Una presencia nueva que nos inunda y traspasa de amor
Ábreme, Señor, los ojos de la fe;
Tú estás aquí verdaderamente
presente
en el Sacramento del Altar
y quiero adorarte
desde lo más hondo de mi corazón;
los ojos de la cara solo podrán ver
un poco de pan,
pero cuando creemos en ti,
cuando creemos en tu palabra
sabemos que aquí está realmente
presente
en el sacramento del altar;
por eso te pido, Señor,
que me abras los ojos de la fe.
Vivimos en un mundo
donde todo lo queremos experimentar
de forma palpable
y nos parece que si no tocamos con
nuestras manos
o no caben en nuestros razonamientos
humanos
no habría certezas que nos pudieran
convencer;
todo lo queremos probar,
nos parecemos a Tomás
que quería meter los dedos en los
agujeros de las manos
y la mano en la herida del costado,
y nos falta fe en muchas ocasiones;
nos gustaría muchas veces poder
verte
como te veían los discípulos
o aquellas muchedumbres que te
seguían
para estrujarte estando a tu lado
o para tocar la orla de tu manto,
para sentir el calor de tu mano sobre nuestro
cuerpo
o la calidez de tu mirada llena de
ternura;
estas dudas,
estos razonamientos o pruebas
humanas
que queremos buscar
nos llenan en ocasiones de acritudes
y amarguras,
de tristezas y desencantos,
pero tenemos que aprender
a descubrirte y a sentirte,
a sentir tu presencia
y a dejarme inundar por tu amor.
Por eso te pido, Señor,
ábreme los ojos de la fe,
porque ahora podemos verte de una
manera nueva,
has marchado al Padre porque ha llegado
tu hora,
pero nos has dejado la fuerza y la
presencia del Espíritu
que te hace presente
sacramentalmente de forma maravillosa
y nos penetra en lo más hondo del
alma tu Palabra
que con su luz ahora si podemos
entender
porque nos lleva a la verdad plena;
aunque físicamente no te podamos
estrujar
como aquellas gentes
que se arremolinaban a tu alrededor
buscando tocar la orla tu mano,
o sentir el calor de tu mano sobre
nosotros,
sin embargo sí podemos sentir el
calor de tu amor
y tu mirada de ternura
que nos llega a lo más hondo del
alma
si somos capaces de abrir los ojos
de la fe;
cada vez que celebramos un
sacramento
ahí está la fuerza de tu presencia
de gracia y amor;
cada vez que escuchamos la Palabra
que la Iglesia nos proclama,
ahí estamos escuchando tu voz
que nos llega hasta el fondo del
alma;
cada vez que amamos a un hermano
hasta servirlo,
estamos viendo tu rostro de amor
que nos invita a vivir unidos a ti
para siempre.
No estás con nosotros
pero estás de una forma nueva;
no te vemos con los ojos de la cara,
pero si podemos descubrirte con los
ojos del alma;
no sentiremos físicamente tu mano
sobre nosotros
para curarnos de tantos males
pero si sentiremos
como nuestro corazón se transforma
con tu presencia
que nos llena del gozo más hondo
desde el fondo del alma
y nos deja inundados de gracia
y traspasados para siempre de tu
amor.
No nos importa ya que el mundo no
nos entienda
o que quieran sentirse vencedores
porque al verte morir en la cruz
pensaban que te derrotaban para
siempre;
tú si eres el vencedor
que te contemplamos victorioso para siempre
en la resurrección
y nos hace sentir
que nosotros también podemos salir
victoriosos
en todas nuestras batallas contra el
mal
porque tú, el Señor resucitado, estás
con nosotros,
porque la fuerza de tu Espíritu nos
acompaña para siempre.
A pesar de que haya cosas
que nos puedan resultar duras
o los sufrimientos no nos abandonen,
sin embargo vivimos alegres y
gozosos
porque vivimos la alegría de la fe,
la alegría y el gozo de creer en ti
y vivir tu presencia
que nos traspasa de amor para
siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario