sábado, 1 de diciembre de 2012


Ven, Señor Jesús


¡Marana tha! Ven, Señor Jesús.
Es hoy nuestra súplica,
es la suplica repetida del adviento que comenzamos;
es la súplica de la Iglesia peregrina de todos los tiempos;
es la súplica que te hacemos en esta tarde
cuando nos postramos en oración ante Ti.

Ven, Señor, quédate con nosotros;
ven, Señor, acompáñanos en nuestro camino;
ven, Señor, eres nuestro viático,
nuestro compañero de camino,
la fortaleza para nuestros pasos,
la luz que ilumina los senderos de la vida,
la verdad que nos conduce a la plenitud,
el pan que sacia nuestra hambre,
el agua viva que calma nuestra sed,
pero hace surgir surtidores de agua viva
en nuestro corazón.

Ven, Señor Jesús.
Queremos hacer caminos de plenitud,
pero nos vemos con tantas limitaciones,
tan discapacitados
aunque nos creamos enteros y sanos,
tan débiles
aunque queramos presentarnos ante todos
con presuntuosa fortaleza;
son tantas las tentaciones que nos acechan,
tantos los apegos que llevamos en el corazón
que solo en ti podemos encontrar la libertad total,
olo en ti nos liberaremos
para alcanzar la plenitud.

Ya sabemos que tenemos que escuchar tus palabras,
pero somos orgullosos
y nos pensamos que nos lo sabemos todo;
llamaste dichosos
a los que escucharan tus palabras
y las pusieran en práctica;
llamaste dichoso
al que escuchase tu profecía
y la tuviese siempre en cuenta,
pero nosotros preferimos otros agoreros
 que nos conducirían por caminos de mentira;
dame la fuerza de tu Espíriu
para acoger con corazón bien dispuesto tu palabra;
que se abra mi corazón,
que me abaje de mis pedestales,
que no se cierren nunca
los oídos de mi corazón
para escucharte con humildad y con amor.

Ayúdanos, Señor, a caminar
hacia ese cielo nuevo y esa tierra nueva
que nos tienes preparados;
tú nos quieres felices y dichosos
y así creaste para Adán y Eva el jardín del Edén,
pero la envidia y la ambicion,
el pecado y la muerte
entraron en la vida del hombre
destruyendo ese camino de felicidad
que para nosotros habías creado;
ahora nos anuncias la dicha del cielo,
de ese paraiso de gloria
que está siempre lleno de tu luz;
que un día formemos parte de ese cortejo celestial
que canta eternamente en el cielo tu gloria;
haznos, Señor, habitar para siempre
en la Jerusalén celestial
donde toda la creación te alaba,
donde gocemos eternamente de tu presencia,
donde nos sintamos para siempre iluminados con tu luz;
mientras caminamos en la tierra
muchas veces nos dejamos seducir
por luces engañosas
porque no hemos llegado a descubrir y a disfrutar
lo que es la verdadera luz,
lo que eres tú para nosotros
que nos quieres siempre llenar de vida y de luz.

Dame, Señor, la fuerza de tu Espíritu,
Ven, Señor Jesús.
¡Marana tha!

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