejor

donde todos seamos más felices;

nos enseñe

donde están las cosas verdaderamente importantes.

Como Salomón quiero en esta tarde

pedirte sabiduría, Señor;

con qué facilidad nos quedamos en pedirte cosas,

materialidades o meras cosas humanas

aunque también las necesitemos,

pero no sabemos pedir lo importante;

dame, Señor, esa Sabiduría del Espíritu

que me ayude a descubrir ese tesoro inmenso

que Tú pones en nuestras manos;

esa sabiduría y fortaleza

para de verdad empeñarnos por el Reino de Dios;

esa sabiduría que me ayude

a comprender el misterio de Dios,

el misterio de Jesús

para convertirlo en el verdadero centro de mi vida;

sabiduría y fortaleza

para dejarlo todo por seguirte, Jesús,

y vivir tu evangelio;

danos tu Espíritu de Sabiduría

para saber redescubrir el Evangelio.

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